viernes, 27 de febrero de 2015

Memorias de pez



La damnatio memoriae no es algo nuevo. A decir de los historiadores viene de muy atrás, de cuando se borraban allá en el antiguo Egipto los jeroglíficos de un faraón por orden de alguno que vino detrás, y tenían algún tipo de inconveniente en que se supiera que aquél había existido.

Algo parecido hacen los garrulos estos del ISIS, pero con la doble agravante de que cargan sobre recuerdos mucho más lejanos, y encima lo hacen en un momento histórico en el que, cosas como éstas, son todavía más incomprensibles.

Ignacio Ramonet habla en el número de febrero de " Le Monde diplomatique en español​", de el dilema de las “guerras napoleónicas”, explicando 

"cuando a principios del siglo XIX, Napoleón se propuso exportar las generosas y avanzadas ideas de la Revolución Francesa, lo hizo a base de cruentas guerras y violencias, arrasando las estructuras jerárquicas (feudalismo, caudillismo) y espirituales (cristianismo) de las sociedades invadidas que no podían entender que semejantes destrucciones fuesen un “progreso”. Resultado: en las más retrógradas de esas sociedades (España, Rusia), los potenciales beneficiarios del nuevo orden napoleónico (campesinos y siervos) se aferraron a sus opresores ancestrales (aristocracia, latifundistas, Iglesias católica y  ortodoxa) para defender (con éxito en ambos casos) lo que consideraban ser sus “tradiciones”. Tanto España como Rusia quedaron traumatizadas por esa violenta penetración del progreso en el marco de una invasión extranjera. En ambos casos, la consecuencia fue que las fuerzas más reaccionarias se afianzaron largo tiempo en el poder."

Así, entiendo que lo que se ve en la imagen no es si no un fortalecimiento de lo que ahí se dice, por la vía de eliminar cualquier referencia al pasado, y por lo tanto a la tradición. No debe existir cosa que haga pensar al poseedor de ese bien tan escaso, como lo son las neuronas, que quizá todo es relativo, y lo que tiene el sello de eterno e inamovible, es posible que haya calentado una cuna no hace tanto tiempo.

Y mientras, vamos perdiendo todos la memoria, el recuerdo de todo aquello que nos fue tan querido y apreciado, y ahora dejamos que pase al olvido de mano de unos tarados que, por fortuna para todos nosotros, tienen irremediablemente fecha de caducidad. 

Aunque también es verdad que luego vendrán otros... La presencia de la estupidez humana es una de las pocas cosas que nos acompañará por toda la eternidad.