El mito de Atrahasis, nombre que significa ‘El Muy Sabio’, comenzó
a ser conocido gracias a una tableta de arcilla escrita en cuneiforme y encontrada en Nippur en el año 1895. Fue traducida por
primera vez casi dos décadas después por A. Poebel, una de las mayores autoridades en
lengua sumeria del siglo XX. No obstante, el fragmento hallado era pequeño, y
no se llegaba a comprender completamente el sentido, la evolución y riqueza del
texto. De hecho, cuentan que durante mucho tiempo se consideró que el reverso
era la cara delantera de la tablilla.
Afortunadamente, estos textos se hacían para ser copiados y
distribuidos por todos los rincones del reino, por lo que en sucesivas
excavaciones fueron apareciendo más fragmentos que permitieron al asiriólogo
danés Jørgen Læssøe organizar el
texto y concluir que se trataba del Génesis más antiguo que se conoce, el cual
abarca toda la historia de la humanidad desde el mismo momento de su creación
hasta el final del Diluvio. Unos diez
años después W.G. Lambert, apoyándose en el estudio precedente, recopiló todos
los fragmentos del poema que conservaba el British Museum, entre los que se
encuentra la versión más antigua, firmada por un tal Kasap-Aya. Esta firma
permitió datar con relativa exactitud la fecha de su redacción, pues se sabe
que Kasap-Aya realizó su trabajo bajo el reinado del cuarto sucesor de
Hammurabi, Ammi-Saduqa (1646-1626). Seguramente el poema fue creado durante el
siglo anterior, a partir de la recopilación de diferentes mitos tradicionales
de la región mesopotámica en los que se habla de la creación de los hombres,
del motivo de dicha creación, del Diluvio, y de Athrahasis, que es el Noé del
Viejo Testamento.
Gracias a los diferentes hallazgos arqueológicos y
traducciones que se vienen llevando a cabo desde 1895, se han podido
reconstruir aproximadamente las dos terceras partes del poema, que en su
versión más antigua contaba exactamente con 1245 líneas, tal y como apunta
cuidadosamente al final de su copia el diligente Kasap-Aya.
La falta de un tercio del texto
original, hace que algunas partes resulten terriblemente arduas, complejas o
enigmáticas, y que se hayan perdido irremediablemente, al menos hasta hoy,
pasajes enteros del poema.
Atrahasis
es el nombre del héroe del diluvio del que habla este mito, aunque en realidad
tenga un papel secundario en el conjunto de la historia. El protagonismo que se
le quiere dar quizá se deba al deseo de ejemplarizar a una persona que fue
salvada del infortunio junto a su familia, gracias a su sabiduría y piedad. Realmente,
el mito trata principalmente de la vida de los dioses en los orígenes y de lo
que motivó la creación del hombre. El poema abre así:
Cuando los
dioses (hacían) de hombres,
Tenían
que trabajar y estaban atareados:
Su tarea
era considerable,
Su
trabajo pesado, su labor infinita.
En un principio,
los dioses debían procurarse la comida, la bebida,
trabajando ellos mismos. En un
momento dado, hartos de esta existencia, los dioses superiores, consiguen
descargar todo el trabajo sobre los inferiores o Annunaki, los cuales, conscientes
de su naturaleza también divina, no tardaron en rebelarse.
Enlil, asustado por la revuelta,
convocó a Anu y a Ea a consejo. Ea comprendía que los dioses
inferiores estuvieran hartos de tanto trabajar, y propuso una solución que resolviese el conflicto laboral divino y librase a los dioses de
una vez por todas del pesado trabajo de la tierra: crear unos seres que trabajasen en lugar de los dioses y les entregaran directamente los alimentos. Bastaría con matar al dios incitador de la rebelión y, mezclando su sangre
con la arcilla de la tierra, crear a los primeros hombres y mujeres.
Ea abrió la boca
y dijo a los
grandes dioses: …
Que se degüelle a
un dios…
Con la carne y la
sangre de ese dios
que Nintur mezcle
la arcilla,
a fin de que el
dios y el hombre
se encuentren
mezclados en la arcilla…
“¡Sí!”, respondieron
en la asamblea
los grandes
Anunakis, que fijan los destinos…
Allí mismo, en su asamblea general, los dioses
degollaron al dios rebelde, y con su sangre y arcilla la diosa madre Nintur
creó siete hombres y siete mujeres. A partir de entonces los dioses ya no
necesitaron trabajar más. Pero apenas habían pasado mil doscientos años cuando
un nuevo problema apareció: el del crecimiento demográfico de la humanidad, con
su secuela de molestias y trastornos. Cada vez había más gente, y la gente
armaba cada vez más ruido, molestando a los dioses en su descanso.
El país era tan ruidoso como un toro que bramaba.
Los dioses
crecían agitados y sin paz, con los disturbios ensordecedores,
Enlil también
tuvo que escuchar el ruido.
Él se dirigió
a los dioses superiores,
El ruido de humanidad se ha hecho demasiado
grande,
pierdo el sueño con los disturbios.
Dé la orden que la -surrupu-
(enfermedad) estalle.
Durante varios milenios, Enlil les
envía a los hombre diferentes castigos de los que éstos se evaden con mayor o
menos fortuna, gracias a la intervención de diferentes dioses, hasta que por
fin decide
enviar un diluvio universal. Pero Ea advierte a su protegido, Atrahasis,
aconsejándole que construyera un barco e introdujera en él a su familia y
parientes, así como a parejas de animales, tanto domésticos como salvajes. Así
lo hizo éste, cerrando con brea la escotilla en cuanto se inició el tremendo
diluvio.
Adad rugió en las nubes.
Al oír la voz del dios,
Atrahasis hizo cerrar la
escotilla con brea.
Adad seguía rugiendo en las
nubes.
Los vientos se enfurecían.
(Atrahasis) cortó las amarras y
dejó libre el barco…
El diluvio se desencadenó.
Su violencia, como un azote,
cayó sobre los hombres.
Uno ya no podía ver al otro,
ya nadie se reconocía en medio
de la destrucción .
El diluvio rugía como un toro,
El viento ululaba como un
águila rugiente.
Las tinieblas se espesaban y no
se veía el sol.
Gracias a este ardid de Ea, la humanidad
sobrevivió de nuevo. Y los dioses, que durante el diluvio no habían recibido
sacrificios, ante la perspectiva de tener que volver a trabajar ellos mismos,
aceptaron la existencia de los hombres, aunque tomando algunas medidas
tendentes a limitar su crecimiento demográfico.
El Mito de Atrahasis es, junto al de Enki y
Ninhursag, y las epopeyas de Gilgamesh y la Creación o Enuma Elish, las principales
fuentes de las que bebió la religión hebrea, y por extensión la cristiana y
musulmana, para los relatos que hablan de diluvios universales, jardines
paradisiacos, serpientes que conducen al pecado, hombres creados de arcilla,
arcas llenas de animales, etc…
De todo esto, y de otros muchos paralelismos más, habla Nicole
Vray en su Libro “Les mythes foundateurs de Gilgamesh à Noé”, lo cual, aún no
resultando novedoso para ninguno de nosotros, nos ofrece la posibilidad de
verlo desarrollado en un libro con todo lujo de detalles, lo cual no es poco.
Es más, en sus páginas trata también cómo ese contagio pudo
trasladarse también a cuestiones más fundamentales de la religión, como es la
del supuesto monoteísmo. Me explico.
Vray menciona a Nabonido (556-539 a.c.), último rey de la
dinastía neobabilónica, el cual, al igual que Akhenaton más de 600 años antes,
había obligado a declarar en el reino la preeminencia de un dios, Shin, dentro
del panteón religioso del reino. Esto como es de imaginar, provocó las iras de
la clase sacerdotal, en especial la dedicada al culto de Marduk. Nabonido,
además, se ausentó de Babilonia durante varios años, faltando a la celebración
del akitu –algo así como el año nuevo-, algo que no había ocurrido nunca, y que
suponía despertar las iras de los dioses contra el reino.
El caso es que, a ojos de los fieles a la antigua religión, la
respuesta no se hizo esperar: el clero se rebeló, y los dioses mostraron su
irritación con el envío de unos invasores extranjeros, que derrotaron a Nabonido
en el campo de batalla, y a las órdenes de su rey Ciro, enriquecieron su
imperio con la toma de Babilonia en 539 a.c.
Pero en toda esta historia hay algo, que es lo que más me ha
llamado la atención, y que, en cierto modo, es consecuencia de los debates
habido entre expertos en relación al supuesto monoteísmo
del último rey neobabilónico. Según parece, la conclusión a la que han llegado
es que éste no era estrictamente monoteísta, como parece que no lo fue tampoco
Akhenaton, sino henoteísta… Reconozco haber desconocido el término hasta ahora,
pero realmente viene como anillo al dedo a una realidad que fue en aquél entonces:
el henoteísmo es una variante del politeísmo en la que se considera que hay un
dios superior al resto, y que es el único al que hay que adorar como tal.
A mi entender, el catolicismo también ha heredado algo de ese henoteísmo, aunque sea de una manera más velada: se rinde culto a
un dios único, pero en torno a él existe una legión de santas, santos y
arcángeles, a los que se adora también con la esperanza de obtener su
protección. Quizá esto sea lo que para mí da color y realismo a una religión: las interesantes historias de héroes y villanos que intercambian sus papeles según las circunstancias. Por no hablar claro está, de la crudeza con la que se muestra el orden social que existe entre quienes gobierna los cielos, y los mortales que sólo viven para satisfacer sumisamente sus necesidades.
Tan actual como hace tres mil años.