viernes, 26 de febrero de 2016

Para que yo hable de poesía



Para que por fin, después de tanto tiempo, me decidiera hoy a dedicar dos líneas a la poesía, han tenido que pasar muchas cosas. Tantas, que si uno creyera en predestinaciones, magias y mensajes cifrados de vaya usted a saber qué entidad, pensaría que el cúmulo de circunstancias coincidentes que han venido a agruparse en tan corto periodo de tiempo, eran cosa –en el mejor de los casos-, de alguna dulce musa que ha tenido a bien dar cuenta a mi entendimiento de la necesidad de ponerme a esto.


- ¿Para qué?

Creo que la inexistencia de una respuesta coherente, hace ya innecesario el seguir adelante en lo que me proponía. Sin embargo, a este que leen, le atraen de manera absolutamente instintiva, irracional, todos aquellos asuntos que son inútiles, que no sirven para nada…

Por ejemplo.

¿A quién demonios puede interesarle que, tras escribir la anotación anterior, me diera por buscar un paralelismo entre lo que hacía la bruja valenciana y los senninbari (千人針)? No sólo no interesa, si no que hay algo peor: es un conocimiento que no sirve absolutamente para nada. Y lo lamentable es que creo que eso es lo que me atrae de ello.

Volvamos al tema de la poesía.

El día pasado, la lectura de una entrada de nuestra amiga Una mirada…, despertó en mi el interés por conocer la obra de un poeta aragonés llamado Ángel Guinda. Reconozco no haberlo sabido de él hasta entonces, pero lo que pude leer a partir de ese momento, con ese estilo tan crudo y directo, me animó a buscar alguno de sus libros cuando me acercara a la gran ciudad más próxima. 

(En San Sebastián, dicho sea de paso, más allá de lo que se quiere etiquetar como tal en torno a don 2016, la cultura brilla por su ausencia, si no es en forma de ropa y comida).

Ayer, que me tocó pasar por Bilbao, cambié la hora de la comida por una visita a una conocida y bien aprovisionada librería del lugar. Pero fue una búsqueda inútil en lo que me llevaba a ella, aunque volviendo sobre el lugar que le pudiera corresponder a nuestro autor, y revolviendo entre Ángeles surtidos de G, di con un libro que hacía referencia a otro, muy conocido y apreciado por mí, del que no tenía ni idea de su existencia. Ni siquiera sabía que se había escrito algo, más o menos biográfico, sobre Ángel González.

Se trata de "Mañana no será lo que Dios quiera" de Luis García Montero, y aunque lo que viene de ese señor que aparece en el título, me da siempre que lo hace puesto en su boca por vaya usted a saber que anónima mano, si que el mío, mi mañana, se dibuja con esa vida escrita entre mis manos.

Y he recorrido ya un buen puñado de líneas sin apenas hablarles directamente de poesía, que era el motivo de esta anotación. Pero quizá no sea necesario, pues no quiero abrumarles con mi desconocimiento teórico o técnico sobre las dobleces del lenguaje en esta disciplina literaria. Mis primeras letras, así lo recuerdo, fueron de poesía. De hecho, creo que las de muchas personas lo fueron. Tuve además la suerte de dar con personas tan distraídas, que llegaron a publicarme algunas cuantas en revistas que trataban de ello, y había incluso quien las apreciaba sinceramente. Afortunadamente en este mundo hay de todo. Yo, en un ejercicio de humanidad, dejé hace mucho de intentar juntar unos versos que obligaran a nadie a leerlos.

Sin embargo, cuando hablo de poesía, no puedo evitar el recordar aquel entonces, cuando la realidad por fin nos arrancó a bofetones el cetro del mundo, para reflejarnos en el espejo en figura de un naufrago que intenta sobrevivir con los restos que la tormenta ha arrastrado a la orilla.

De entonces recuerdo los versos de Ángel González. Sobre todo aquellos que terminaban con eso de:

yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...


Y si ustedes han llegado a leer todo esto, sin saltarse una sola línea, ni jugar a la rayuela con mis párrafos, se preguntarán, seguramente bastante contrariados:

- A mí qué diablos me importa todo esto.

Y la verdad es que a mí, desde este lado de la pantalla, no me quedará otra que darles la razón: efectivamente, todo esto no puede interesar a nadie.

sábado, 13 de febrero de 2016

La bruja de Valencia


Según uno interprete el documento del que les voy a hablar a continuación, puede encontrar en lo que se cuenta, la trágica historia de una mujer que entregó su alma al diablo para recuperar el amor de su marido, la cual, lejos de alcanzar su fin, terminó vagando por este mundo enloquecida, llevando la desgracia a sus conocidos, para terminar encerrada en las cárceles de la inquisición.

Pero esto no es más que una de tantas lecturas... ¿o no? 

Ocurre que los restos que llegan hasta nosotros del pasado, lo hacen de tal modo, que parecen arcilla en manos del curioso, del historiador o del charlatán, pues permiten moldear diferentes imágenes de lo que en ellos se puede leer. Puede darse el caso de que el texto, merced a su brevedad, y según la predisposición que mostremos ante él, lo mismo puede mostrarse como una fábula a medio camino entre la historia de Juana la Loca y la Fausto; un claro ejemplo de esquizofrenia, o carnaza mistérica para los alucinados seguidores de los programas milenaristas.

Suya es la elección, pero permítanme que yo haga lo propio, y con la mayor delicadeza posible vaya dando la forma que considere más oportuna en cada momento, a la información que he podido extraer de las 12 páginas que forman este legajo, conservado en la sección Inquisición del Archivo Histórico Nacional, con la signatura 3722 Exp.40, y una descripción del área de contenido y estructura que dice:

“Alegación fiscal del proceso de fe de María Gosalvez, vecina de Valencia, seguido en el Tribunal de la Inquisición de Valencia, por magia”

Conviene aclarar que las alegaciones fiscales extractaban los expedientes originales remitidos por los diversos tribunales al Consejo de la Inquisición: toda la documentación que enviaban los diferentes tribunales pasaba al relator, que redactaba el extracto -la alegación fiscal- y, con ello, el Consejo tomaba una decisión que era enviada de nuevo al tribunal correspondiente, devolviéndose la documentación original. Las alegaciones fiscales se caracterizaban por su carácter eminentemente sintético, que resumía los hechos más importantes y las calificaciones. En muchos casos la alegación tenía la extensión de una o dos caras de folio, aunque en los casos más complicados podía llegar a ocupar diez o más caras.

Este es el motivo por el cual, el documento resulta breve, con grandes lagunas -la más importante referida a su datación que, a primera vista, sólo nos permite intuir que ocurrió a mediados del siglo XVIII-, y hace continua referencia a declaraciones y varios papeles que se contienen en otros documentos, que vaya usted a saber si se conservan.

Paso a dar forma a la historia.




El lugar en el que sucede la mayor parte de lo recogido en el documento es la cárcel de San Narcis de Valencia, la misma en la que algún tiempo después a los hechos que vamos a revivir, allá por los años 20 del siglo XIX, estuvo encerrado, a la espera de ser ejecutado, el maestro Gaietà Ripoll, la última víctima del tristemente conocido tribunal de la Santa Inquisición. Es también conocida por la razón de que, durante mucho tiempo, se encerraron en ella a los reos que esperaban ser embarcados en las galeras donde iban a cumplir sus penas.

En ella fue encerrada una mujer llamada Maria Gozalvez o Gonzalvez, de que la alegación no nos da la edad, pero que se supone que es avanzada, pues en varias ocasiones se refieren a ella como “la vieja” o “la vieja Gonzalvez”, y los testigos que manifiestan tuvieron alguna relación de amistad con ella han pasado la sesentena.

De entrada sabemos que Maria Gozalvez, viuda, vecina de Valencia, está presa en la cárcel de San Narcis “en virtud de la delación” y “por sospechosa de magia y pacto con el demonio”. La delación debió de ser obra de un tal Don José de Monserrat, presbítero Vicario de la Parroquia de San Salvador de Valencia, quien en una carta dirigida al tribunal de la inquisición, expone que Maria Gonzalvez, ha “maleficiado según dicen a una niña de doce años, llamada Carmela”.

¿En qué consistía el maleficio? Pues lo que deja deducir la alegación, es que la niña en cuestión era pariente –sobrina o nieta, posiblemente-, de una antigua amiga de la Gozalvez, con la que en los últimos tiempos se había enemistado, y como venganza –por lo menos a los ojos de la parte denunciante-, hizo que enfermara hasta el punto de haberse “buelto flaca y amarilla”.

El modo de maleficiar era bastante curioso. Para conocerlo, vamos a echar mano de la declaración de Rosa Serra, doncella de casa del Marques de Peris, de 18 años, la cual declara “que habrá mas de un año que estando la declarante un medio dia como a la una de la tarde en el zaguán de la casa de su amo, parada, y en pie, se llego a ella la reo, y sin haberla antes tratado y solo si visto venir alguna vez por limosna, la dixo si quería darla  una alfiler o ahuja con un poco de ylo, a que respondió que no la tenia con lo que se fue”. 

Hasta aquí, todo podría parecer más o menos normal, pero resulta que un tiempo después, charlando con Carmela y su madre, vino en contar lo que le había pasado con la Gozalvez, a lo que éstas le dijeron que “buena fortuna ha tenido vuestra merced, que si la hubiera dado la ahuja y el ylo también (…) se hubiera vuestra merced vuelto flaca y amarilla”.

Según le explicaron, el truco estaba en que con ese hilo prestado, la Gozalvez daba unas puntadas a una mantilla que llevaba consigo, y desde entonces la persona que se lo había dado era víctima del dichoso maleficio… Rebuscado, sí señor, pero seguramente sería más fácil de entender si fuéramos capaces de sumergirnos en la mentalidad de aquellas personas, desarrollada en un contexto en el que la religiosidad impregnada de una fuerte superstición y mentalidad barroca, era la pantalla a través de la cual interpretaban su mundo.

De hecho otro preso de San Narcís, un tal José Moltó, de 35 años, cuenta que encontró  a la reo con un “canuto de alfileres y entre estos unos mas altos que otros, y habiéndola preguntado si aquél canuto era donde tenia sus echizos, observó que se quedó parada y suspensa”. Uno y otro parecían creer lo mismo.

El caso es que cuando le hacen cargo de su crimen, la Gozalvez respondió “que ella desharía si la dexaban lo que havia hecho, aludiendo a dicho maleficio”, y declaró que si disponía de dicho poder era porque “tenía pacto expreso con el demonio cojo, y que le havia ofrecido darle el corazón”. No obstante, viendo que las cosas se ponían mal, dijo que desharía el maleficio. Para ello,“estendio su mano izquierda y con la derecha fue pellizcando la palma de su misma mano, como quien deshacía puntos que acabado de hacer esto dixo a los referidos que ia estaba libre la criatura”. Para comprobarlo, decidieron ir a la casa de la maleficiada y preguntarle si se encontraba mejor;“y habiendo ido, luego que llego empezó dicha niña a batirse y a decir que lo que había echo la vieja era para hacer mofa y escarnio de ellos”, y que “no estaría libre la criatura hasta que la vieja no deshiciese los puntos en el remiendo de la mantilla de dicha vieja”.

Visto que el asunto no se solucionaba, decidieron devolver a la Gozalvez a su celda, cosa que a buen seguro, no fue del gusto del resto de los reclusos de San Narcís… ¿El motivo? Vamos a verlo.

Vicente Illueca, de 32 años, preso en las mismas cárceles, relata al tribunal que cuando fue encerrado en la cárcel de San Narcis, le pusieron en un calabozo próximo a la Gozalvez, y que “por la noche oió diferentes y desconcertantes voces en el calabozo del lado que se comunica con el suio por un agujero que pasa de uno a otro. Y habiendo preguntado al que le trajo la comida al dia siguiente, si en el calabozo del lado, havia muchos presos, le respondió que solamente estaba una mujer (que es la reo) y le contó el declarante lo que havia oído de estruendos y voces en la noche antecedente”. La cosa no terminó ahí, pues a la noche siguiente, oyó “que en el calabozo del lado nombraba la reo a diferentes santos y después oia alternando lloros y risadas, oiendo también muchas voces, unas delgadas y otras mui orrendas, de modo que aunque es bastante animoso se le erizó el pelo, y caió el gorro de la cabeza. Entre estas voces y ruidos oió una voz mui disforme que decía <después que me has engañado mas de Ysac en enpastrada marcha de asi>(¿?).

Pero por si el ambiente no había resultado lo suficiente lúgubre hasta entonces para el preso, “inmediatamente oió el declarante como siete u ocho ventosidades de lo mas disforme que ha oído en su vida, desde cuio tiempo ha oído las mismas palabras por espacio de dos noches mas, y también las mismas voces horrendas, las ventosidades y algazara, y en todas las noches consecutivas ha oído ruido y mucha algarabía como si estuviesen 10 o 12 personas en dicho calabozo, lo que le tiene amedrentado y lleno de temor, obligándole a tapar el agujero de uno a otro calabozo con el gorro”.

Las presas Antonia Jimenez, de 19 años, y Josefa Galiana, de 30 años, relatan también que desde que la encausada fue encerrada, por las noches oyen “unas grandes voces, chillidos y ahullidos” procedente del calabozo, “maullidos y riñas de gatos” de manera que “no habían podido dormir en toda la noche” y así siguió según declaran “por espacio de tres noches”, hasta que pidieron a la portera de la prisión que sacase de aquel calabozo a la Gozalvez “porque estaban transformadas por la falta de dormir con tanto ruido y estruendo en las noches antecedentes”. Entre “los razonamientos que oyo la declarante y su compañera quando estaba en dicho calabozo de la sala, oyó que decía estas palabras: la Geronima (esto es la portera de dichas cárceles) me aconseja que diga la verdad, y que assi me sacaran del calabozo, y quitarán los grillos; y que acto continuo oyeron otra voz mui diferente y estraña que respondia: No creas a nadie que lo hacen para engañarte”.

Para terminar de tranquilizar a sus supersticiosos, mal dormidos y asustados compañeros de prisión, la Gozalvez, manifestó que “por un ahugero entraban los demonios en el calavozo, donde estaban en figura visible, vestidos de negro una cosa blanca en la boca y se paseaban y tenían combersacion con ella”.

Y dado que, como hemos dicho, se trata de una alegación fiscal, el texto además de no relatar otra cosa que lo que aquí se dice, nos deja con las ganas de saber qué es lo que termino por ocurrir a la Gozalvez. Incluso nos ha privado de oírla a ella directamente. Leer su testimonio nos hubiera permitido llegar a conocerla más allá de las declaraciones temerosas de sus compañeros de prisión, incluso de aquél bosquejo que de ella hizo una antigua amiga, Maria Barrena, de 64 años, la cual manifestó que poca gente “podría dar razón donde vivía la vieja Gonzalvez porque esta salía de casa mui de mañana y no bolbia sino ia bien de noche”y que “esta testigo había vivido con ella juntamente con su nuera, que expresó esta que se habían apartado de ella por los malos indicios que había observado”.

Es en este intento por exprimir, en medio de tanta sinrazón, a la poca documentación que hay, una gota de conocimiento más sobre la tal Gozalvez y su extraño comportamiento, con el que pudieramos dar con un pequeño brillo de humanidad, con un hecho que quizá nos permitiría olvidar tanta locura y desesperanza, para devolver, desde la distancia de cerca de trescientos años, un poco de ternura a la vieja Gozalvez.

Cuando le preguntaron por el pacto que había hecho con el diablo, contó que lo “hizo viviendo ahun su marido, el que tenia amistad con otra mujer con quien ella no quería, y que para saber si su marido trataba con dicha mujer y que hacia con ella, que hizo el pacto con el Demonio y que assi sabia lo que de otro modo no podía saber y que por esto le había ofrecido su alma al demonio”.