jueves, 24 de noviembre de 2016

Para un amigo


No te pares frente a mi tumba ni llores.
No estoy allí, yo no duermo.
Soy los mil vientos que soplan.
Soy los brillos de diamante en la nieve.
Soy la luz del sol en el grano maduro.
Soy la lluvia apacible del otoño.
Cuando despiertes en la quietud de las mañanas,
Soy el vuelo de pájaros silenciosos que se elevan
en círculos,
Soy las suaves estrellas que brillan en la noche.
No te pares frente a mi tumba ni llores,
No estoy allí, yo no he muerto.
(Poema de autor desconocido)
Hace ya algún tiempo que me encontré con este poema que guardaba en alguno de mis anteriores blogs. Hoy he querido ponerlo aquí en solidaridad con la perdida que ha sufrido un muy querido amigo.
Salud y ánimo José Antonio!

viernes, 4 de noviembre de 2016

Desde donde estás puedes oír sus sueños


Ahora tenemos ante nosotros un nuevo camino que descubrir…

El 4 de noviembre de 1966, un terrible aguacero que tuvo lugar el día anterior, elevó 11 metros el nivel del rio Arno arrasando la ciudad de Florencia. Se calcula que cayeron alrededor de 180/200 litros por metro cuadrado. Se dice que tras la inundación de 1333 había sido tan concienzudos en la reconstrucción del Ponte Vecchio que, lejos de derribarlo, la crecida se encontró con un muro de contención que la desvió hacia el interior de la ciudad antigua.

En la Galería de los Uffizi un grupo de personas tuvo que enfrentarse con el agua y el fango para salvar las obras de Masaccio, Giotto, Fra Angelico, Simone Martini, y otros tantos autores.

El Museo de Historia de la Ciencia, en el Palazzo Castellani, fue atacado sin piedad por una inmensa ola, que derribó el robusto portón, llevándose por delante una valiosa colección de instrumentos científicos pertenecientes a los duques de Florencia. La entonces directora, que vivía en el palacio, pudo rescatar los telescopios y lentes de Galileo, antes de saltar por una ventana para ponerse a salvo.

Un grupo de jóvenes, procedentes de distintos puntos de la comarca, se reunieron frente a la Biblioteca Nacional formando largas cadenas humanas que se pasaban de uno a otro los libros y manuscritos que todavía podían rescatarse de la marea de lodo. Desde entonces, a estos voluntarios se les conoce en Florencia como “los ángeles del lodo”.

Las aguas llegaron a abrir las pesadas puertas las puertas de bronce del Baptisterio. El lodo cubrió la Magdalena de madera de Donatello que había en el interior, arrastró y golpeó contra las jambas las puertas del paraíso de Ghiberti, perdiendo cinco de los diez paneles, mientras que a las de Andrea Pisano les arranco dos paneles. Afortunadamente todos ellos fueron encontrados trtas la riada.

Cincuenta años antes, ese mismo día noviembre de 1916 estaba dando a su fin la batalla de Le Transloy, uno de los últimos y más sangrientos episodios del Somme, ejemplo de hasta dónde pueden empujar unos pocos seres humanos a otros, para convertir sus ambiciones e ineptitudes en mares de sangre.

En un lugar muy alejado de allá, en Colombia, ese mismo día del año 16, un líder indígena de nombre Quintín Lame, tras salir de la prisión en la que había sido encerrado acusado de intentar crear una república indígena,  entró al pueblo de Inzá, acompañado de mil quinientos seguidores. En la plaza principal entonaron el himno nacional, asistieron a misa y en una improvisada arenga el líder indio ordenó a sus cabildos tomar posesión de esas tierras, concedió diez días a los propietarios blancos para que abandonaran sus predios y demandó que los terrenos fueran entregados a los indígenas. Quintín Lame anunció que regresaría al domingo siguiente. Ese anunció aterró a los grandes propietarios, quienes se dieron a la tarea de organizar grupos armados para enfrentarse a Lame cuando regresara…

El tiempo corre lleno de acontecimientos, y el que separa a la entrada de Lame y la batalla del Somme con el desastre de Florencia, es el mismo que el que hay entre esta última fecha y el día de hoy. O mejor dicho: de mañana, pues estas líneas las escribo y dejo programadas para que se publiquen un día antes de éste 4 de noviembre, ayer, momento desde el que les escribo.


Hace exactamente diez años anoté en mi blog de entonces algo que seguramente les dará la clavé del porqué de lo que les he contado hasta ahora. Basta con que entren en él, si les place, y entiendan que no se trata de otra cosa que de un juego. Un juego al que podemos llamar vida.


Y mientras leen estas líneas, es posible que esté volando, o lejos de aquí o del lugar en el que estén… A no ser que se encuentren allá a donde voy.

Estas cosas son las que tiene el tiempo.

Éste en el que les escribo y aquél en el que me lee cada uno de ustedes:

“El tiempo pasa. Escucha. El tiempo pasa.

Acércate más.

Solo tu puedes oír cómo duermen las casas en las calles de la lenta, profunda, salobre, tiniebla del vendaje nocturno. Sólo tú puedes ver, en los dormitorios de postigo echado, la ropa interior y las enaguas reposar en las sillas, las jarras y los aguamaniles, las dentaduras postizas hundidas en los vasos, las Tablas de la Ley colgadas en la pared, las amarillentas fotografías de unos muertos que todavía esperan que salga el pajarito. Sólo tú puedes oír y ver, tras los ojos de cuantos duermen, los movimientos y los países, los laberintos, los colores, los duelos, los arcoiris y las melodías, los vuelos y deseos, las caídas, las desazones y la vastedad de los mares de sus sueños.

Desde donde estas puedes oír sus sueños.”

(Dylan Thomas)