viernes, 11 de diciembre de 2015

Canto de nieve para Wu, que regresa a la capital


“No se ve un solo un pájaro en el aire, ni animal alguno sobre la tierra. Cuando agotado dirige uno la vista en todas direcciones para hallar una ruta que lo atraviese, se busca en vano; los únicos indicadores del camino son los huesos calcinados de los muertos”

Lo bueno de textos como este, al modo de entender de quien les escribe, es su poder de evocación, el misterio que emana de cada una de las palabras que lo componen, hasta formar en todo su conjunto, el escenario de un sueño, de una pesadilla o, simplemente, una metáfora perfecta de algo que seríamos incapaces de enunciar directamente.

Les propongo que repasen ese primer párrafo y no continúen más allá. No, no me den las gracias por eximirles de seguir leyéndome por una vez. Es una libertad condicionada por lo que les pido. Es más: condicionada y temporal, pues una vez que lo hayan hecho, les invito a descubrir a que viene todo esto siguiendo el camino que marcan las palabras a lo largo del blanco desierto de esta página.
¿Se han hecho una idea, o se han perdido entre los huesos calcinados que nos marcan el único camino visible?

Vamos a la historia:

Hace algunos meses, el 31 de agosto concretamente, me regalaron un collar que llevo pegado al cuello como una parte de mi que ya siento como el respirar, el mirar o el tocar… Escuece, supura y aburre. Aburre porque no calla, y no calla porque no hay manera de lograr vaciar su boca rebosante de sangre, y algo que debe de ser pus nacida en un interminable manantial de maldiciones.

Alrededor de un mes atrás, mientras hacía tiempo para visitar al joyero que trata las cosas de mi collar, descubrí que iba con las manos vacías a su consulta, y que visto que era su costumbre hacer esperar a la parroquia, lo suyo podía ser el hacerse con el periódico que no había sido capaz de robar al salir del trabajo… Pero cuando llegó el momento de comprarlo, la verdad es que no apeteció, y que todas esas caras ansiosas de poder, de notoriedad, admiración y babosadas varias que asomaban en las portadas de los papeles, me apetecían más bien poco. Más lo hacía un pequeño volumen, de los de bolsillo, titulado “La ruta de la seda”

Ahora hace ya más de once años, cuando abrí mi primer blog y me debatía en las cosas de cómo titularlo, barajé varios nombres, y aunque terminé por quedarme con el de “Ex Oriente Lux”, hubo uno muy cercano en significado que estuvo a punto de quedarse con el honor –dudoso-, de encabezar el primero de mis cuadernos. Si, era “La ruta de la seda”.

Más allá de esto, mi memoria se pierde. Quiero decir que no recuerdo exactamente por qué ni desde cuando, pero la dichosa ruta ha ejercido sobre mí una atracción enorme. Quizá sea mi gusto por aquellas tierras que ocupan el corazón profundo de Asia, mi sueño incumplido de cabalgar un aduu al galope por las estepas infinitas mientras entono un Ezenggileen que recuerde a parte iguales al brillo del relámpago y el vuelo del halcón.

Recuerdo “La rebelión de los tártaros” de Quincey, aquellos documentales -creo que chinos-, sobre la ruta, biografías de Tamerlán y Genghis Khan, historias de Calmucos, Oirates, Kazakos y esas montañas negras a las que en turcomano se les llama Karakorum… Había mucho más, pero apenas recuerdo otra cosa que mi deseo de perderme en las sensaciones que todas aquellas historias me provocaban.


Estaba hoy de nuevo con el libro en la mano, el libro de esperar en las consultas, haciendo tiempo hasta que me llamara el doctor. Hoy me tocaba encontrarme en algún oasis perdido de la cuenca del Tarim, cerca del Takla Makan,  cuando sonó el teléfono, y al otro lado una persona me daba la terrible noticia de que un buen y querido amigo, de poco más de cuarenta años, acababa de fallecer en un accidente…

El resto del tiempo, ha permanecido mudo para mí, o quizá yo me he quedado sordo… Hablaba sin escuchar, podía decirse que daba respuestas coherentes a quienes tenía a mi alrededor, pero en aquellos momentos, mis pensamientos volaban lejos, muy lejos de allá, a un lugar tan inhóspito y de acceso tan difícil como lo es el pasado.

Está mal hacer cuentas en esos momentos. Recordar que la última vez que se habló uno tenía prisa y cortó la conversación forzadamente, seguro que en la siguiente ocasión me disculparía por haberlo hecho. Pero al fin y al cabo, es así como nos tratamos unos a otros en situaciones de normalidad, y es con esa normalidad con la que intentamos vivir hasta que dejamos de hacerlo…

Quizá sea por huir de esa normalidad fue por la que en su momento me decidí a abrir el primero de estos cuadernos, es posible también que por contar algo cuando tengo la necesidad de hacerlo y, por qué no, para dejar en este diario, anotado de manera tan críptica, lo que me va sucediendo y el recuerdo de aquellos cuya memoria me gustaría que no se fuera con ellos.


Cuando en el año 414 de nuestra era, el monje chino Fa Xian regresó de un largo viaje que le había llevado a la India, a los lugares sagrados del budismo, relató precisamente en el párrafo que encabeza este texto, las extremas dificultades con las que se enfrentó cuando cruzaba el Takla Makan.

No es de extrañar, si se tiene en cuenta que estamos hablando del segundo desierto de arena del mundo, de una tierra ocupada en su 85% por dunas móviles que pueden llegar a alcanzar una altura de 200 metros. Su extensión es tal, que se diferencian en él diferentes regiones, con sus tipos característicos de arena –no hay otra cosa, además de los huesos calcinados-, que puede ser amarilla, gris o marrón.

El kum –arena, en la lengua que se habla por aquellas tierras-, lo ocupa todo, y el viento que a nosotros nos trae el aire e incluso el agua, es portador allá de un kum caliente y denso, que golpea, ciega y obstruye las vías respiratorias de quienes se atreven a cruzar aquellas inhóspitas tierras.

Durante el verano, estos desiertos sufren calores abrasadores, que contrastan con las rigurosas heladas de los inviernos. Las temperaturas pueden llegar entonces a los 40 grados bajo cero. Se cuenta que el poeta y funcionario chino Cen Can (715-770), pasó los fríos inviernos de servicio en una plaza militar del límite norte de la cuenca de Tarim trasladando sus impresiones y vivencias al alguno de sus más conocidos poemas.

En uno de ellos, el  "Canto de nieve para Wu, que regresa a la capital", quizá el más conocido de los suyos, recuerda a un buen amigo y compañero de vivencias:

Te acompaño hasta la entrada de Luntay.
Blanquea el camino que emprendes
rumbo a la Montaña Celeste.
Cuando lo doblas, ya no te veo más.
Queda solamente la huella
de la pisada de tu caballo.

Va por ti, amigo.


sábado, 21 de noviembre de 2015

Por contar algo cuando el silencio se prolonga.


Pocas cosas resultan tan placenteras como la de comenzar la lectura de un libro recién llegado a casa, una tarde de lluvia y viento como ésta. Una lectura, por cierto, tan prometedora y esperada a lo largo del tiempo pasado como la que me ofrece la conocida obra del gran Kazantzakis.

Como punto de partida, el recuerdo de la visita a su tumba en Heraklion, donde su célebre epitafio reza, a modo de prólogo de las páginas que voy a leer, aquello de:

Δεν ελπίζω τίποτα, δε φοβούμαι τίποτα, είμαι λέφτερος
No espero nada, no temo nada, soy libre


miércoles, 23 de septiembre de 2015

αέρα στα πανιά μας


Les voy a hablar de este navío de tres mástiles con velas desplegadas, abundante artillería, y un elegante mascarón de proa ¿Les dice algo?

Su nombre era Joly, una fragata de 36 cañones que salió allá por el año 1684 del puerto de La Rochelle, escoltando a otras dos fragatas, la Belle y La Aimable, y al queche Saint-François. Transportaban colonos, alimentos y soldados, en una expedición que, encabezada por La Salle, marchaba a colonizar la Louisiana.

Pero hagamos como con la pipa de Magritte: eso no es un barco, es el dibujo de un barco, y si lo amplían y se fijan bien en él, verán que hay unas notas manuscritas a la derecha y a la izquierda en francés, en una letra que -como se dice en la ficha del archivo que lo conserva-, está muy desvaída. 

Intentemos leer lo que dice a la derecha:
"Monsieur. Je ne sauve pas quel sorte de gens vous etes / nous sommes francaises nous sommes par/ mi les sauvages nous [...] bien etre / parmi les cretiens comme nous sommes / nous savons bien que vous estes de espa[...] / nous ne savons pas sy vous nous batiries pas / retirane[...] nous sommes bien fac[...] tre par / mi les betes comme cela quy ne cruet ny dye[...] / ny rien mesyeur vous nous voles relires vous [...] / que envoyer vu [...] comme nous navons que / faire [...] rien si toto que nour renderons / mesieur se suys [votre] tres humbles e tres obbissan serviteur / Jean Larcheveque / Ba Bayonne".
El texto de la izquierda, más breve, dice:
"Nous avions / bales cela [...] aus thomas / qui vous a porter / nous sommes de [...] garsons / [...] oblies / [...] je suis votre [ser]viteur / [...]".
La expedición organizada por René Robert Cavelier, Sieur de La Salle, partió de La Rochelle el 24 de junio de 1684, con el objetivo de encontrar la boca del Misisipi para establecer allí un asentamiento permanente, que sirviese de punta de lanza para apoderarse de las minas del Parral en Nueva Vizcaya.

La salida debió de ser de las de postín, a juzgar por la repercusión que tuvo, la cual mereció incluso que se recordara 150 años después, cargado de romanticismo, en "Expédition", obra de Theodore Gudin, que recuerda un poco a esos cuadros de barcos, escenas de caza o caballos corriendo por las campiñas, que antiguamente adornaban muchos comedores. Se lo pongo aquí debajo para que comparen y se hagan una idea de la diferencia: el Joly es el barco más cercano de todos, a su izquierda está la Belle y el Aimable a la derecha. Es posible que cuando Gudin pintó este cuadro en 1844, olvidara queriendo o sin querer al Saint Francois... Al fín y al cabo, no era más que un queche.


El dibujo que nos ocupa estuvo en poder de Jean L'Archeveque, que además fue quién escribió el texto y lo firmo, y de Jacques Grollet, ambos originarios de Bayona, y supervivientes de una expedición que terminó en catástrofe. 

Catástrofe que uno de ellos ayudó a provocar al ser cómplice de un asesinato.

Vayamos por partes. Impresiona descubrir lo que uno puede encontrar cuando empieza a tirar del hilo en hallazgos que inicialmente se reducían al documento que encabeza este texto, y la transcripción de lo que en él se había manuscrito. Impresiona y provoca ciertos reparos, pues llega el momento en que la información que va apareciendo se acumula de tal manera, que la escritura de algo que pretendía reducirse a unas pocas líneas, empieza a volverse una tarea demasiado complicada, si se quiere mantener alguna coherencia y ser además ameno. 

Jacques Grollet navegaba en el Aimable, que naufragó en la bahía de Matagorda, en lo que hoy es Texas. Poco antes, la expedición había perdido el Saint-François a manos de unos corsarios españoles a la altura de La Española. Con ambos barcos, se perdió la mayor parte de los víveres y útiles que llevaba la expedición para garantizar la supervivencia de los colonos que transportaban.

El comandante del Joly, Tanguy Le Gallois, se enfrentó a La Salle intentando convencerle de que renunciara a seguir adelante con una expedición que parecía estar condenada al fracaso. Pero La Salle lo rechazó, y el del Joly decidió regresar a Francia con el personalde a bordo que desertó.

La Salle se quedó sólo con un barco, La Belle, y los marinos supervivientes del Aimable, por lo que se vió obligado a establecer un asentamiento, el fuerte Saint-Louis cerca de Victoria, Texas. Pero también perdió ese último barco, al hundirse, este también, en la bahía de Matagorda, mientras buscaba la boca de entrada al Misisipi en febrero de 1686.

Aquí lo tienen tal y como lo encontró una expedición arqueológica en1995, en lo que entonces se consideró uno de los hallazgos más importantes de la arqueología submarina. Es curiosa la cobertura que se ha dado a lo que ocurrió con este barco, pues además de lo relativo al hallazgo de sus restos, existe por lo menos un libro titulado "Thewreck of the Belle, the ruin of La Salle", el cual curiosamente tiene como autor a un tal Robert S. Wedle quien también escribió “The Wrecking of La Salle's Ship Aimableand theTrial of Claude Aigron”. Vamos, que el tema no sólo no es nuevo, si no que también ha dado mucho de sí.

Durante los dos años siguientes, la expedición pasó todo tipo de penalidades en su fuerte de St. Louis, quedando la colonia inicial de 180 personas, reducida a 40. Sabemos que, además de las numerosísimas muertes habidas a manos de los indios, luchas internas y epidemias, los hubo, como el naufrago del Aimable Jacques Grollet, quienes desertaron y marcharon a vivir entre los Caddo, confederación india que ocupaba el noreste de lo que hoy en día es Texas.

El 19 de marzo de 1687, La Salle sale en busca de víveres acompañado por 16 hombres, entre los que están su hermano mayor Jean Cavelier, sacerdote, Colin Crevel de Morang, su sobrino, HenriJoutel, su hombre de confianza y nuestro conocido Jean L'Archeveque. No me queda totalmente claro cómo, pero los hombres se amotinaron, y empleando a  L'Archeveque como señuelo, tendieron una trampa a La Salle y lo asesinaron.

Desanimados por el motín y asesinato de La Salle, Joutel, Cavelier y los pocos fieles que quedaban, decidieron abandonar al resto de la expedición y machar al norte, en dirección a Québec. Según google maps, hay una distancia entre Navasota, en cuyas cercanías fue asesinado La Salle, hasta la ciudad canadiense, de 3230 kms., que imagino atravesaron penosamente, en largas jornadas y vigilando de no ser atacados por las diferentes tribus indias que habitaban las tierras por las que pasaban. Joutel escribiría muchos años después “Journal historique du dernier voyage que feu M. de La Sale fit dans le golfe de Mexique”, que, según cuentan quienes lo han leído, además de ser el relato más fiable de lo que en esa expedición ocurrió, proporciona la información escrita más antigua sobre historia natural y etnografía de la parte central de América del Norte. Tanto ustedes como yo, podemos leerlo aquí.

Atrás quedaron los 25 habitantes del fuerte San Louis, hasta que en 1688 los indios Karankawa masacraron a los adultos, llevándose consigo a los cinco niños que quedaban como cautivos.

También quedó atrás Grollet, que vivía entre los Caddo, no sé hasta que punto ajeno a todo lo que había pasado... Y L'Archeveque, quien por participar en el asesinato de La Salle, no marchó con la expedición de Joutel y pasó un tiempo entre los Hasinai, parientes ligüísticos de los Caddo. De hecho, la palabra que utilizaban estos últimos para denominar a los primeros era Táysha -"amigos"-, y fue ese Táysha el que los exploradores españoles convirtieron en el nombre de lo que sería aquél territorio: Texas.


En algún momento del año 1689, L'Archeveque encuentra a su paisano Grollet, y abandonan a los Caddo para volver al fuerte St. Louis. Según contarían después, lo único que encontraron fue los cadáveres de los 20 colonos masacrados por los Karankawan, los enterraron, y decidieron abandonar aquél lugar por la vía más rápida: pidiendo ayuda a los españoles que se encontraban muy cerca de allá.

La última parte de esta historia se cuenta entre otros libros en "FromAWatery Grave: The Discovery And Excavation Of La Salle's Shipwreck" y "El virreinato: expansión y defensa". En ellos se cuenta que Juan Isidro de Pardiñas, gobernador de Nueva Vizcaya, tuvo noticias por unos misioneros de que unos indios Cíbolos les contaron que algunos franceses andaban comerciando por la zona de lo que actualmente es Texas. Al poco, supieron por un Txacalteca de que había encontrado un francés que vivía entre unos indios cerca de Río Grande, a quién acataban y reverenciaban como a un rey.

Recurriendo a sus informadores, el gobernador Pardiñas tuvo noticias por Juan Xaviata, jefe de los Cíbolos y Jumanos, y aliado cristianado de los españoles, de lo que había visto al internarse en Texas para informarse sobre los rumores acerca de las existencia de aquellos extranjeros. Xaviata contó que los moros -así llamaba a los franceses-, ya habían muerto, porque los Karankawan los había masacrado. Que se decía no haber quedado uno sólo, pero que se sospechaba que entre los Texas -Táysha- vivían cuatro o cinco. Que había visto objetos de los franceses, algunos de los cuales vestían o usaban los Karankawan, y tomó los que pudo para enseñarlos al gobernador Pardiñas. 

Por último, Xaviata informó al gobernador Pardiñas que hallaron y conversaron con cinco de los franceses que quedaban. Expresaron estos sus deseos de ir con ellos para llegar donde estaban los españoles. Que hasta llegaron a acompañarlos en su viaje de retorno. Mas, al tercer día de marcha se arrepintieron y volvieron con los Texas, no sin recomendar a los Cíbolos que comunicaran a los españoles de su presencia entre esos indios, solicitándoles que los rescataran. Fue entonces, según cuenta Xaviata, cuando le dieron aquél pergamino con un navío dibujado, en el que habían escrito previamente una demanda de auxilio. Este no es otro que nuestro navío de tres mástiles con velas desplegadas.

El resto está ya más documentado, ambos franceses entran en contacto con los españoles y son conducidos a la ciudad de México. No sabiendo muy bien que hacer con ellos, fueron arrestados y enviados a España, donde pasaron prisión durante cerca de tres años. Al cabo de dicho tiempo, se les dio libertad a cambio de servir a la corona española en las tierras donde habían sido capturados.

L'Archeveque, españolizó su nombre, pasando a ser Juan de Archibeque. Casó en dos ocasiones, tuvo varios hijos, y alternó su carrera militar, en la que alcanzó el grado de capitán, con la de próspero comerciante en la zona de Santa Fe, Nuevo México. Murió en 1720, durante una campaña militar contra los indios Pawnees.

Grollet también se instaló en Nuevo México, casó y españolizó su apellido, pasando a ser Gurules. Según dicen, debió de tener mucha descendencia, a juzgar por el hecho de que dicho apellido es actualmente muy común en la zona de Albuquerque.

El recuerdo que vino a mí de los "Naufragios" de Alvar Nuñez de Cabeza de Vaca, cuando me encontré con este documento que guarda el Archivo General de Indias, me animó a conservarlo y, hoy, que tengo ganas de hablar de vientos y vidas pasadas, dejar estas líneas que preceden.

Y llegados a estas alturas, los valientes supervivientes de las terribles mareas que inundan de letras este cuaderno dirán -!Vale, todo esto me parece muy bien! ¿pero a qué viene el desvarío del título?

Pues viene a ser como un deseo o un manifiesto. Una respuesta a mi anotación anterior, en la que hablaba de viajes no deseados. Ahora los que tengo por delante vuelven a ser brillantes y prometedores, planificados o inesperados, pero siempre alimentados por el deseo de la aventura y el conocimiento compartido con quienes han tenido la generosa voluntad de acompañarme.

Por eso, solo nos queda esperar aquello que ya pedían a los dioses los marinos que descubrían el viejo mediterráneo:

αέρα στα πανιά μας
!Viento en las velas!

domingo, 30 de agosto de 2015

Libros para un viaje extraño y poco apetecido


Toca hacer la maleta para un viaje tan extraño como poco apetecido. Será un equipaje breve, no se necesita prácticamente nada allá donde voy, y me detengo únicamente en seleccionar los libros que me acompañarán, pues quiero pensar que dispondré de una buena porción de tiempo que aprovechar en la lectura. Aunque sea sólo visto por ese lado, por fin podré detener por unos días el imparable ritmo que, desde hace ya más de un año, me tiene continuamente ocupado y ausente, con el humor oscurecido y el afecto hacia mis semejantes regado por el espejismo de la decepción.

Quizá pueda parar un poco, leer y reflexionar. Es posible que incluso vuelva a tomar de la mano a los dos vástagos que dejé recién empezados, y los concluya con renovada esperanza. ¡Quién sabe!: los cambios y paréntesis siempre ofrecen visiones de esperanza.

Seguramente me llevo más de lo que pueda leer… El primer libro que he metido en la maleta es  "Vicomtes et vicomtés dans l'occident médiéval" de Hélène Débax (ed.), y tiene que ver mucho con la afición que tengo a recopilar, leer, y anotar  todo libro o artículo especializado que me encuentro relacionado con los numerosos condados, vizcondados, ducados, etc… que proliferaron durante la Edad Media en torno a los Pirineos. Es, para mí, una parte de la historia que, además de resultarme muy cercana o quizá por eso, me resulta rica y apasionante, a la vez que absolutamente desconocida. 

En mi casa hay un rincón lleno de bagatelas de estas, ordenadas lo mejor que he podido por alguna de sus filiaciones: Aquitania, Bearn, Bigorre, Armagnac, Gascuña, Comminges, Fuxe, Toulouse, etc… Esta afición mía ha sido el principal motivo de muchas de las salidas que he hago en torno al norte de los Pirineos.

El libro que presente Débax, es una recopilación de diferentes estudios, la mayor parte relacionados con las distintas entidades políticas del territorio Pirenaico en la Edad Media.

Siguiendo en el mismo periodo, el segundo libro que ha entrado en la saca es “Arte y belleza en la estética medieval” de Umberto Eco. Del autor no voy a decir nada que ustedes no sepan, y del libro no puedo decirles mucho, pues todavía no lo he empezado, y me he guiado sólo por la solvencia que tiene para mi su autor, Eco, el interés del título y lo que he hojeado –con “h”-, que ha creado en mí la expectativa de revivir por medio de la lectura algunas de las más interesantes conversaciones que he tenido sobre el arte de aquél periodo. 

Ahora recuerdo, en relación con esto, una hermosa charla en la cripta de la Iglesia de San Martín de Orisoain, hace ya algún tiempo.

Todavía recuerdo aquél hermoso "si luz me ciega, ceguedad me guía" de Juan de Tarsis...

Como simple memoria de lo vivido hace unas semanas en la tierra de Rousseau, me llevo conmigo una colección de algunos de los capítulos de sus “Ensoñaciones del paseante solitario”, recopiladas bajo el título de «En méditant sur les dispositions de mon âme...»

Es también puro morbo, dadas las circunstancias en que lo voy a leer, y el deseo de leerlo, aunque sean sólo algunos capítulos, en su idioma original.


“Contar las huellas. Claves para narrar tu viaje”, cayó en mí de manera accidental, y aunque no soy nada amigo de estos libros de autoayuda literaria, me atrajo el modo en que está escrito, y la habilidad de su autor por hacer ameno el proceso de aprendizaje del que se ocupa. Quizá hasta se me pegue algo de esa habilidad narrativa.

Además de todo lo dicho, llevo para los momentos que apetezca de algo más ligero un libro del archiconocido Andrea Camilleri, “La banda de los Sacco” que parece ser una interesante historia siciliana de violencias, venganzas y saltos de sus protagonistas al lado oscuro… Siempre he tenido un especial afecto por la literatura italiana contemporánea, y Camilleri, a mi entender, tiene un modo narrativo muy claro y directo, del que me gustaría aprender.


Y esto es todo. Mañana lunes al mediodía ingreso para que me operen de la tiroides. Espero, como he dicho, no tener muchas visitas y sí tiempo para dedicarlo a estos libros de los que les he hablado.


Durante todo este tiempo, guardaré silencio, así que si no respondo a sus correos, ni les visito en sus cuadernos, sepan que será porque estoy haciendo un viaje tan extraño como poco apetecido.

domingo, 23 de agosto de 2015

Atrahasis y el henoteísmo

El mito de Atrahasis, nombre que significa ‘El Muy Sabio’, comenzó a ser conocido gracias a una tableta de arcilla escrita en cuneiforme y encontrada en Nippur en el año 1895. Fue traducida por primera vez casi dos décadas después por  A. Poebel, una de las mayores autoridades en lengua sumeria del siglo XX. No obstante, el fragmento hallado era pequeño, y no se llegaba a comprender completamente el sentido, la evolución y riqueza del texto. De hecho, cuentan que durante mucho tiempo se consideró que el reverso era la cara delantera de la tablilla.

Afortunadamente, estos textos se hacían para ser copiados y distribuidos por todos los rincones del reino, por lo que en sucesivas excavaciones fueron apareciendo más fragmentos que permitieron al asiriólogo danés Jørgen Læssøe organizar el texto y concluir que se trataba del Génesis más antiguo que se conoce, el cual abarca toda la historia de la humanidad desde el mismo momento de su creación hasta el final del Diluvio. Unos  diez años después W.G. Lambert, apoyándose en el estudio precedente, recopiló todos los fragmentos del poema que conservaba el British Museum, entre los que se encuentra la versión más antigua, firmada por un tal Kasap-Aya. Esta firma permitió datar con relativa exactitud la fecha de su redacción, pues se sabe que Kasap-Aya realizó su trabajo bajo el reinado del cuarto sucesor de Hammurabi, Ammi-Saduqa (1646-1626). Seguramente el poema fue creado durante el siglo anterior, a partir de la recopilación de diferentes mitos tradicionales de la región mesopotámica en los que se habla de la creación de los hombres, del motivo de dicha creación, del Diluvio, y de Athrahasis, que es el Noé del Viejo Testamento.

Gracias a los diferentes hallazgos arqueológicos y traducciones que se vienen llevando a cabo desde 1895, se han podido reconstruir aproximadamente las dos terceras partes del poema, que en su versión más antigua contaba exactamente con 1245 líneas, tal y como apunta cuidadosamente al final de su copia el diligente Kasap-Aya.

La falta de un tercio del texto original, hace que algunas partes resulten terriblemente arduas, complejas o enigmáticas, y que se hayan perdido irremediablemente, al menos hasta hoy, pasajes enteros del poema.

Atrahasis es el nombre del héroe del diluvio del que habla este mito, aunque en realidad tenga un papel secundario en el conjunto de la historia. El protagonismo que se le quiere dar quizá se deba al deseo de ejemplarizar a una persona que fue salvada del infortunio junto a su familia, gracias a su sabiduría y piedad. Realmente, el mito trata principalmente de la vida de los dioses en los orígenes y de lo que motivó la creación del hombre. El poema abre así:
Cuando los dioses (hacían) de hombres,
Tenían que trabajar y estaban atareados:
Su tarea era considerable,
Su trabajo pesado, su labor infinita.

En un principio, los dioses debían procurarse la comida, la bebida, trabajando ellos mismos. En un momento dado, hartos de esta existencia, los dioses superiores, consiguen descargar todo el trabajo sobre los inferiores o Annunaki, los cuales, conscientes de su naturaleza también divina, no tardaron en rebelarse. 

Enlil, asustado por la revuelta, convocó a Anu y a Ea a consejo. Ea comprendía que los dioses inferiores estuvieran hartos de tanto trabajar, y propuso una solución que resolviese el conflicto laboral divino y librase a los dioses de una vez por todas del pesado trabajo de la tierra: crear unos seres que trabajasen en lugar de los dioses y les entregaran directamente los alimentos. Bastaría con matar al dios incitador de la rebelión y, mezclando su sangre con la arcilla de la tierra, crear a los primeros hombres y mujeres.

Ea abrió la boca
y dijo a los grandes dioses: …
Que se degüelle a un dios…
Con la carne y la sangre de ese dios
que Nintur mezcle la arcilla,
a fin de que el dios y el hombre
se encuentren mezclados en la arcilla…
“¡Sí!”, respondieron en la asamblea
los grandes Anunakis, que fijan los destinos…

Allí mismo, en su asamblea general, los dioses degollaron al dios rebelde, y con su sangre y arcilla la diosa madre Nintur creó siete hombres y siete mujeres. A partir de entonces los dioses ya no necesitaron trabajar más. Pero apenas habían pasado mil doscientos años cuando un nuevo problema apareció: el del crecimiento demográfico de la humanidad, con su secuela de molestias y trastornos. Cada vez había más gente, y la gente armaba cada vez más ruido, molestando a los dioses en su descanso.

El país era tan ruidoso como un toro que bramaba.
Los dioses crecían agitados y sin paz, con los disturbios ensordecedores,
Enlil también tuvo que escuchar el ruido.
Él se dirigió a los dioses superiores,
El ruido de humanidad se ha hecho demasiado grande,
pierdo el sueño con los disturbios.
Dé la orden que la -surrupu- (enfermedad) estalle.

Durante varios milenios, Enlil les envía a los hombre diferentes castigos de los que éstos se evaden con mayor o menos fortuna, gracias a la intervención de diferentes dioses, hasta que por fin decide enviar un diluvio universal. Pero Ea advierte a su protegido, Atrahasis, aconsejándole que construyera un barco e introdujera en él a su familia y parientes, así como a parejas de animales, tanto domésticos como salvajes. Así lo hizo éste, cerrando con brea la escotilla en cuanto se inició el tremendo diluvio.
Adad rugió en las nubes.
Al oír la voz del dios,
Atrahasis hizo cerrar la escotilla con brea.
Adad seguía rugiendo en las nubes.
Los vientos se enfurecían.
(Atrahasis) cortó las amarras y dejó libre el barco…
El diluvio se desencadenó.
Su violencia, como un azote, cayó sobre los hombres.
Uno ya no podía ver al otro,
ya nadie se reconocía en medio de la destrucción .
El diluvio rugía como un toro,
El viento ululaba como un águila rugiente.
Las tinieblas se espesaban y no se veía el sol.

Gracias a este ardid de Ea, la humanidad sobrevivió de nuevo. Y los dioses, que durante el diluvio no habían recibido sacrificios, ante la perspectiva de tener que volver a trabajar ellos mismos, aceptaron la existencia de los hombres, aunque tomando algunas medidas tendentes a limitar su crecimiento demográfico.

El Mito de Atrahasis es, junto al de Enki y Ninhursag, y las epopeyas de Gilgamesh y la Creación o Enuma Elish, las principales fuentes de las que bebió la religión hebrea, y por extensión la cristiana y musulmana, para los relatos que hablan de diluvios universales, jardines paradisiacos, serpientes que conducen al pecado, hombres creados de arcilla, arcas llenas de animales, etc…

De todo esto, y de otros muchos paralelismos más, habla Nicole Vray en su Libro “Les mythes foundateurs de Gilgamesh à Noé”, lo cual, aún no resultando novedoso para ninguno de nosotros, nos ofrece la posibilidad de verlo desarrollado en un libro con todo lujo de detalles, lo cual no es poco.

Es más, en sus páginas trata también cómo ese contagio pudo trasladarse también a cuestiones más fundamentales de la religión, como es la del supuesto monoteísmo. Me explico.

Vray menciona a Nabonido (556-539 a.c.), último rey de la dinastía neobabilónica, el cual, al igual que Akhenaton más de 600 años antes, había obligado a declarar en el reino la preeminencia de un dios, Shin, dentro del panteón religioso del reino. Esto como es de imaginar, provocó las iras de la clase sacerdotal, en especial la dedicada al culto de Marduk. Nabonido, además, se ausentó de Babilonia durante varios años, faltando a la celebración del akitu –algo así como el año nuevo-, algo que no había ocurrido nunca, y que suponía despertar las iras de los dioses contra el reino.

El caso es que, a ojos de los fieles a la antigua religión, la respuesta no se hizo esperar: el clero se rebeló, y los dioses mostraron su irritación con el envío de unos invasores extranjeros, que derrotaron a Nabonido en el campo de batalla, y a las órdenes de su rey Ciro, enriquecieron su imperio con la toma de Babilonia en 539 a.c.

Pero en toda esta historia hay algo, que es lo que más me ha llamado la atención, y que, en cierto modo, es consecuencia de los debates habido entre expertos en relación al supuesto monoteísmo del último rey neobabilónico. Según parece, la conclusión a la que han llegado es que éste no era estrictamente monoteísta, como parece que no lo fue tampoco Akhenaton, sino henoteísta… Reconozco haber desconocido el término hasta ahora, pero realmente viene como anillo al dedo a una realidad que fue en aquél entonces: el henoteísmo es una variante del politeísmo en la que se considera que hay un dios superior al resto, y que es el único al que hay que adorar como tal.

A mi entender, el catolicismo también ha heredado algo de ese henoteísmo, aunque sea de una manera más velada: se rinde culto a un dios único, pero en torno a él existe una legión de santas, santos y arcángeles, a los que se adora también con la esperanza de obtener su protección. Quizá esto sea lo que para mí da color y realismo a una religión: las interesantes historias de héroes y villanos que intercambian sus papeles según las circunstancias. Por no hablar claro está, de la crudeza con la que se muestra el orden social que existe entre quienes gobierna los cielos, y los mortales que sólo viven para satisfacer sumisamente sus necesidades. 

Tan actual como hace tres mil años.

martes, 11 de agosto de 2015

El paso de Furka y las vidas errantes


Cuando me contaron que el paso de Furka, Furkapass en alemán, recibe su nombre de la palabra "horca", me vino inmediatamente a la memoria una de esas antiguas lecturas de la que no recuerdo la filiación,  en la que se contaba como era costumbre en la Edad Media el ajusticiar mediante la horca a los reos, exponiendo sus cadáveres colgados en los caminos de acceso al lugar.

Imaginé que aquél alto en el que culmina el Furkapass era, en tiempos pasados, punto de advertencia a los que cruzaban del cantón de Valais al de Uri, o a la inversa. Uri fue, por cierto, la que en 1291 se alió con los cantones de  Schwyz y Unterwalden, creando el precedente la actual suiza.

Sin embargo, es posible que esa horca a la que se refiere su nombre, tenga que ver más con ese palo con dos ganchos que recibía ese mismo nombre. Quién sabe...

Furkapass impresiona. Lo hace con las vistas que proporciona su extraordinaria altura, con la visión de la carretera que asciende casi pegada a la pared de la montaña en interminable zigzag. A un lado de esta carretera ascendente, hay una profunda marca que dejó el glaciar que íbamos a visitar al retroceder. Por ella caen en cascada las primeras aguas del Ródano, que nacen un poco más arriba, en lo que queda del glaciar y que, como si fuera un animal de feria, es exhibido a mi entender por gente con muy pocos escrúpulos.

El acceso al glaciar donde se dice que está una de las fuentes del Ródano se hace desde una tienda que hay junto al hotel Belvedere, mas allá de la mitad del zigzageante ascenso a Furka. La atienda una mujer mayor, bastante antipática, acompañada de dos chicas jóvenes faltas de cualquier atisbo de amabilidad con los que pasamos por allá. La primera vende las entradas de acceso al glaciar, las otras dos persiguen a cualquier cliente que curiosee en el expositor de postales. Además se encargan de administrar, previo pago, la llave del baño a cualquiera que se vea necesitado.

A pesar de ellas, el glaciar era algo extraordinario, monumental, con un color de fondo entre gris y azul, que parecía querer reflejar el profundo silencio que guardan sus entrañas desde tiempos remotos.

La entrada vendida por aquellas guardianas, permite acceder también a una cueva excavada por el hombre que avanza por el interior del glaciar, ofreciendo la curiosa experiencia al visitante de caminar por un largo tunel de hielo rodeada de una intensa luz azul clara .....

Aquello era un espectáculo circense, ¿o no? Visto cómo se exhibía el glaciar, que se cobraba un peaje por entrar a él, y se escarbaba por sus adentros para que turistas de todo pelaje hurgaran a su gusto en la herida abierta en aquél profundo, milenario y silencioso glaciar; yo lo tenía claro,

A mi entender resultaba extraño que fuera permitido cerrar el acceso a un glaciar como si se tratara de una propiedad particular, y no patrimonio de los ciudadanos de aquel país. ¿Qué, si por fin alguien llega a la conclusión de que ese modo de explotación esta acelerando el retroceso y deterioro del glaciar? Supongo que importará mas bien poco, pues si así se está haciendo, será porque la administración correspondiente otorga su gestión mediante concesiones, por lo que a esta, le basta con tener a quién sancionar en caso de hacerse pública una mala utilización de glaciar y recibir su parte de los ingresos.

Estábamos dando vueltas a este asunto mientras tomábamos un café, cuando volvimos a encontrarnos a Koko y Marta, dos ciclistas de Pamplona con los que habíamos coincidido alrededor de una hora antes en Gletsch, el pueblo que hay justo al pie del puerto de Furka.

Marta y Koko habían salido de Pamplona como un par de meses antes, y habían llegado hasta allá en bicicleta. Nos contaron que avanzaban siguiendo una diagonal que se dirigía al noreste. A lo largo de los dos últimos meses habían cruzado los Pirineos hasta Pau, de ahí fueron alcanzando el curso del Ródano hasta Lyon, para luego cruzar a Suiza por Chamonix y llegar hasta aquél lugar en el que nos encontramos...

Despertó tanto mi curiosidad lo que nos estaban contando, que les pregunté si iban escribiendo sus vivencias en un blog, para poder leerlas y saber a partir de entonces de sus siguientes pasos.

Leyéndolo estos días que han corrido desde entonces, he sabido de algunas de las cosas que han vivido, de las personas tan especiales -y cada una con una historia-, que se han encontrado por donde han ido pasando, de algunos trucos inimaginables que emplean para hacerse la vida más cómoda y segura durante su periplo, y de coincidencias tan curiosas como que pasamos por Lyon en dirección a la frontera de Suiza el mismo día.

Como en su blog no se si se pueden dejar comentarios, pero ellos tienen la dirección de este, aprovecho para animarles a que no dejen de escribir sus vivencias,  pues algunos las seguiremos con interés.

- ¿Y de aquí, hacia dónde vais? -les pregunté.

- Seguiremos hacia adelante -Marta y Koko se encogieron de hombros-, mientras aguantemos. No tenemos ninguna prisa ni obligación de volver.

Continuamos charlando durante un rato hasta volver a la cuestión de inicio, la del modo en que aquél glaciar parecía haberse convertido en un animal de feria en manos de aquellas tenderas, o de la empresa para la que trabajaban.

Koko nos señaló otro glaciar que había algo más arriba, a la altura del paso de Furka. Coincidimos en que aquél estaba libre de cualquier explotación y, curiosamente, apenas parecía ser visitado por más allá de algún que otro montañista.

Era una buena idea la de subirse con el coche hasta el alto de Furkapass, y desde ahí seguir andando hasta el glaciar. Así que nos despedimos de Marta y Koko, deseándoles la mejor de las suertes en su particular viaje, y nos dirigimos hacia nuestro nuevo destino.

Llegados al alto dejamos el coche, cambiamos nuestro calzado, y con los bocadillos y una botella de agua en la mochila, comenzamos a avanzar hacia aquél glaciar. La marcha, de poco más de una hora era, además de breve, impresionante,  pues se camina por una senda desde la que veíamos Gletsch y el primer curso del Ródano a nuestros pies, alimentado por los glaciares que estábamos visitando. Desde estas alturas caían a aquellos abismos, las aguas desheladas en forma de interminables cascadas que en ocasiones se partían ruidosamente con algún saliente de  la montaña.

Al otro lado del valle por el que corría joven pero fuerte y caudaloso el Ródano, se erguían, con desdisimulado orgullo, algunos de los picos más espectaculares de los alpes, de nieves perpetuas, y nombres que me resulta difícil recordar e imposible transcribir. Lo que nunca olvidaré es su grandiosidad, y ese modo en que parecían amontonarse ante nosotros, pobres caminantes, como no queriendo ninguno de ellos perder ni un detalle de nuestro paso por aquél lugar.


Poco antes de llegar al pequeño puente bajo en cual discurre la primera cascada del glaciar al que nos dirigíamos, salimos de nuestra abstracción para leer una placa que alguien había colocado a un lado del camino. Era un punto en el que el sonido del agua golpeando las rocas, el rumor del aire, y la espectacularidad del paisaje, se combinaban de manera perfecta. La placa estaba dedicada a una tal Marlene Ketterer-Eichholzer.

Marlen Ketterer-Eichholzer sería una perfecta desconocida para mí, si no fuera por el hecho de haber encontrado aquella placa en su memoria. Creo que en cierto modo, este tipo de homenajes son colocados por el hombre desde tiempos remotos con el único objeto de dar a conocer a los demás algo que fue importante para él, y alimentar la curiosidad de quien la encuentra, para mantener vivo así su recuerdo.

Marlen tenía 41 años cuando murió, y supongo que ocurrió ahí o en las proximidades. Sorprende que el día y mes de nacimiento sean el mismo -16 de junio- ¿Se trata de que colocaron la placa memorial coincidiendo con su cumpleaños, o es que murió el mismo dia?

Es poco lo que he podido averiguar sobre ella. Estaba casada -Paul se llamaban su marido-. Residían en la localidad alemana de Ibach, entre Freiburgo y Badem, muy cerca de la frontera occidental de Suiza. A ambos, el falleció posteriormente, se les celebra todavía anualmente un aniversario en su parroquia de Ibach.

Quizá tampoco importa que conozcamos otra cosa de ella que lo que motivó que alguien colocara aquella placa en ese lugar: que sepamos que Marlene fue alguna vez, y que hubo personas que la añoraron cuando desapareció.

Continuamos nuestra marcha hasta llegar al glaciar. Cominos sentados en una esterilla frente a él, gozando del entorno y envueltos en un torbellino de las más variadas sensaciones. Apenas hablamos, y en nuestra memoria se entremezclaban Marta y Koko, un puente de cables que cruzamos colgando del abismo aquella mañana, las brujas de la tienda que daba acceso al otro glaciar, la pobre y desconocida Marlene...

Antes de abandonar aquél glaciar, desde el que parten aguas primigenias del Ródano, decidí coger tres piedras humedecidas por el deshielo, y colocar la primera de ellas sobre la placa de Marlene. La segunda me la llevaré a casa, como recuerdo de aquél día.

En cuanto a la tercera la llevaré en mi viaje de regreso, pues en él voy a seguir el curso del Ródano hasta su desembocadura. Cuando llegue ese momento, la lanzaré al punto en el que sus aguas se mezclan con las del mar, como recuerdo para aquel río ya maduro, del lejano lugar donde nació.

Y para ella, para la desconocida Marlene, esa misma piedra será garantía de que su nombre queda para mi vinculado a la presencia del Ródano, como si se tratara de una de aquellas ninfas a las que la mitología clásica les otorgaba el alma y la esencia de un río sagrado.




lunes, 10 de agosto de 2015

Mundo bizarro

Visitando el museo que había en una pequeña localidad cercana a Neuchatel, he descubierto algo que es la clave por la que se explica el por qué de esa reconocida calidad de los relojes suizos, bien sea en forma de lujosos y precisos ornamentos de pulsera, bien sea colgando de una pared  como relojes de cucú. Orson Wells improvisó algo acerca de ellos, y de los suizos, en la escena de la noria del Prater de Viena en el Tercer Hombre. Aunque me pica la curiosidad, todavía no me he atrevido a preguntar a nadie aquí que les parece la dichosa escena. Es posible que muchos ni siquiera la conozcan. O sí.

Volviendo al hilo de lo que contaba, les voy a pedir que observen con detención la siguiente fotografía, tomada a una vitrina de objetos de la Edad de Bronce que conserva el museo del que les hablo.


Parece ser que, a ojos de los expertos de este museo, o por lo menos por lo que exponen en dicha sección, ya en la Edad de Bronce, los entonces habitantes de Suiza, fabricaban modernisimos artefactos para medir el tiempo. Y uno, sin encontrar en las tarjetas que describen o denominan a los objetos de dicha vitrina, el que se corresponde con el misterioso artefacto, llamó al vigilante del museo para que le aclarara su duda.

- ¿Esto? Realmente no sé lo que es... -dijo mientras lo sacaba de la vitrina mirandolo con extrañeza.

- ¿ Quizá un reloj de pulsera? -respondió mi compañera Larouge.

- !Oh, mais bien sure! -respondió de uma manera que hereferido no traducir, mientras se metía el reloj en el bolsillo y desaparecía por el pasillo del museo.

En este mundo, da lo mismo el lugar, ocurren cosas realmente bizarras. Tales, como la de haberme encontrado pocas horas después, con una postal como la que les muestro a continuación.