lunes, 25 de septiembre de 2017

Mortifiement de Vaine Plaisance


El manuscrito de “Mortifiementde Vaine Plaisance” que conserva la colección Bodmer en Suiza, es quizá la versión de mayor calidad que existe de las que se crearon para iluminar este poema alegórico sobre el debate entre alma y el corazón. Existen otras versiones, trece aproximadamente, pero ésta es superior, pues contiene ocho magníficas joyas primorosamente ejecutadas hacia 1470 por Jean Colombe, autor ya para entonces muy experimentado, y reconocido por su participación en trabajos como el de  “Las muy ricas horas del duque de Berry”.

El grupo de ilustraciones de “Mortifiement…” se abre con la que representa a una mujer vestida de blanco, suponiéndose que es la personificación del alma devota del donante que abraza su corazón contra el pecho. En apariencia es una escena encantadora, llena de ternura y delicadeza. Sin embargo, si la miramos detenidamente e intentamos traducirla, vemos que hay algo en ella que puede resultarnos inquietante: la casa está en ruinas, el pavimento roto, levantado, y la misma pared se hubiera caído si no fuera por ese refuerzo hecho con un tosco tronco. Sí, la casa es el envoltorio carnal del donante, arruinado por un corazón lleno de anhelos terrenales… A lo lejos, una espléndida fortaleza parece querer recordarnos a todos que la salvación es posible si abandonamos nuestras vanas pasiones.

Parece ser que el autor del poema, René de Anjou (1409-1480), Rey de Sicilia, Duque de Anjou y Conde de Provenza, no pasaba por una buena racha cuando lo compuso. Y eso se nota: acababa de regresar de una infructuosa campaña en Italia, que había dejado sus arcas totalmente arruinadas, y poco antes había muerto su mujer, Isabelle de Lorraine, pérdida por la que se mostraba inconsolable, roído por el miedo a la muerte y obsesionado por la búsqueda quién sabe si más del consuelo ante lo desconocido, que de la salvación.

"…considerando que el tiempo vivido del que todos tenemos que dar cuenta pasa incesantemente, como agua de río sin parar, y se va sin volver, y por negligencia a menudo lo perdemos sin tener posibilidad de recuperarlo…"


La segunda ilustración del grupo nos muestra como la pobre alma solitaria recibe la visita de dos mujeres de aspecto un tanto extraño. La primera de ellas parece no dar importancia a presentarse de visita con una espada flotando horizontalmente sobre la cabeza. Éste que es uno de los primeros detalles que me llamo la atención del conjunto, es un recurso que desconocía hasta aquí, y que parece ser el símbolo de la justicia divina… De hecho, en la hoja de la espada puede leerse la inscripción “Divina Iusticia”, lo cual hace fácil entender que su afortunada portadora responda al nombre de Temor de Dios.

Con ella llega Contrición, que tampoco tiene desperdicio: envelada, descalza, con los senos desnudos, y provista de un pequeño látigo de ramitas, listo para batir a los penitentes y privarlos de cualquier deseo de reincidencia… Ambas exhortan a Alma para que abandone los placeres inútiles que el corazón le ha llevado a apreciar tanto, por medio de una moralina tan al uso como que: 

"La perfección no está en llevar una vida pomposa, ni ser victorioso con los ejércitos... la verdadera y perfecta bendición no se encuentra en la estatura, ni en la fuerza del cuerpo, ni en la belleza de nadie, la sutileza o la exquisita elocuencia…”


Para hacer patente la incomodidad que le producen en ese momento los vicios y los placeres de la vida cortesana, René pretende a estas alturas –elevadas, sin duda- del poema, acercarse a los más humildes, a aquellos en los que el ideal de la simplicidad se ha cebado convirtiéndoles, contra todo pronóstico y realidad, en los seres más afortunados de aquél tiempo. René se despacha entonces con tres parábolas: la del carretero, la de la mujer pobre y la de la ciudad asediada… para que los más humildes, y con ellos también su alma, llegaran a entender lo que pretendían Temor de Dios y Contrición.

No parece que lo lograra, y mucho menos que consiguiera "hacer reír a la gente común", como se lee que manifestó al arrancar con esta obra. Y es que sin lugar a dudas, a le bon roi René, le perdía su amor por los bellos libros, como lo hacían también la teología, las novelas de caballería, la poesía y en general todo aquello que contenían los innumerables volúmenes que llenaban su biblioteca real. Y con dicho bagaje era muy difícil para un rey "hacer reír a la gente común".


Ya estamos fuera de la casa-cuerpo, Temor de Dios y Contrición han logrado arrastrar a Alma a la luz, sacándola de su miserable morada, llegando incluso a quitarle de las manos su corazón lleno de vicios con el pretexto de cuidarlo, de "purificarlo”, según aseguran.

Es curioso observar el detalle de cómo Alma se viste para salir a la calle, cubriéndose con ese manto o capa azul que hasta entonces había permanecido desparramada por el suelo, como queriendo mantener esos hermosos contrastes rojo-azul que demuestran un magnífico dominio de los colores por parte de su autor.

De hecho, como mecenas de las artes, el rey René se rodeaba de lo mejor cuando se trata de ilustrar sus escritos: durante toda su vida encargó a los copistas e ilustradores más reputados del momento que reprodujeran sus obras con bella caligrafía y luminosas ilustraciones, que luego entregaría como un obsequio más en sus intercambios diplomáticos. De hecho, se dice que para la ilustración de este libro había hecho el encargo a Barthélemy van Eyck, uno de los grandes de su época, pero que murió al poco, por lo que fue entonces cuando se llamó para continuarlo a Jean Colombe.


Muy dentro de las intenciones que le íbamos adivinando a Contrición, el corazón es llevado a un hermoso jardín donde otras tres mujeres con nombres tan en la línea de las anteriores, como son Fe, Esperanza  y Caridad, personificaciones de las virtudes teológicas,  junto con Gracia Divina, se esmeran en clavar al corazón en una cruz y atravesarlo con una lanza para liberarlo así de la vanidad, todo ello en clara referencia a la Imitatio Christi, por medios un tanto contundentes. 

El manuscrito original de “Mortifiement de Vaine Plaisance” ha desaparecido, sin embargo, ese afán de su autor por encargar copias para repartirlas entre sus visitas diplomáticas ha hecho que, a día de hoy,  se conserven aún trece copias, lo cual no es poco. De todas ellas, es ésta de Colombe, que se conserva en la Fundación Martin Bodmer en Suiza, la de ilustraciones de mayor calidad. Hay otras copias, por ejemplo la de The Morgan Library & Museumpero no llegan a tener la calidad de ésta. 

Como todo manuscrito que se precie, merece capítulo aparte la narración del recorrido que ha hecho desde su creación hasta hoy en día. Éste por ejemplo, después de haber pertenecido al emperador Carlos VI, quedó depositado en las estanterías de la Biblioteca Nacional de Viena, donde fue robado en 1825. Nada se sabría de él hasta 1951, si no fuera porque hojeando el libro, uno puede descubrir en el reverso de la portada, una inscripción fechada 1840 que dice que estaba "Dado a Madame Agathe Odilon Barrot por su amiga Zoé de Valuzé".

Mientras preparaba estas líneas, la malsana curiosidad me ha enredado en la búsqueda de quiénes eran estas dos mujeres: la tal Agathe Barrot (Defossés, de soltera) (1803 - 1859) casó con Camille Hyacinthe "Odilon" Barrot (1791-1873) motivo por el cual, siguiendo la costumbre de aquellos países, adoptó los apellidos de su marido, el cual llegó a ser primer ministro en tiempos de Napoleón III. 


En cuanto a Zoé de Valuzé, resulta un poco más difícil encontrarla, aunque al revisar algunas transcripciones de la nota, uno da con que el apellido es realmente Valazé, y coincide con el de la Louise-Suzanne-Zoe, que aparece en la lista de pensionarios del Bulletin des lois de la République Française, Volumen 14” (1839), por ser hija de uno de los conquistadores de Argelia, Éléonor Bertrand Anne Christophe Zoa Dufriche, baron de Valazé, y nieta del famoso, por aquél entonces, Charles Éléonor Dufriche-Valazé, célebre por haber preferido apuñalarse en pleno tribunal revolucionario al conocer su condena a muerte, el 30 de octubre de 1793, antes que dejarse guillotinar…

Conocidos ambas protagonistas del intercambio, y viendo que a partir de aquí puede obtenerse una cantidad ingente de información acerca de ambas personas, sin llegar a saber a ciencia cierta el motivo por el que estaba el manuscrito en sus manos –aunque me parece imaginarlo dado el poco margen que hay-, enderezo mi camino y vuelvo al poema del buen rey René.

Antes me gustaría apuntar, para completar el periplo, que en 1951compró el manuscrito a una familia anónima el célebre bibliófilo suizo Martin Bodmer, quién lo añadió a esa colección que conforma ahora una de las tantas bibliotecas en las que a más de uno nos gustaría perdernos.

Ahora sí, continuo y acabo.


Despues de la relajación a la que había sido sometido el corazón, éste vuelve a manos de Temor a Dios y Contrición todavía crucificado, y, como puede imaginarse, completamente traumatizado por lo que acaba de sufrir. Ambas se lo devuelven ya tranquilizado a Alma, que ha tenido tiempo suficiente para tomar conciencia del aspecto superfluo de los vanos placeres, de que no volverá a ellos más, y de que es en adelante el amor infinito a Dios lo que debe ser el motor de su vida. Más le vale …

En uno de los fragmentos más deliciosos del texto, René nos recomienda 

Pense à ton sort sans plus tergiverser, 
Ne rêve plus; agis: il est grand temps!
N’attends plus de secours d’aucune créature, 
Car nulle autre pour toi ne viendra plus plaider. 

En ocasiones cuesta interpretar este tipo de mensajes, y uno no tiene claro si tras esa prédica piadosa y ejemplar, no hay un temor profundo a lo desconocido, al descreimiento que produce el propio conocimiento, y al afán de relativizar todo, lindando en ocasiones con esos postulados que, por aquél entonces quedaban acotados muy lejos de ahí, en el oriente, de donde, eso sí, comenzaban a llegar las primeras noticias de mano de comerciantes y otros buscadores de fortuna.

Mientras tanto, los pensamientos de Jean Colombe marchaban por otros senderos, y los traducía en inscripciones que como marca propia de su taller, tenían la costumbre de anotar ocultas en todas sus miniaturas. Esta decía: 

 « Temps perdu pour Colombe »

Habiendo terminado ahora, tengo una sensación muy parecida a la del maestro iluminador, y supongo que tú, si has sido tan paciente de llegar hasta aquí, estarás pensando eso mismo en este momento.


sábado, 2 de septiembre de 2017

Las botas de Big Steve


El término “Hell on Wheels” (Infierno sobre ruedas) fue acuñado por el editor y periodista Samuel Bowles en alusión a las casas de juego, salas de baile, salones y burdeles de todas las clases, que brotaron a lo largo del trazado que los trabajadores del ferrocarril transcontinental fueron construyendo en dirección al oeste.

En ocasiones, aquellos lugares sobrevivían al avance de los trabajadores del ferrocarril, esperando a ser seguramente futuras estaciones de paso, centros comerciales en los que se pudiera hacer un buen dinero a cuenta del paso del Transcontinental. Esto es lo que ocurrió por ejemplo con Laramie, en Wyoming, escenario además de una de las más viejas historias de aquellos pistoleros que haría famoso al oeste americano.

El hombre que se ve en esta foto es Steve Long, aunque todos lo conocían como “Big Steve”. Fue sheriff y forajido a un mismo tiempo, y aunque la gran seguridad que tenía en si mismo hacía que se burlara de la muerte, las cartas del destino iban a jugar su baza contra él.

Big Steve apareció por  Laramie, Wyoming, tras la Guerra Civil. Allá se reunió con dos medio hermanos que habían ayudado a fundar el pueblo. Entre los tres abrieron un salón que no era otra cosa que una enorme tienda de campaña. Los vecinos, a espaldas de los hermanos Long, llamaban al local “el cubo de sangre” debido a la cantidad de violentas peleas que se daban en él.

La fama de los tres hermanos y su fuerte personalidad les facilitó mucho las cosas para ir haciéndose con algunos de los cargos de responsabilidad en Laramie. Responsabilidad que, como suele ocurrir, ellos transformaron en poder que ejercieron en beneficio propio.

A Long lo nombraron Sheriff y pronto se forjó una terrible fama de violento. Cuentan que rara vez arrestó a alguien, pues pasaba directamente a las palizas o los disparos. El 22 de octubre de 1867, por ejemplo, acudió a detener una pelea callejera y mató a cinco de los ocho hombres que había implicados en ella.

Con estas credenciales, no es de extrañar que a Long y sus hermanos les resultara extremadamente sencillo "convencer" a los colonos de que les vendieran los títulos de propiedad de sus tierras a precios ridículos. A los que se negaron, los mató Long alegando que lo había hecho en legítima defensa. Si la víctima no iba armada, se encargaba de proporcionar un rifle o una pistola a su cadáver para que nadie dudara de la inocencia del Sheriff.

Por fin, en octubre de 1868 un grupo de rancheros acompaña al sheriff del condado de Albany hasta el salón de los tres hermanos. Estaban allí, como si les esperaran. Sin demasiados protocolos, deciden ajusticiarlos. Seguramente iban ya dispuestos a ello, pues no podían esperar nada de la justicia de Laramie: Long era el sheriff y uno de sus hermanos el juez.

Long les pide que lo ahorquen sin botas. Mi madre siempre dijo que moriría con las botas puestas y no quiero darle el gusto, dijo.

Ahorcaron a los tres hermanos y los fotografiaron colgando, casi pegados, para que no hubiera duda de lo que habían hecho con ellos. Después, colocaron el cadáver de cada uno de los hermanos atados a un poste en las diferentes entradas al pueblo.

A Long le volvieron a poner las botas y lo fotografiaron de nuevo. Quizá pensaron en enviar la fotografía a su madre.