Ahora tenemos ante nosotros un
nuevo camino que descubrir…
El 4 de noviembre de 1966, un
terrible aguacero que tuvo lugar el día anterior, elevó 11 metros el nivel del
rio Arno arrasando la ciudad de Florencia. Se calcula que cayeron alrededor de
180/200 litros por metro cuadrado. Se dice que tras la inundación de 1333 había
sido tan concienzudos en la reconstrucción del Ponte Vecchio que, lejos de
derribarlo, la crecida se encontró con un muro de contención que la desvió hacia
el interior de la ciudad antigua.
En la Galería de los Uffizi un
grupo de personas tuvo que enfrentarse con el agua y el fango para salvar las
obras de Masaccio, Giotto, Fra Angelico, Simone Martini, y otros tantos
autores.
El Museo de Historia de la Ciencia, en el Palazzo Castellani, fue atacado sin
piedad por una inmensa ola, que derribó el robusto portón, llevándose por
delante una valiosa colección de instrumentos científicos pertenecientes a los duques
de Florencia. La entonces directora, que vivía en el palacio, pudo rescatar los
telescopios y lentes de Galileo, antes de saltar por una ventana para ponerse a
salvo.
Un grupo de jóvenes, procedentes
de distintos puntos de la comarca, se reunieron frente a la Biblioteca Nacional
formando largas cadenas humanas que se pasaban de uno a otro los libros y
manuscritos que todavía podían rescatarse de la marea de lodo. Desde entonces,
a estos voluntarios se les conoce en Florencia como “los ángeles del lodo”.
Las aguas llegaron a abrir las
pesadas puertas las puertas de bronce del Baptisterio. El lodo cubrió la
Magdalena de madera de Donatello que había en el interior, arrastró y golpeó
contra las jambas las puertas del paraíso de Ghiberti, perdiendo cinco de los
diez paneles, mientras que a las de Andrea Pisano les arranco dos paneles.
Afortunadamente todos ellos fueron encontrados trtas la riada.
Cincuenta años antes, ese mismo
día noviembre de 1916 estaba dando a su fin la batalla de Le Transloy, uno de
los últimos y más sangrientos episodios del Somme, ejemplo de hasta dónde
pueden empujar unos pocos seres humanos a otros, para convertir sus ambiciones
e ineptitudes en mares de sangre.
En un lugar muy alejado de allá,
en Colombia, ese mismo día del año 16, un líder indígena de nombre Quintín Lame,
tras salir de la prisión en la que había sido encerrado acusado de intentar
crear una república indígena, entró al
pueblo de Inzá, acompañado de mil quinientos seguidores. En la plaza principal
entonaron el himno nacional, asistieron a misa y en una improvisada arenga el
líder indio ordenó a sus cabildos tomar posesión de esas tierras, concedió diez
días a los propietarios blancos para que abandonaran sus predios y demandó que
los terrenos fueran entregados a los indígenas. Quintín Lame anunció que
regresaría al domingo siguiente. Ese anunció aterró a los grandes propietarios,
quienes se dieron a la tarea de organizar grupos armados para enfrentarse a
Lame cuando regresara…
El tiempo corre lleno de
acontecimientos, y el que separa a la entrada de Lame y la batalla del Somme
con el desastre de Florencia, es el mismo que el que hay entre esta última
fecha y el día de hoy. O mejor dicho: de mañana, pues estas líneas las escribo
y dejo programadas para que se publiquen un día antes de éste 4 de noviembre,
ayer, momento desde el que les escribo.
Hace exactamente diez años anoté en
mi blog de entonces algo que seguramente les dará la clavé del porqué de lo que
les he contado hasta ahora. Basta con que entren en él, si les place, y
entiendan que no se trata de otra cosa que de un juego. Un juego al que podemos
llamar vida.
Y mientras leen estas líneas, es
posible que esté volando, o lejos de aquí o del lugar en el que estén… A no ser
que se encuentren allá a donde voy.
Estas cosas son las que tiene el
tiempo.
Éste en el que les escribo y aquél en el que me lee cada uno de
ustedes:
“El tiempo pasa. Escucha. El tiempo pasa.
Acércate más.
Solo tu puedes oír cómo
duermen las casas en las calles de la lenta, profunda, salobre, tiniebla del
vendaje nocturno. Sólo tú puedes ver, en los dormitorios de postigo echado, la
ropa interior y las enaguas reposar en las sillas, las jarras y los
aguamaniles, las dentaduras postizas hundidas en los vasos, las Tablas de la
Ley colgadas en la pared, las amarillentas fotografías de unos muertos que
todavía esperan que salga el pajarito. Sólo tú puedes oír y ver, tras los ojos
de cuantos duermen, los movimientos y los países, los laberintos, los colores,
los duelos, los arcoiris y las melodías, los vuelos y deseos, las caídas, las
desazones y la vastedad de los mares de sus sueños.
Desde donde estas puedes oír
sus sueños.”
(Dylan Thomas)