martes, 11 de agosto de 2015

El paso de Furka y las vidas errantes


Cuando me contaron que el paso de Furka, Furkapass en alemán, recibe su nombre de la palabra "horca", me vino inmediatamente a la memoria una de esas antiguas lecturas de la que no recuerdo la filiación,  en la que se contaba como era costumbre en la Edad Media el ajusticiar mediante la horca a los reos, exponiendo sus cadáveres colgados en los caminos de acceso al lugar.

Imaginé que aquél alto en el que culmina el Furkapass era, en tiempos pasados, punto de advertencia a los que cruzaban del cantón de Valais al de Uri, o a la inversa. Uri fue, por cierto, la que en 1291 se alió con los cantones de  Schwyz y Unterwalden, creando el precedente la actual suiza.

Sin embargo, es posible que esa horca a la que se refiere su nombre, tenga que ver más con ese palo con dos ganchos que recibía ese mismo nombre. Quién sabe...

Furkapass impresiona. Lo hace con las vistas que proporciona su extraordinaria altura, con la visión de la carretera que asciende casi pegada a la pared de la montaña en interminable zigzag. A un lado de esta carretera ascendente, hay una profunda marca que dejó el glaciar que íbamos a visitar al retroceder. Por ella caen en cascada las primeras aguas del Ródano, que nacen un poco más arriba, en lo que queda del glaciar y que, como si fuera un animal de feria, es exhibido a mi entender por gente con muy pocos escrúpulos.

El acceso al glaciar donde se dice que está una de las fuentes del Ródano se hace desde una tienda que hay junto al hotel Belvedere, mas allá de la mitad del zigzageante ascenso a Furka. La atienda una mujer mayor, bastante antipática, acompañada de dos chicas jóvenes faltas de cualquier atisbo de amabilidad con los que pasamos por allá. La primera vende las entradas de acceso al glaciar, las otras dos persiguen a cualquier cliente que curiosee en el expositor de postales. Además se encargan de administrar, previo pago, la llave del baño a cualquiera que se vea necesitado.

A pesar de ellas, el glaciar era algo extraordinario, monumental, con un color de fondo entre gris y azul, que parecía querer reflejar el profundo silencio que guardan sus entrañas desde tiempos remotos.

La entrada vendida por aquellas guardianas, permite acceder también a una cueva excavada por el hombre que avanza por el interior del glaciar, ofreciendo la curiosa experiencia al visitante de caminar por un largo tunel de hielo rodeada de una intensa luz azul clara .....

Aquello era un espectáculo circense, ¿o no? Visto cómo se exhibía el glaciar, que se cobraba un peaje por entrar a él, y se escarbaba por sus adentros para que turistas de todo pelaje hurgaran a su gusto en la herida abierta en aquél profundo, milenario y silencioso glaciar; yo lo tenía claro,

A mi entender resultaba extraño que fuera permitido cerrar el acceso a un glaciar como si se tratara de una propiedad particular, y no patrimonio de los ciudadanos de aquel país. ¿Qué, si por fin alguien llega a la conclusión de que ese modo de explotación esta acelerando el retroceso y deterioro del glaciar? Supongo que importará mas bien poco, pues si así se está haciendo, será porque la administración correspondiente otorga su gestión mediante concesiones, por lo que a esta, le basta con tener a quién sancionar en caso de hacerse pública una mala utilización de glaciar y recibir su parte de los ingresos.

Estábamos dando vueltas a este asunto mientras tomábamos un café, cuando volvimos a encontrarnos a Koko y Marta, dos ciclistas de Pamplona con los que habíamos coincidido alrededor de una hora antes en Gletsch, el pueblo que hay justo al pie del puerto de Furka.

Marta y Koko habían salido de Pamplona como un par de meses antes, y habían llegado hasta allá en bicicleta. Nos contaron que avanzaban siguiendo una diagonal que se dirigía al noreste. A lo largo de los dos últimos meses habían cruzado los Pirineos hasta Pau, de ahí fueron alcanzando el curso del Ródano hasta Lyon, para luego cruzar a Suiza por Chamonix y llegar hasta aquél lugar en el que nos encontramos...

Despertó tanto mi curiosidad lo que nos estaban contando, que les pregunté si iban escribiendo sus vivencias en un blog, para poder leerlas y saber a partir de entonces de sus siguientes pasos.

Leyéndolo estos días que han corrido desde entonces, he sabido de algunas de las cosas que han vivido, de las personas tan especiales -y cada una con una historia-, que se han encontrado por donde han ido pasando, de algunos trucos inimaginables que emplean para hacerse la vida más cómoda y segura durante su periplo, y de coincidencias tan curiosas como que pasamos por Lyon en dirección a la frontera de Suiza el mismo día.

Como en su blog no se si se pueden dejar comentarios, pero ellos tienen la dirección de este, aprovecho para animarles a que no dejen de escribir sus vivencias,  pues algunos las seguiremos con interés.

- ¿Y de aquí, hacia dónde vais? -les pregunté.

- Seguiremos hacia adelante -Marta y Koko se encogieron de hombros-, mientras aguantemos. No tenemos ninguna prisa ni obligación de volver.

Continuamos charlando durante un rato hasta volver a la cuestión de inicio, la del modo en que aquél glaciar parecía haberse convertido en un animal de feria en manos de aquellas tenderas, o de la empresa para la que trabajaban.

Koko nos señaló otro glaciar que había algo más arriba, a la altura del paso de Furka. Coincidimos en que aquél estaba libre de cualquier explotación y, curiosamente, apenas parecía ser visitado por más allá de algún que otro montañista.

Era una buena idea la de subirse con el coche hasta el alto de Furkapass, y desde ahí seguir andando hasta el glaciar. Así que nos despedimos de Marta y Koko, deseándoles la mejor de las suertes en su particular viaje, y nos dirigimos hacia nuestro nuevo destino.

Llegados al alto dejamos el coche, cambiamos nuestro calzado, y con los bocadillos y una botella de agua en la mochila, comenzamos a avanzar hacia aquél glaciar. La marcha, de poco más de una hora era, además de breve, impresionante,  pues se camina por una senda desde la que veíamos Gletsch y el primer curso del Ródano a nuestros pies, alimentado por los glaciares que estábamos visitando. Desde estas alturas caían a aquellos abismos, las aguas desheladas en forma de interminables cascadas que en ocasiones se partían ruidosamente con algún saliente de  la montaña.

Al otro lado del valle por el que corría joven pero fuerte y caudaloso el Ródano, se erguían, con desdisimulado orgullo, algunos de los picos más espectaculares de los alpes, de nieves perpetuas, y nombres que me resulta difícil recordar e imposible transcribir. Lo que nunca olvidaré es su grandiosidad, y ese modo en que parecían amontonarse ante nosotros, pobres caminantes, como no queriendo ninguno de ellos perder ni un detalle de nuestro paso por aquél lugar.


Poco antes de llegar al pequeño puente bajo en cual discurre la primera cascada del glaciar al que nos dirigíamos, salimos de nuestra abstracción para leer una placa que alguien había colocado a un lado del camino. Era un punto en el que el sonido del agua golpeando las rocas, el rumor del aire, y la espectacularidad del paisaje, se combinaban de manera perfecta. La placa estaba dedicada a una tal Marlene Ketterer-Eichholzer.

Marlen Ketterer-Eichholzer sería una perfecta desconocida para mí, si no fuera por el hecho de haber encontrado aquella placa en su memoria. Creo que en cierto modo, este tipo de homenajes son colocados por el hombre desde tiempos remotos con el único objeto de dar a conocer a los demás algo que fue importante para él, y alimentar la curiosidad de quien la encuentra, para mantener vivo así su recuerdo.

Marlen tenía 41 años cuando murió, y supongo que ocurrió ahí o en las proximidades. Sorprende que el día y mes de nacimiento sean el mismo -16 de junio- ¿Se trata de que colocaron la placa memorial coincidiendo con su cumpleaños, o es que murió el mismo dia?

Es poco lo que he podido averiguar sobre ella. Estaba casada -Paul se llamaban su marido-. Residían en la localidad alemana de Ibach, entre Freiburgo y Badem, muy cerca de la frontera occidental de Suiza. A ambos, el falleció posteriormente, se les celebra todavía anualmente un aniversario en su parroquia de Ibach.

Quizá tampoco importa que conozcamos otra cosa de ella que lo que motivó que alguien colocara aquella placa en ese lugar: que sepamos que Marlene fue alguna vez, y que hubo personas que la añoraron cuando desapareció.

Continuamos nuestra marcha hasta llegar al glaciar. Cominos sentados en una esterilla frente a él, gozando del entorno y envueltos en un torbellino de las más variadas sensaciones. Apenas hablamos, y en nuestra memoria se entremezclaban Marta y Koko, un puente de cables que cruzamos colgando del abismo aquella mañana, las brujas de la tienda que daba acceso al otro glaciar, la pobre y desconocida Marlene...

Antes de abandonar aquél glaciar, desde el que parten aguas primigenias del Ródano, decidí coger tres piedras humedecidas por el deshielo, y colocar la primera de ellas sobre la placa de Marlene. La segunda me la llevaré a casa, como recuerdo de aquél día.

En cuanto a la tercera la llevaré en mi viaje de regreso, pues en él voy a seguir el curso del Ródano hasta su desembocadura. Cuando llegue ese momento, la lanzaré al punto en el que sus aguas se mezclan con las del mar, como recuerdo para aquel río ya maduro, del lejano lugar donde nació.

Y para ella, para la desconocida Marlene, esa misma piedra será garantía de que su nombre queda para mi vinculado a la presencia del Ródano, como si se tratara de una de aquellas ninfas a las que la mitología clásica les otorgaba el alma y la esencia de un río sagrado.




16 comentarios:

  1. La foto promete. Esperemos que aparezca una wifi...

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  2. que pongan güifi ya en los alpes!!!,
    por dios, no están tan adelantados estos suizos, igual por eso dejan los relojes en las vitrinas para que se atrasen,

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  3. Por fin lo envío. Un poco harto eso si, pues lo escribo por tercera vez después de perder las dos versiones anteriores por esto de escribir con una tablet -tremendamente incómodo-, y con pésimas wifis....

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  4. Lo de los glaciares me suena a espejismo después del verano africano que hemos pasado y que habrá dejado nuestro glaciar a punto de extinción. Ni rastro de nieve había este año en la carrera de subida al Veleta del día 9.

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    1. Una pena, sin duda. Estos alpinos cuentan con la ventaja de encontrarse a una gran altura y agrupados, lo cual es seguramente es uno de los motivos que ha permitido que no sea difícil ahora, en agosto, ver nieve en ellos, aunque abajo, en los valles se estuvieran aguantando los 34 grados.

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    2. Es que aquí se han dado 30º en Pradollano, la estación de esquí, que está a 2.078 m.

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  5. Mientras leía tus reflexiones sobre la privatización -y peaje de acceso- del primero de los glaciares que describes, recordaba a Pedro Saputo, un pícaro aragonés novelado por Braulio Foz, que, en una de sus andanzas recorriendo mundo, tropieza con unos incautos ceca de la cima de un monte a los que, con aires de suficiencia dice, señalando el paisaje que se extiende a sus pies: "Todo lo que veis, es mío". No le faltaba razón al Saputo; la Naturaleza, como bien apuntras tú mismo, es patrimonio de cuantos seres pueblan este planeta nuestro, sin que un notario certifique dicha titularidad y por mucho que determinadas instituciones o individualidades se atribuyan la propiedad única de esa amalgama de aromas, sonidos, cromatismos, sensaciones y formas de un entorno configurado con el cincel del tiempo.

    Un recorrido, sin duda, para continuar deleitándose con el recuerdo,

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  6. Lo leí, el Pedro Saputo de Braulio Foz, intrigado por el uso que hacían un buen amigo de su nombre como seudónimo. Curioso, irónico y lleno de esas verdades populares que todo consideramos de sentido común, pero que al final están muy alejadas de la realidad... Está claro que se antepone siempre al final el beneficio económico sobre el interés -aunque sea a largo plazo-, común. Lo que cuento es lo que veo, con ojos de extranjero, en otro país, pero estoy seguro que si empleáramos la misma mirada en el nuestro, encontraríamos cosas muy semejantes... o peores, quién sabe.

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  7. Pues fíjate que pese a que en Huesca se conoce a Pedro Saputo -personaje de la tradición oral, muy anterior a la novela de Foz, tan anterior que a las gentes de Almudévar se les da el apelativo de saputos-, son escasas las personas que han leído el libro y todavía menos las que sabrían decir quién fue Braulio Foz... Así que permíteme que me descubra ante ti por acercarte a esta novela.

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    1. Es una cuestión curiosidad, espoleada por la estrecha amistad que tengo con una persona de Zaragoza. Gracias a ella he conocido algunas cosas de allá bastante interesantes.

      Salud!

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  8. La ninfa Marlén ¡ !.. suena bien,
    Lo que suena fatal es la parca de la taquilla del Glacial
    en fin..
    Un saludo

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  9. Es que una parca en una taquilla helada está en su propio medio...

    Salud!

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  10. Leo por segunda vez tu relato y lo disfruto más porque lo leo más despacio. Tuvo que ser una bonita excursión, aunque empañada por esos fallos comercializadores que se encuentran en todas partes. Tan patrimonio de todos son los glaciares como una catedral de la que tampoco nos dejan disfrutar a todos, ni siquiera a los que vamos como creyentes. ¿Tengo que pagar por circular por la doble girola de "mi" catedral, si la hizo para mí Diego de Siloe?

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  11. No deberías, y las instituciones no deberían permitir que se cobrara por acceder a un glaciar, una catedral, etc..., la cual se supone que nos pertenece a todos. Me recuerda a lo que me ha pasado en multitud de ocasiones en algunos archivos -sobre todo eclesiásticos-, en los que quienes los custodian hacen oídos sordos al hecho de que hay una ley que nos permite acceder a ellos.

    En general, se justifica el cobro por la necesidad de disponer de fondos para mantenerlos, pero también es cierto que se supone que pagamos unos impuestos para ello, y que tengo mis dudas, en algunos casos, de que ese dinero se emplee realmente con ese fin. De cobrar, debería cobrarse por algún valor añadido: una visita guiada, un recuerdo, una postal, etc...

    Salud

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    1. Es que son las instituciones las que cobran, pues los seguratas que hay en mi catedral y que no permiten el paso a ciertas partes creo que los paga la Junta. Yo comprendo que mantener una catedral cuesta mucho dinero y acepto que se le saque un provecho turístico, pero eso debería ser compatible con que si yo, por ejemplo, soy devota de la Virgen de la Antigua (es un suponer) tenga acceso a su altar aunque esté en la parte reservada a la visita turística.

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    2. Es verdaderamente complicado, pero en estos casos creo que la manera de ser menos injustos con casos como el tuyo sería de permitir el acceso gratuito a todos los vecinos de la localidad... El culto y la devoción, que es para lo que se crearon esos lugares, están siendo sustituidos por las visitas indiscriminadas de curiosos y turistas.

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