Resulta endiabladamente difícil
saber algo de esta mujer. Y sin embargo, durante un tiempo, fue la musa,
compañera, amante y amiga de un puñado de artistas que se unieron bajo el paraguas de
nombres de colectivos tan diversos como Dada, Neue Sachlichkeit (Nueva objetividad) y Novembergruppe (Grupo Noviembre).
¿Cómo es que llegó a verse
ahorcada?
Una de las primeras cosas que sabemos de Elfriede Elisabeth Koehler, es que tenía
25 años cuando conoció en 1927 a su futuro esposo, Rudolf Schlichter pintor conocido en los
ambientes bohemios de Berlín. De su pasado hasta entonces, todo parece estar
cubierto por un halo de leyenda: se la hace nacer en distintos lugares de
Suiza, diferentes son también los perfiles de su familia según dónde se lea, y
cuando por fin entra en escena, se dice que ejercía la prostitución de manera
más o menos ocasional en el Berlín en el que conoció a Rudolf.
Puede que en esta creencia
tuviera mucho que ver la personalidad de su pareja y después esposo, quien era
conocido por su afición a frecuentar los prostíbulos más canallas de la ciudad, y ganarse la vida vendiendo ilustraciones de carácter abiertamente
pornográfico, que firmaba con el seudónimo de Udor Rédyl. Muchas de ellas estaban inspiradas en la que era su
compañera en aquellos primeros años de la postguerra, la prostituta Fanny
Hablützel.
Fue Schlichter quien bautizó a Elfriede, como
musa, amante y esposa, con el nombre que la haría popular: Speedy, Speedy Schlichter,
nombre hoy casi desconocido, pero que cuando nació lo hizo con vocación de
pasar a formar parte de la gran historia de ese nuevo arte que se estaba
fraguando en la Europa de entreguerras. De hecho, fue invitada a actuar en algunas de las películas de moda por aquél entonces, llegando a coprotagonizar una de ellas –en el papel, como no, de una
prostituta-, con la legendaria flapper Louise Brooks: Diary of a Lost Girl
(1929).
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Edith Meinhard, Louise Brooks, Speedy Schlichter |
Como modelo de su marido Rudolf Schlichter, fue la protagonista exclusiva de más de 40 dibujos, acuarelas y cuadros. Existe
también una importante colección de fotografías entre las que se encuentran
unas de 1928 tituladas Strangulierung sexperiment in Atelier (“Sexperimento
de estrangulación en el estudio"). Es evidente que las fotos requirieron de
trucaje, consistente seguramente en cuerdas o arneses para evitar un
ahorcamiento real. Pero el simulacro no resta fuerza descriptiva ni
artística a esta representación de una sexualidad basada en la asfixiofilia o
asfixia erótica, una de las más peligrosas prácticas de excitación sexual.
De hecho, en estas fotografías
Schlichter consigue reunir y materializar sus dos fetiches predilectos: la
estrangulación y la representación de una mujer calzada con botines o zapatos
brillantes de satén. El autor es consciente de ello, e incluso es capaz de
adivinar en que punto de su pasado se encuentra el origen de ambas filias. De
la segunda de ellas, por ejemplo, cuenta en su libro de memorias “Das
widerspenstige Fleisch” (“La carne rebelde”, 1932) Schlichter
detalla:
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Luz. Diario de la República. 22 de marzo de 1932 |
“Un
incidente se produjo con mi hermana Gertrude, o más precisamente, con sus
zapatos. Un día, ella se probaba, visiblemente a regañadientes, un par de botas
abotonadas de caña alta (…) Estas botas en los pies de mi hermana me placieron
increíblemente: el bello resplandor luciente sobre la curvatura del pie, los
numerosos botones pequeños, la forma estrechamente amoldada a la pantorrilla
excitaban hasta al máximo la sensualidad, el ligero crujir del cuero me enviaba
una sucesión de estremecimientos a lo largo de la espalda, habría querido
ponerme yo mismo esas botas, pero en secreto, cuando nadie me viera”.
No era la primera
vez que Schlichter representaba estas parafilias bien unidas o bien separadas.
Una de tantas, por ejemplo: la acuarela titulada Der Künster mit
zweierhängten Frauen (El artista con dos mujeres colgadas), de 1924, donde
representa a dos mujeres que cuelgan inertes de sogas sujetas al techo de una
habitación amueblada.
Esta afición
sirvió para que los artistas del círculo de Schlichter la emplearan como una
referencia a su amigo. Incluso hoy en día, puede servirnos para identificarlo
en obras de autores de aquella época. Puede verse por ejemplo en un
grabado de George Grosz representando a Schlichter, postrado a los pies
de la botas de Speedy, su mujer, como vemos también en el dibujo Speedy beim
Schminken (Speedy maquillándose), de 1930.
La generación de
Schlichter y Grosz había pasado por las trincheras de la primera guerra mundial,
y eso hacía que se sintieran tan fascinados como asqueados por la experiencia. Sus
obras, como las de Otto Dix, están repletas de duro erotismo, deformaciones, violencia
y crítica social radical. Fueron polémicas, provocando que aquella sociedad
que, poco a poco, se iba inclinando hacia el nacionalsocialismo, censurara de
manera cada vez más contundente una actitud que consideraban derrotista,
antipatriota y antimilitarista, propia de quienes estaban asociados con la
extrema izquierda para socavar la moralidad y las costumbres alemanas. En
contraposición a todo esto, Dix afirmaba que "Lo que necesitamos para el
futuro es un naturalismo fanático y apasionado, una veracidad ferviente e
infalible".
Como Grosz, Dix
era un claro ejemplo de continuidad, pero no de imitación, de las técnicas de los
grandes maestros del pasado. Desarrolló explícitamente el arte de Grünewald,
Bosch y Bruegel en muchas de sus obras, en especial en las referidas a la
guerra, en las que representaba con
crudo realismo los cadáveres podridos de soldados alemanes en el frente. En estas
obras hay referencias muy directas al panel de Isenheim. De hecho, en su Triptychon
Der Krieg (Tríptico de la guerra, 1929-1932), reinventa la obra de Matthias
Grünewald sustituyendo el horror de la crucifixión por el de la guerra,
utilizando los mismos medios (templado sobre madera), un formato similar de
múltiples paneles y el mismo vocabulario del sufrimiento.
Con toda la
intención Dix establece un paralelismo entre el dedo de San Juan Bautista
apuntando a Cristo y la redención que hace posible, y el dedo del muerto que en
el punto de escape de la obra, en medio de un siniestro y desgarrado paisaje, apunta
al sacrificio vano de los soldados en la guerra.
Referencias como
esta hicieron que incluso la mismísima obra de Grünewald cayera en desgracia a
ojos de la cultura oficial de la Alemania de entonces, por la supuesta apropiación
que de él habían hecho los artistas de vanguardia.
Y de algún modo volvemos al
principio.
Si comenzábamos con la imagen de una mujer ahorcada de la que apenas
sabemos nada, finalizamos con la de un hombre crucificado, del que creemos
saber mucho, pasando antes por la representación de los despojos de quien había
sido alguien, nadie en concreto, colgando sobre una masa informe de cadáveres. Todos ellos han atravesado un mismo trance, y, sin embargo, la diferencia puede estar –tanto para quienes
lo aprecian como para quienes lo rechazan-, en esos zapatos brillantes que
lucen los pies de la desconocida Speedy Schlichter.