lunes, 21 de marzo de 2016

Raíz de hierba


“El hermano mayor de mi compañero de clase representaba a mis ojos el símbolo de la revolución por lo mucho que le gustaba contar las aventuras de sus viajes como guardia rojo. Pero un día una flauta de bambú cayó en sus manos y quien tanto disfrutaba compartiendo sus fantásticos relatos se volvió de repente un ser reservado y taciturno. Conservo su imagen cada vez que regresaba del campo a casa de sus padres con un desgastado petate de lona en la mano derecha, la flauta en la izquierda y unas viejas zapatillas de deporte llenas de barro; la misma estampa de cuando se volvía a marchar, solo que al partir sus zapatillas estaban relucientes porque su madre se había encargado de limpiarlas. Los días que pasaba en casa se quedaba sentado en la ventana tocando entrecortadas melodías de la revolución que en su flauta perdían el ardor y el ímpetu revolucionario y adquirían un tono lánguido y decadente. A veces simplemente se apoyaba en el alféizar con la mirada perdida y si nos acercábamos a hablar con él se limitaba a observarnos sin inmutarse.”

Yu Hua es, seguramente, uno de los autores chinos más reconocidos actualmente. El autor de “Vivir” y “Crónicas de un mercader de sangre” es, a día de hoy, el más digno heredero de aquél poliédrico Lu Xun que abrió la narrativa china a la modernidad con ese “Diario de un loco”, en cuyas primeras líneas, el protagonista tiene ya la sensación de que el mundo que la rodea no es normal y dice:

“Si no, ¿por qué el perro de los Zhao me ha mirado así?”

En el mismo libro en el que cuenta lo que dice el párrafo que abre esta anotación, Hua explica que la palabra shanzhai, que actualmente sirve para denominar a todo lo que es una imitación, hacía referencia originalmente a una aldea de montaña protegida por una empalizada o cualquier fortificación. Más tarde, cuenta, se amplió su definición y pasó a utilizarse  para referirse a zonas de miseria o lugares donde habitaba gente pobre. En el pasado se aplicó también a las guaridas de forajidos y bandoleros, implicando por extensión todo lo que escapaba a la jurisdicción del gobierno, incluidas, como se adelantaría a completar lleno de alborozo un acólito de la SGAE, las copias, o la imitación, como dice nuestro autor.

Esa shanzhai de la realidad, esa copia, es la que me encontré por sorpresa en “China en diez palabras”, que me puse a leer un poco por agradecimiento al buen sabor de boca que me habían dejado otras obras del mismo autor. Bueno, lo de buen sabor de boca es un modo de decir que me gustaron, pues entre sus líneas encontré mucho dolor, nostalgia, cierto providencialismo y, sobre todo, cantidad de testimonios de primera mano disfrazado de ficción novelada.

El título de “China en diez palabras”, puede hacernos creer que nos encontramos ante la típica guía o diccionario divulgativo para alimento de las personas que pretenden conocer sin profundidades… Pero nada más lejos de esa idea que lo que es este libro. Alguien ha cometido un error con el título.

Yu Hua, repasa su vida y la de su país a lo largo de estos últimos 50 años, desde la Revolución Cultural hasta el día de hoy, como testigo de los profundos cambios que ha sufrido aquella sociedad, empleando para ello diez conceptos -mejor que palabras-, que son los que adornan la portada y no me voy a tomar el trabajo de transcribir. Sólo hablare brevemente de uno más que creo que refleja perfectamente el contenido del libro.

El término chino caogen hace referencia a la “raíz de hierba”, es un término que en los últimos años, según Hua, ha tomado prestado otro de los significados que tiene su traducción inglesa, grassroots, para referirse a la gente de a pie.  

Es a esta raíz de hierba a la que dedica especialmente sus observaciones, el relato de sus vivencias y evocadores recuerdos, como el del hermano de su amigo, que tras un brillante inicio como guardia rojo recorriendo el país, termino apagándose hasta extinguirse un día, mientras iba camino del campo al que acudía a trabajar.

Es quizá este gusto por retratar a la raíz de hierba, más real que la falsa imitación de arquetipos que pretende las grandes historias, lo que hace que la lectura de este libro se convierta en un viaje intenso, lleno de emociones, de aprendizaje y hallazgos que merece ser  hecho para conocernos un poco más a nosotros mismos a través de los demás, de aquellos que aún siendo tan lejanos, en la profundidad de su ser se pueden mostrar tan semejantes a nosotros.

Preparando mi visita a las tierras de Jaén, di con la historia de los diferentes hitos de la caminería de la provincia: el puente del obispo, la cruz de Mendoza, el humilladero del nicho de la legua, el vítor de Carlos III, varios leguarios y ventas –entre ellas una muy curiosa, la del Chaval-, y la Cruz del Muerto, en el antiguo camino de Granada, hoy vía pecuaria que de Jaén llega a la Cerradura. Esta cruz, que ya no debe existir, señala el lugar donde se encontraron ensangrentadas las ropas de una mujer que fue atacado por los lobos…

Al leer esta historia, recordé rápidamente la del guardia rojo que menciona Hua, las que relataba Domenico Laffi en su “Viaje a Poniente”, o las de la bestia de Gévaudan… En cierta manera, el libro de Hua, además de explicar de manera muy clara lo que ha ocurrido con aquél país, es el relato de su vida y la de otras muchas que no son otra cosa que esa raíz de hierba, nosotros mismos, que poblamos con nuestras esperanzas, anhelos y desilusiones las tierras de arcilla, arenosas o empantanadas que nos han tocado en suerte.