El manuscrito de “Mortifiementde Vaine Plaisance” que conserva la colección Bodmer en Suiza, es quizá la
versión de mayor calidad que existe de las que se crearon para iluminar este
poema alegórico sobre el debate entre alma y el corazón. Existen otras
versiones, trece aproximadamente, pero ésta es superior, pues contiene ocho
magníficas joyas primorosamente ejecutadas hacia 1470 por Jean Colombe, autor
ya para entonces muy experimentado, y reconocido por su participación en
trabajos como el de “Las muy ricas horas del duque de Berry”.
El grupo de ilustraciones de “Mortifiement…” se abre con la que representa a una mujer vestida de
blanco, suponiéndose que es la personificación del alma devota del donante que
abraza su corazón contra el pecho. En apariencia es una escena encantadora,
llena de ternura y delicadeza. Sin embargo, si la miramos detenidamente e
intentamos traducirla, vemos que hay algo en ella que puede resultarnos
inquietante: la casa está en ruinas, el pavimento roto, levantado, y la misma
pared se hubiera caído si no fuera por ese refuerzo hecho con un tosco tronco. Sí,
la casa es el envoltorio carnal del donante, arruinado por un corazón lleno de anhelos
terrenales… A lo lejos, una espléndida fortaleza parece querer recordarnos a todos
que la salvación es posible si abandonamos nuestras vanas pasiones.
Parece ser que el autor del poema, René de Anjou
(1409-1480), Rey de Sicilia, Duque de Anjou y Conde de Provenza, no pasaba por
una buena racha cuando lo compuso. Y eso se nota: acababa de regresar de una
infructuosa campaña en Italia, que había dejado sus arcas totalmente
arruinadas, y poco antes había muerto su mujer, Isabelle de Lorraine, pérdida
por la que se mostraba inconsolable, roído por el miedo a la muerte y
obsesionado por la búsqueda quién sabe si más del consuelo ante lo desconocido,
que de la salvación.
"…considerando que el
tiempo vivido del que todos tenemos que dar cuenta pasa incesantemente, como
agua de río sin parar, y se va sin volver, y por negligencia a menudo lo perdemos
sin tener posibilidad de recuperarlo…"
La segunda ilustración del grupo nos muestra como la
pobre alma solitaria recibe la visita de dos mujeres de aspecto un tanto extraño.
La primera de ellas parece no dar importancia a presentarse de visita con una
espada flotando horizontalmente sobre la cabeza. Éste que es uno de los
primeros detalles que me llamo la atención del conjunto, es un recurso que
desconocía hasta aquí, y que parece ser el símbolo de la justicia divina… De
hecho, en la hoja de la espada puede leerse la inscripción “Divina Iusticia”, lo cual hace fácil entender que su afortunada
portadora responda al nombre de Temor de
Dios.
Con ella llega Contrición,
que tampoco tiene desperdicio: envelada, descalza, con los senos desnudos, y provista
de un pequeño látigo de ramitas, listo para batir a los penitentes y privarlos
de cualquier deseo de reincidencia… Ambas exhortan a Alma para que abandone los placeres inútiles que el corazón le ha
llevado a apreciar tanto, por medio de una moralina tan al uso como que:
"La perfección no está en llevar una
vida pomposa, ni ser victorioso con los ejércitos... la verdadera y perfecta
bendición no se encuentra en la estatura, ni en la fuerza del cuerpo, ni en la
belleza de nadie, la sutileza o la exquisita elocuencia…”
Para hacer patente la incomodidad que le producen en
ese momento los vicios y los placeres de la vida cortesana, René pretende a
estas alturas –elevadas, sin duda- del poema, acercarse a los más humildes, a
aquellos en los que el ideal de la simplicidad se ha cebado convirtiéndoles,
contra todo pronóstico y realidad, en los seres más afortunados de aquél tiempo.
René se despacha entonces con tres parábolas: la del carretero, la de la mujer
pobre y la de la ciudad asediada… para que los más humildes, y con ellos
también su alma, llegaran a entender lo que pretendían Temor de Dios y Contrición.
No parece que lo lograra, y mucho menos que consiguiera
"hacer reír a la gente común",
como se lee que manifestó al arrancar con esta obra. Y es que sin lugar a dudas, a le bon roi René, le perdía su amor por los bellos libros,
como lo hacían también la teología, las novelas de caballería, la poesía y en
general todo aquello que contenían los innumerables volúmenes que llenaban su
biblioteca real. Y con dicho bagaje era muy difícil para un rey "hacer reír a la gente común".
Ya estamos fuera de la casa-cuerpo, Temor de Dios y Contrición
han logrado arrastrar a Alma a la luz, sacándola de su miserable morada, llegando
incluso a quitarle de las manos su corazón lleno de vicios con el pretexto de
cuidarlo, de "purificarlo”, según aseguran.
Es curioso observar el detalle de cómo Alma se viste
para salir a la calle, cubriéndose con ese manto o capa azul que hasta entonces
había permanecido desparramada por el suelo, como queriendo mantener esos
hermosos contrastes rojo-azul que demuestran un magnífico dominio de los
colores por parte de su autor.
De hecho, como mecenas de las artes, el rey René se
rodeaba de lo mejor cuando se trata de ilustrar sus escritos: durante toda su
vida encargó a los copistas e ilustradores más reputados del momento que reprodujeran
sus obras con bella caligrafía y luminosas ilustraciones, que luego entregaría
como un obsequio más en sus intercambios diplomáticos. De hecho, se dice que
para la ilustración de este libro había hecho el encargo a Barthélemy van Eyck, uno de los grandes de su época, pero
que murió al poco, por lo que fue entonces cuando se llamó para continuarlo a Jean
Colombe.

Muy dentro de las intenciones que le íbamos adivinando
a Contrición, el corazón es llevado a un hermoso jardín donde otras tres
mujeres con nombres tan en la línea de las anteriores, como son Fe, Esperanza y Caridad, personificaciones de las virtudes
teológicas, junto con Gracia Divina, se
esmeran en clavar al corazón en una cruz y atravesarlo con una lanza para
liberarlo así de la vanidad, todo ello en clara referencia a la Imitatio Christi, por medios un tanto
contundentes.
El manuscrito original de “Mortifiement de Vaine Plaisance” ha desaparecido, sin embargo, ese
afán de su autor por encargar copias para repartirlas entre sus visitas
diplomáticas ha hecho que, a día de hoy, se conserven aún trece copias, lo cual no es
poco. De todas ellas, es ésta de Colombe, que se conserva en la Fundación
Martin Bodmer en Suiza, la de ilustraciones de mayor calidad. Hay otras copias,
por ejemplo la de The Morgan Library & Museum, pero no llegan a tener la calidad de ésta.
Como todo manuscrito que se precie, merece capítulo
aparte la narración del recorrido que ha hecho desde su creación hasta hoy en
día. Éste por ejemplo, después de haber pertenecido al emperador Carlos VI,
quedó depositado en las estanterías de la Biblioteca Nacional de Viena, donde fue
robado en 1825. Nada se sabría de él hasta 1951, si no fuera porque hojeando el
libro, uno puede descubrir en el reverso de la portada, una inscripción fechada
1840 que dice que estaba "Dado a Madame Agathe Odilon Barrot por su amiga
Zoé de Valuzé".
Mientras preparaba estas líneas, la malsana curiosidad
me ha enredado en la búsqueda de quiénes eran estas dos mujeres: la tal Agathe Barrot (Defossés,
de soltera) (1803 - 1859) casó con Camille Hyacinthe "Odilon" Barrot (1791-1873) motivo por el cual, siguiendo la
costumbre de aquellos países, adoptó los apellidos de su marido, el cual llegó a
ser primer ministro en tiempos de Napoleón III.

En cuanto a Zoé de Valuzé, resulta un poco más difícil
encontrarla, aunque al revisar algunas transcripciones de la nota, uno da con que
el apellido es realmente Valazé, y coincide con el de la Louise-Suzanne-Zoe, que aparece en la lista de pensionarios del “Bulletin
des lois de la République Française, Volumen 14” (1839), por ser hija de uno
de los conquistadores de Argelia, Éléonor Bertrand Anne Christophe Zoa Dufriche,
baron de Valazé, y nieta del
famoso, por aquél entonces, Charles Éléonor Dufriche-Valazé, célebre por haber
preferido apuñalarse en pleno tribunal revolucionario al conocer su condena a
muerte, el 30 de octubre de 1793, antes que dejarse guillotinar…
Conocidos ambas
protagonistas del intercambio, y viendo que a partir de aquí puede obtenerse
una cantidad ingente de información acerca de ambas personas, sin llegar a
saber a ciencia cierta el motivo por el que estaba el manuscrito en sus manos –aunque
me parece imaginarlo dado el poco margen que hay-, enderezo mi camino y vuelvo
al poema del buen rey René.
Antes me gustaría apuntar, para completar el periplo,
que en 1951compró el manuscrito a una familia anónima el célebre bibliófilo
suizo Martin Bodmer, quién lo añadió a esa colección que conforma ahora una de
las tantas bibliotecas en las que a más de uno nos gustaría perdernos.
Ahora sí, continuo y acabo.
Despues de la relajación a la que había sido sometido
el corazón, éste vuelve a manos de Temor a Dios y Contrición todavía
crucificado, y, como puede imaginarse, completamente traumatizado por lo que
acaba de sufrir. Ambas se lo devuelven ya tranquilizado a Alma, que ha tenido
tiempo suficiente para tomar conciencia del aspecto superfluo de los vanos
placeres, de que no volverá a ellos más, y de que es en adelante el amor
infinito a Dios lo que debe ser el motor de su vida. Más le vale …
En
uno de los fragmentos más deliciosos del texto, René nos recomienda
Pense à ton sort
sans plus tergiverser,
Ne rêve plus;
agis: il est grand temps!
N’attends plus de secours
d’aucune créature,
Car nulle autre pour toi ne
viendra plus plaider.
En ocasiones cuesta interpretar este tipo de mensajes,
y uno no tiene claro si tras esa prédica piadosa y ejemplar, no hay un temor
profundo a lo desconocido, al descreimiento que produce el propio conocimiento,
y al afán de relativizar todo, lindando en ocasiones con esos postulados que,
por aquél entonces quedaban acotados muy lejos de ahí, en el oriente, de donde,
eso sí, comenzaban a llegar las primeras noticias de mano de comerciantes y
otros buscadores de fortuna.
Mientras tanto, los pensamientos de Jean Colombe
marchaban por otros senderos, y los traducía en inscripciones que como marca
propia de su taller, tenían la costumbre de anotar ocultas en todas sus
miniaturas. Esta decía:
« Temps perdu pour Colombe »
Habiendo terminado ahora, tengo una sensación muy parecida a
la del maestro iluminador, y supongo que tú, si has sido tan paciente de llegar
hasta aquí, estarás pensando eso mismo en este momento.