Pocas cosas resultan tan placenteras como la de comenzar la lectura de un libro recién llegado a casa, una tarde de lluvia y viento como ésta. Una lectura, por cierto, tan prometedora y esperada a lo largo del tiempo pasado como la que me ofrece la conocida obra del gran Kazantzakis.
Como punto de partida, el recuerdo de la visita a su tumba en Heraklion, donde su célebre epitafio reza, a modo de prólogo de las páginas que voy a leer, aquello de:
Δεν ελπίζω τίποτα, δε φοβούμαι τίποτα, είμαι λέφτερος
No espero nada, no temo nada, soy libre