domingo, 30 de agosto de 2015

Libros para un viaje extraño y poco apetecido


Toca hacer la maleta para un viaje tan extraño como poco apetecido. Será un equipaje breve, no se necesita prácticamente nada allá donde voy, y me detengo únicamente en seleccionar los libros que me acompañarán, pues quiero pensar que dispondré de una buena porción de tiempo que aprovechar en la lectura. Aunque sea sólo visto por ese lado, por fin podré detener por unos días el imparable ritmo que, desde hace ya más de un año, me tiene continuamente ocupado y ausente, con el humor oscurecido y el afecto hacia mis semejantes regado por el espejismo de la decepción.

Quizá pueda parar un poco, leer y reflexionar. Es posible que incluso vuelva a tomar de la mano a los dos vástagos que dejé recién empezados, y los concluya con renovada esperanza. ¡Quién sabe!: los cambios y paréntesis siempre ofrecen visiones de esperanza.

Seguramente me llevo más de lo que pueda leer… El primer libro que he metido en la maleta es  "Vicomtes et vicomtés dans l'occident médiéval" de Hélène Débax (ed.), y tiene que ver mucho con la afición que tengo a recopilar, leer, y anotar  todo libro o artículo especializado que me encuentro relacionado con los numerosos condados, vizcondados, ducados, etc… que proliferaron durante la Edad Media en torno a los Pirineos. Es, para mí, una parte de la historia que, además de resultarme muy cercana o quizá por eso, me resulta rica y apasionante, a la vez que absolutamente desconocida. 

En mi casa hay un rincón lleno de bagatelas de estas, ordenadas lo mejor que he podido por alguna de sus filiaciones: Aquitania, Bearn, Bigorre, Armagnac, Gascuña, Comminges, Fuxe, Toulouse, etc… Esta afición mía ha sido el principal motivo de muchas de las salidas que he hago en torno al norte de los Pirineos.

El libro que presente Débax, es una recopilación de diferentes estudios, la mayor parte relacionados con las distintas entidades políticas del territorio Pirenaico en la Edad Media.

Siguiendo en el mismo periodo, el segundo libro que ha entrado en la saca es “Arte y belleza en la estética medieval” de Umberto Eco. Del autor no voy a decir nada que ustedes no sepan, y del libro no puedo decirles mucho, pues todavía no lo he empezado, y me he guiado sólo por la solvencia que tiene para mi su autor, Eco, el interés del título y lo que he hojeado –con “h”-, que ha creado en mí la expectativa de revivir por medio de la lectura algunas de las más interesantes conversaciones que he tenido sobre el arte de aquél periodo. 

Ahora recuerdo, en relación con esto, una hermosa charla en la cripta de la Iglesia de San Martín de Orisoain, hace ya algún tiempo.

Todavía recuerdo aquél hermoso "si luz me ciega, ceguedad me guía" de Juan de Tarsis...

Como simple memoria de lo vivido hace unas semanas en la tierra de Rousseau, me llevo conmigo una colección de algunos de los capítulos de sus “Ensoñaciones del paseante solitario”, recopiladas bajo el título de «En méditant sur les dispositions de mon âme...»

Es también puro morbo, dadas las circunstancias en que lo voy a leer, y el deseo de leerlo, aunque sean sólo algunos capítulos, en su idioma original.


“Contar las huellas. Claves para narrar tu viaje”, cayó en mí de manera accidental, y aunque no soy nada amigo de estos libros de autoayuda literaria, me atrajo el modo en que está escrito, y la habilidad de su autor por hacer ameno el proceso de aprendizaje del que se ocupa. Quizá hasta se me pegue algo de esa habilidad narrativa.

Además de todo lo dicho, llevo para los momentos que apetezca de algo más ligero un libro del archiconocido Andrea Camilleri, “La banda de los Sacco” que parece ser una interesante historia siciliana de violencias, venganzas y saltos de sus protagonistas al lado oscuro… Siempre he tenido un especial afecto por la literatura italiana contemporánea, y Camilleri, a mi entender, tiene un modo narrativo muy claro y directo, del que me gustaría aprender.


Y esto es todo. Mañana lunes al mediodía ingreso para que me operen de la tiroides. Espero, como he dicho, no tener muchas visitas y sí tiempo para dedicarlo a estos libros de los que les he hablado.


Durante todo este tiempo, guardaré silencio, así que si no respondo a sus correos, ni les visito en sus cuadernos, sepan que será porque estoy haciendo un viaje tan extraño como poco apetecido.

domingo, 23 de agosto de 2015

Atrahasis y el henoteísmo

El mito de Atrahasis, nombre que significa ‘El Muy Sabio’, comenzó a ser conocido gracias a una tableta de arcilla escrita en cuneiforme y encontrada en Nippur en el año 1895. Fue traducida por primera vez casi dos décadas después por  A. Poebel, una de las mayores autoridades en lengua sumeria del siglo XX. No obstante, el fragmento hallado era pequeño, y no se llegaba a comprender completamente el sentido, la evolución y riqueza del texto. De hecho, cuentan que durante mucho tiempo se consideró que el reverso era la cara delantera de la tablilla.

Afortunadamente, estos textos se hacían para ser copiados y distribuidos por todos los rincones del reino, por lo que en sucesivas excavaciones fueron apareciendo más fragmentos que permitieron al asiriólogo danés Jørgen Læssøe organizar el texto y concluir que se trataba del Génesis más antiguo que se conoce, el cual abarca toda la historia de la humanidad desde el mismo momento de su creación hasta el final del Diluvio. Unos  diez años después W.G. Lambert, apoyándose en el estudio precedente, recopiló todos los fragmentos del poema que conservaba el British Museum, entre los que se encuentra la versión más antigua, firmada por un tal Kasap-Aya. Esta firma permitió datar con relativa exactitud la fecha de su redacción, pues se sabe que Kasap-Aya realizó su trabajo bajo el reinado del cuarto sucesor de Hammurabi, Ammi-Saduqa (1646-1626). Seguramente el poema fue creado durante el siglo anterior, a partir de la recopilación de diferentes mitos tradicionales de la región mesopotámica en los que se habla de la creación de los hombres, del motivo de dicha creación, del Diluvio, y de Athrahasis, que es el Noé del Viejo Testamento.

Gracias a los diferentes hallazgos arqueológicos y traducciones que se vienen llevando a cabo desde 1895, se han podido reconstruir aproximadamente las dos terceras partes del poema, que en su versión más antigua contaba exactamente con 1245 líneas, tal y como apunta cuidadosamente al final de su copia el diligente Kasap-Aya.

La falta de un tercio del texto original, hace que algunas partes resulten terriblemente arduas, complejas o enigmáticas, y que se hayan perdido irremediablemente, al menos hasta hoy, pasajes enteros del poema.

Atrahasis es el nombre del héroe del diluvio del que habla este mito, aunque en realidad tenga un papel secundario en el conjunto de la historia. El protagonismo que se le quiere dar quizá se deba al deseo de ejemplarizar a una persona que fue salvada del infortunio junto a su familia, gracias a su sabiduría y piedad. Realmente, el mito trata principalmente de la vida de los dioses en los orígenes y de lo que motivó la creación del hombre. El poema abre así:
Cuando los dioses (hacían) de hombres,
Tenían que trabajar y estaban atareados:
Su tarea era considerable,
Su trabajo pesado, su labor infinita.

En un principio, los dioses debían procurarse la comida, la bebida, trabajando ellos mismos. En un momento dado, hartos de esta existencia, los dioses superiores, consiguen descargar todo el trabajo sobre los inferiores o Annunaki, los cuales, conscientes de su naturaleza también divina, no tardaron en rebelarse. 

Enlil, asustado por la revuelta, convocó a Anu y a Ea a consejo. Ea comprendía que los dioses inferiores estuvieran hartos de tanto trabajar, y propuso una solución que resolviese el conflicto laboral divino y librase a los dioses de una vez por todas del pesado trabajo de la tierra: crear unos seres que trabajasen en lugar de los dioses y les entregaran directamente los alimentos. Bastaría con matar al dios incitador de la rebelión y, mezclando su sangre con la arcilla de la tierra, crear a los primeros hombres y mujeres.

Ea abrió la boca
y dijo a los grandes dioses: …
Que se degüelle a un dios…
Con la carne y la sangre de ese dios
que Nintur mezcle la arcilla,
a fin de que el dios y el hombre
se encuentren mezclados en la arcilla…
“¡Sí!”, respondieron en la asamblea
los grandes Anunakis, que fijan los destinos…

Allí mismo, en su asamblea general, los dioses degollaron al dios rebelde, y con su sangre y arcilla la diosa madre Nintur creó siete hombres y siete mujeres. A partir de entonces los dioses ya no necesitaron trabajar más. Pero apenas habían pasado mil doscientos años cuando un nuevo problema apareció: el del crecimiento demográfico de la humanidad, con su secuela de molestias y trastornos. Cada vez había más gente, y la gente armaba cada vez más ruido, molestando a los dioses en su descanso.

El país era tan ruidoso como un toro que bramaba.
Los dioses crecían agitados y sin paz, con los disturbios ensordecedores,
Enlil también tuvo que escuchar el ruido.
Él se dirigió a los dioses superiores,
El ruido de humanidad se ha hecho demasiado grande,
pierdo el sueño con los disturbios.
Dé la orden que la -surrupu- (enfermedad) estalle.

Durante varios milenios, Enlil les envía a los hombre diferentes castigos de los que éstos se evaden con mayor o menos fortuna, gracias a la intervención de diferentes dioses, hasta que por fin decide enviar un diluvio universal. Pero Ea advierte a su protegido, Atrahasis, aconsejándole que construyera un barco e introdujera en él a su familia y parientes, así como a parejas de animales, tanto domésticos como salvajes. Así lo hizo éste, cerrando con brea la escotilla en cuanto se inició el tremendo diluvio.
Adad rugió en las nubes.
Al oír la voz del dios,
Atrahasis hizo cerrar la escotilla con brea.
Adad seguía rugiendo en las nubes.
Los vientos se enfurecían.
(Atrahasis) cortó las amarras y dejó libre el barco…
El diluvio se desencadenó.
Su violencia, como un azote, cayó sobre los hombres.
Uno ya no podía ver al otro,
ya nadie se reconocía en medio de la destrucción .
El diluvio rugía como un toro,
El viento ululaba como un águila rugiente.
Las tinieblas se espesaban y no se veía el sol.

Gracias a este ardid de Ea, la humanidad sobrevivió de nuevo. Y los dioses, que durante el diluvio no habían recibido sacrificios, ante la perspectiva de tener que volver a trabajar ellos mismos, aceptaron la existencia de los hombres, aunque tomando algunas medidas tendentes a limitar su crecimiento demográfico.

El Mito de Atrahasis es, junto al de Enki y Ninhursag, y las epopeyas de Gilgamesh y la Creación o Enuma Elish, las principales fuentes de las que bebió la religión hebrea, y por extensión la cristiana y musulmana, para los relatos que hablan de diluvios universales, jardines paradisiacos, serpientes que conducen al pecado, hombres creados de arcilla, arcas llenas de animales, etc…

De todo esto, y de otros muchos paralelismos más, habla Nicole Vray en su Libro “Les mythes foundateurs de Gilgamesh à Noé”, lo cual, aún no resultando novedoso para ninguno de nosotros, nos ofrece la posibilidad de verlo desarrollado en un libro con todo lujo de detalles, lo cual no es poco.

Es más, en sus páginas trata también cómo ese contagio pudo trasladarse también a cuestiones más fundamentales de la religión, como es la del supuesto monoteísmo. Me explico.

Vray menciona a Nabonido (556-539 a.c.), último rey de la dinastía neobabilónica, el cual, al igual que Akhenaton más de 600 años antes, había obligado a declarar en el reino la preeminencia de un dios, Shin, dentro del panteón religioso del reino. Esto como es de imaginar, provocó las iras de la clase sacerdotal, en especial la dedicada al culto de Marduk. Nabonido, además, se ausentó de Babilonia durante varios años, faltando a la celebración del akitu –algo así como el año nuevo-, algo que no había ocurrido nunca, y que suponía despertar las iras de los dioses contra el reino.

El caso es que, a ojos de los fieles a la antigua religión, la respuesta no se hizo esperar: el clero se rebeló, y los dioses mostraron su irritación con el envío de unos invasores extranjeros, que derrotaron a Nabonido en el campo de batalla, y a las órdenes de su rey Ciro, enriquecieron su imperio con la toma de Babilonia en 539 a.c.

Pero en toda esta historia hay algo, que es lo que más me ha llamado la atención, y que, en cierto modo, es consecuencia de los debates habido entre expertos en relación al supuesto monoteísmo del último rey neobabilónico. Según parece, la conclusión a la que han llegado es que éste no era estrictamente monoteísta, como parece que no lo fue tampoco Akhenaton, sino henoteísta… Reconozco haber desconocido el término hasta ahora, pero realmente viene como anillo al dedo a una realidad que fue en aquél entonces: el henoteísmo es una variante del politeísmo en la que se considera que hay un dios superior al resto, y que es el único al que hay que adorar como tal.

A mi entender, el catolicismo también ha heredado algo de ese henoteísmo, aunque sea de una manera más velada: se rinde culto a un dios único, pero en torno a él existe una legión de santas, santos y arcángeles, a los que se adora también con la esperanza de obtener su protección. Quizá esto sea lo que para mí da color y realismo a una religión: las interesantes historias de héroes y villanos que intercambian sus papeles según las circunstancias. Por no hablar claro está, de la crudeza con la que se muestra el orden social que existe entre quienes gobierna los cielos, y los mortales que sólo viven para satisfacer sumisamente sus necesidades. 

Tan actual como hace tres mil años.

martes, 11 de agosto de 2015

El paso de Furka y las vidas errantes


Cuando me contaron que el paso de Furka, Furkapass en alemán, recibe su nombre de la palabra "horca", me vino inmediatamente a la memoria una de esas antiguas lecturas de la que no recuerdo la filiación,  en la que se contaba como era costumbre en la Edad Media el ajusticiar mediante la horca a los reos, exponiendo sus cadáveres colgados en los caminos de acceso al lugar.

Imaginé que aquél alto en el que culmina el Furkapass era, en tiempos pasados, punto de advertencia a los que cruzaban del cantón de Valais al de Uri, o a la inversa. Uri fue, por cierto, la que en 1291 se alió con los cantones de  Schwyz y Unterwalden, creando el precedente la actual suiza.

Sin embargo, es posible que esa horca a la que se refiere su nombre, tenga que ver más con ese palo con dos ganchos que recibía ese mismo nombre. Quién sabe...

Furkapass impresiona. Lo hace con las vistas que proporciona su extraordinaria altura, con la visión de la carretera que asciende casi pegada a la pared de la montaña en interminable zigzag. A un lado de esta carretera ascendente, hay una profunda marca que dejó el glaciar que íbamos a visitar al retroceder. Por ella caen en cascada las primeras aguas del Ródano, que nacen un poco más arriba, en lo que queda del glaciar y que, como si fuera un animal de feria, es exhibido a mi entender por gente con muy pocos escrúpulos.

El acceso al glaciar donde se dice que está una de las fuentes del Ródano se hace desde una tienda que hay junto al hotel Belvedere, mas allá de la mitad del zigzageante ascenso a Furka. La atienda una mujer mayor, bastante antipática, acompañada de dos chicas jóvenes faltas de cualquier atisbo de amabilidad con los que pasamos por allá. La primera vende las entradas de acceso al glaciar, las otras dos persiguen a cualquier cliente que curiosee en el expositor de postales. Además se encargan de administrar, previo pago, la llave del baño a cualquiera que se vea necesitado.

A pesar de ellas, el glaciar era algo extraordinario, monumental, con un color de fondo entre gris y azul, que parecía querer reflejar el profundo silencio que guardan sus entrañas desde tiempos remotos.

La entrada vendida por aquellas guardianas, permite acceder también a una cueva excavada por el hombre que avanza por el interior del glaciar, ofreciendo la curiosa experiencia al visitante de caminar por un largo tunel de hielo rodeada de una intensa luz azul clara .....

Aquello era un espectáculo circense, ¿o no? Visto cómo se exhibía el glaciar, que se cobraba un peaje por entrar a él, y se escarbaba por sus adentros para que turistas de todo pelaje hurgaran a su gusto en la herida abierta en aquél profundo, milenario y silencioso glaciar; yo lo tenía claro,

A mi entender resultaba extraño que fuera permitido cerrar el acceso a un glaciar como si se tratara de una propiedad particular, y no patrimonio de los ciudadanos de aquel país. ¿Qué, si por fin alguien llega a la conclusión de que ese modo de explotación esta acelerando el retroceso y deterioro del glaciar? Supongo que importará mas bien poco, pues si así se está haciendo, será porque la administración correspondiente otorga su gestión mediante concesiones, por lo que a esta, le basta con tener a quién sancionar en caso de hacerse pública una mala utilización de glaciar y recibir su parte de los ingresos.

Estábamos dando vueltas a este asunto mientras tomábamos un café, cuando volvimos a encontrarnos a Koko y Marta, dos ciclistas de Pamplona con los que habíamos coincidido alrededor de una hora antes en Gletsch, el pueblo que hay justo al pie del puerto de Furka.

Marta y Koko habían salido de Pamplona como un par de meses antes, y habían llegado hasta allá en bicicleta. Nos contaron que avanzaban siguiendo una diagonal que se dirigía al noreste. A lo largo de los dos últimos meses habían cruzado los Pirineos hasta Pau, de ahí fueron alcanzando el curso del Ródano hasta Lyon, para luego cruzar a Suiza por Chamonix y llegar hasta aquél lugar en el que nos encontramos...

Despertó tanto mi curiosidad lo que nos estaban contando, que les pregunté si iban escribiendo sus vivencias en un blog, para poder leerlas y saber a partir de entonces de sus siguientes pasos.

Leyéndolo estos días que han corrido desde entonces, he sabido de algunas de las cosas que han vivido, de las personas tan especiales -y cada una con una historia-, que se han encontrado por donde han ido pasando, de algunos trucos inimaginables que emplean para hacerse la vida más cómoda y segura durante su periplo, y de coincidencias tan curiosas como que pasamos por Lyon en dirección a la frontera de Suiza el mismo día.

Como en su blog no se si se pueden dejar comentarios, pero ellos tienen la dirección de este, aprovecho para animarles a que no dejen de escribir sus vivencias,  pues algunos las seguiremos con interés.

- ¿Y de aquí, hacia dónde vais? -les pregunté.

- Seguiremos hacia adelante -Marta y Koko se encogieron de hombros-, mientras aguantemos. No tenemos ninguna prisa ni obligación de volver.

Continuamos charlando durante un rato hasta volver a la cuestión de inicio, la del modo en que aquél glaciar parecía haberse convertido en un animal de feria en manos de aquellas tenderas, o de la empresa para la que trabajaban.

Koko nos señaló otro glaciar que había algo más arriba, a la altura del paso de Furka. Coincidimos en que aquél estaba libre de cualquier explotación y, curiosamente, apenas parecía ser visitado por más allá de algún que otro montañista.

Era una buena idea la de subirse con el coche hasta el alto de Furkapass, y desde ahí seguir andando hasta el glaciar. Así que nos despedimos de Marta y Koko, deseándoles la mejor de las suertes en su particular viaje, y nos dirigimos hacia nuestro nuevo destino.

Llegados al alto dejamos el coche, cambiamos nuestro calzado, y con los bocadillos y una botella de agua en la mochila, comenzamos a avanzar hacia aquél glaciar. La marcha, de poco más de una hora era, además de breve, impresionante,  pues se camina por una senda desde la que veíamos Gletsch y el primer curso del Ródano a nuestros pies, alimentado por los glaciares que estábamos visitando. Desde estas alturas caían a aquellos abismos, las aguas desheladas en forma de interminables cascadas que en ocasiones se partían ruidosamente con algún saliente de  la montaña.

Al otro lado del valle por el que corría joven pero fuerte y caudaloso el Ródano, se erguían, con desdisimulado orgullo, algunos de los picos más espectaculares de los alpes, de nieves perpetuas, y nombres que me resulta difícil recordar e imposible transcribir. Lo que nunca olvidaré es su grandiosidad, y ese modo en que parecían amontonarse ante nosotros, pobres caminantes, como no queriendo ninguno de ellos perder ni un detalle de nuestro paso por aquél lugar.


Poco antes de llegar al pequeño puente bajo en cual discurre la primera cascada del glaciar al que nos dirigíamos, salimos de nuestra abstracción para leer una placa que alguien había colocado a un lado del camino. Era un punto en el que el sonido del agua golpeando las rocas, el rumor del aire, y la espectacularidad del paisaje, se combinaban de manera perfecta. La placa estaba dedicada a una tal Marlene Ketterer-Eichholzer.

Marlen Ketterer-Eichholzer sería una perfecta desconocida para mí, si no fuera por el hecho de haber encontrado aquella placa en su memoria. Creo que en cierto modo, este tipo de homenajes son colocados por el hombre desde tiempos remotos con el único objeto de dar a conocer a los demás algo que fue importante para él, y alimentar la curiosidad de quien la encuentra, para mantener vivo así su recuerdo.

Marlen tenía 41 años cuando murió, y supongo que ocurrió ahí o en las proximidades. Sorprende que el día y mes de nacimiento sean el mismo -16 de junio- ¿Se trata de que colocaron la placa memorial coincidiendo con su cumpleaños, o es que murió el mismo dia?

Es poco lo que he podido averiguar sobre ella. Estaba casada -Paul se llamaban su marido-. Residían en la localidad alemana de Ibach, entre Freiburgo y Badem, muy cerca de la frontera occidental de Suiza. A ambos, el falleció posteriormente, se les celebra todavía anualmente un aniversario en su parroquia de Ibach.

Quizá tampoco importa que conozcamos otra cosa de ella que lo que motivó que alguien colocara aquella placa en ese lugar: que sepamos que Marlene fue alguna vez, y que hubo personas que la añoraron cuando desapareció.

Continuamos nuestra marcha hasta llegar al glaciar. Cominos sentados en una esterilla frente a él, gozando del entorno y envueltos en un torbellino de las más variadas sensaciones. Apenas hablamos, y en nuestra memoria se entremezclaban Marta y Koko, un puente de cables que cruzamos colgando del abismo aquella mañana, las brujas de la tienda que daba acceso al otro glaciar, la pobre y desconocida Marlene...

Antes de abandonar aquél glaciar, desde el que parten aguas primigenias del Ródano, decidí coger tres piedras humedecidas por el deshielo, y colocar la primera de ellas sobre la placa de Marlene. La segunda me la llevaré a casa, como recuerdo de aquél día.

En cuanto a la tercera la llevaré en mi viaje de regreso, pues en él voy a seguir el curso del Ródano hasta su desembocadura. Cuando llegue ese momento, la lanzaré al punto en el que sus aguas se mezclan con las del mar, como recuerdo para aquel río ya maduro, del lejano lugar donde nació.

Y para ella, para la desconocida Marlene, esa misma piedra será garantía de que su nombre queda para mi vinculado a la presencia del Ródano, como si se tratara de una de aquellas ninfas a las que la mitología clásica les otorgaba el alma y la esencia de un río sagrado.




lunes, 10 de agosto de 2015

Mundo bizarro

Visitando el museo que había en una pequeña localidad cercana a Neuchatel, he descubierto algo que es la clave por la que se explica el por qué de esa reconocida calidad de los relojes suizos, bien sea en forma de lujosos y precisos ornamentos de pulsera, bien sea colgando de una pared  como relojes de cucú. Orson Wells improvisó algo acerca de ellos, y de los suizos, en la escena de la noria del Prater de Viena en el Tercer Hombre. Aunque me pica la curiosidad, todavía no me he atrevido a preguntar a nadie aquí que les parece la dichosa escena. Es posible que muchos ni siquiera la conozcan. O sí.

Volviendo al hilo de lo que contaba, les voy a pedir que observen con detención la siguiente fotografía, tomada a una vitrina de objetos de la Edad de Bronce que conserva el museo del que les hablo.


Parece ser que, a ojos de los expertos de este museo, o por lo menos por lo que exponen en dicha sección, ya en la Edad de Bronce, los entonces habitantes de Suiza, fabricaban modernisimos artefactos para medir el tiempo. Y uno, sin encontrar en las tarjetas que describen o denominan a los objetos de dicha vitrina, el que se corresponde con el misterioso artefacto, llamó al vigilante del museo para que le aclarara su duda.

- ¿Esto? Realmente no sé lo que es... -dijo mientras lo sacaba de la vitrina mirandolo con extrañeza.

- ¿ Quizá un reloj de pulsera? -respondió mi compañera Larouge.

- !Oh, mais bien sure! -respondió de uma manera que hereferido no traducir, mientras se metía el reloj en el bolsillo y desaparecía por el pasillo del museo.

En este mundo, da lo mismo el lugar, ocurren cosas realmente bizarras. Tales, como la de haberme encontrado pocas horas después, con una postal como la que les muestro a continuación.


viernes, 7 de agosto de 2015

sobre la tolerancia



En ocasiones uno llega a la convicción de que las palabras, tal y como las usamos, no son otras cosa que hermosos escenarios de cartón piedra vacios, sin contenido y levantados, o empleadas en el caso de las palabras, para dar al público una apariencia que nada tiene que ver con la intención de su autor.

Desayunabamos esta mañana en un bar acompañados de un ejemplar ya muy manoseado de "La tribune de Geneve", cuya portada llamó pronto mi atención.  En ella, el reportero de turno manifestaba su satisfacción por el hecho de que este año había aumentado el número de turistas "del Golfo" en todo el cantón de Ginebra. Los comerciantes, según cuenta,  están como locos, y en los bares se están poniendo las botas de disimular whisky en tazas de té. Todo un negocio.

Como lo de dar con el origen de un fenómeno de esta magnitud es algo a lo que está esperando un periodista toda su vida, el nuestro ha puesto manos a la obra y sin mucho esfuerzo ha logrado desvelar el misterio: se trata de una cuestión de tolerancia. ¿De tolerancia? Si, de tolerancia.

Parece ser que hasta ahora, esos turistan pasaban sus vacaciones en la vecina Francia, pero como en este país han tenido la ocurrencia de prohibir el uso del niqab, han optado por trasladar su residencia vacacional al área de Ginebra, por ser esta más tolerante.

¿Tolerante? A alguien como yo, que ha recibido a lo largo de su vida una formación más bien mediocre, le gustaría que le explicaran qué es exactamente eso de la tolerancia en estos casos... Al final, se me ocurrió echar mano del diccionario de la RAE, y ahí, en la acepción número 2, encuentré lo siguiente:

"Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes a las propias"

Esto me casa perfectamente con lo que dice nuestro periodista en relación a la tolerancia, pues es ejercitarla el admitir que haya personas que consideran a las mujeres como objetos de su propiedad, que deben salir a las calles embuchadas en un buzón de tela. Por supuesto, debo admitir que consideren a las que no son así como simples fulanas...

En resumidas cuentas, esa tolerancia nos induce a admitir la esclavitud, los malos tratos, el abuso, y lo que sea, pues no son otra cosa que ideas y creencias diferentes a las nuestras.

En relación a esto, me viene al recuerdo el magnífico "Castiello contra Calvino" de Zweig -muy a propósito hablando de Ginebra-. En él, se cuenta como Castiello denuncia a Calvino por la quema de Miguel Servet, y escribe aquello de:

"Matar a un hombre no será nunca defender una doctrina, será siempre matar a un hombre"

Creo que no hace falta que explique el paralelismo que veo en aquellas palabras con la que pienso de esa supuesta tolerancia: permitir que alguien considere a otro como un ser inferior y de su propiedad nunca será una cuestión de tolerancia,  será siempre permitir que alguien considere a otro como un ser inferior y de su propiedad.

Y desde luego que considero que hay que ser muy ingenuo para creerse que ellas lo hacen por su propia voluntad, si no es por el hecho de que conservan inconscientemente un temor absoluto hacia cualquier cambio.

¿Tolerancia? Considero que todos debemos ganarnosla o merecerla, pero que en ningún caso debería regalarse a cambio de los beneficios económicos que va a ganar, en este caso, el cantón de Ginebra.

martes, 4 de agosto de 2015

Sion


"Hans Uffem Bort, boticario y castellano de Sion, hizo ejecutar estas pinturas en 1547 para acoger dignamente a su clientela. Las imágenes del paraíso terrenal y el pecado original recordarán a los enfermos el origen de todos los males. Hans los ha asociado con el recuerdo a su protector, Juan el bautista, cuyo martirio atestigua el restablecimiento de todas las cosas."