Hace un par de sábados, el día en
que una tormenta nos atrapó recorriendo el sendero de la costa entre Bidart y
San Juan de Luz, encontramos algo curioso. Se trata de una de tantas villas
elegantes y de alto copete que hay, sobre todo, en los alrededores de Biarritz
y Bidart. Al salir de este última, en dirección a Guéthary y una vez pasada la
playa de l’Uhabia, se encuentra uno en el camino de Parlementia con una casona blanca, de tres pisos y una logia adornada con arcos en el segundo, que casi
cuelga del acantilado, asomándose a una de las más hermosas miradas que existen
de la costa vascofrancesa. La casa se llama Emak Bakia.
Me llamó especialmente la
atención porque en su entrada encontré una placa que decía que en ella Man Ray filmó en 1926 una película que había
sido bautizada con el nombre de la casa.
¿Emak Bakia?
Si, algo así como “Déjame en paz”.
Emak Bakia, es el nombre de la segunda película
del fotógrafo Man Ray. Se supone que es un poema cinematográfico,
absolutamente visual y sin ningún hilo narrativo, en el que narra el sueño de una mujer, empleando diferentes técnicas cinematográficas de las que ya había echado mano con éxito
tres años antes en el Retour a la Raison.
Lo apasionante de la historia es todo lo que había
alrededor. En primer lugar su protagonista: Kiki de Montparnasse, alias de Alice
Prin, la entonces conocida modelo, cantante y actriz que se convirtió en musa de numerosos
artistas: ChaïmSoutine, Francis Picabia, Jean Cocteau, Alexander Calder, Per
Krohg, Hermine David, Pablo Gargallo, Toño Salazar, MoïseKisling, y claro está
ManRay. Fue tal su fama que fue coronada oficialmente entre los suyos como la "Reina
de Montparnasse". Su vida resulta tan interesante que ha dado para
novelas, biografías e incluso, algún comic.
No queda claro por qué ManRay
llegó a Biarritz aquél 1926 en que filmó su película a nombre de la casa, pero
sí que llevaba en el bolsillo 10.000 dólares que le había prestado Arthur
Wheeler, y en la cabeza la idea de quedarse una temporada en la costa
vasco-francesa para rodar una película. Seguramente acabó por decidirle el
hecho de que una señorita rusa, de esas que eran ricas princesas huídas de la
revolución, le ofreció su casa para dar forma al proyecto
cinematográfico del que seguramente le había estado hablando. La casa, como es de imaginar, no era otra que esta Emak Bakia.
Allí trabajó Man Ray durante cosa
de un mes, acompañado únicamente por un ayudante de cámara y rodando una
película con total libertad. Así fue como se le ocurrió lanzar su cámara al
aire, a diez metros de altura, y recogerla antes de que se estrellara contra el
suelo, incluyendo en su película las inconexas imágenes que se grabaron durante
el vuelo. Rodó también los pies de la señora Rose Wheeler bailando un animado
charleston en la puerta de 'EmakBakia', el despertar de unos cerdos, un rebaño
de ovejas y unas olas de mar.
Parece ser que la película se convirtió, con los años, en una de
las obras icónicas del cine experimental, aunque con el
tiempo se terminó por olvidar dónde estaba exactamente la casa que le daba
nombre.
Pero su nombre y su vinculación
con el País Vasco Francés siguió latente. En los años ochenta, Bernardo Atxaga
encabezó un grupo de artistas vascos que crearon una pequeña editorial
vanguardista a la que llamaron Emak Bakia Baita. En Florencia, trabajan unos
diseñadores que se enamoraron de la película y llamaron Emak Bakia a la marca
que han creado.
Hace unos años el realizador y
periodista navarro Oskar Alegría se embarcó en la búsqueda de la casa, dedicándole
una película documental que se estrenó con tal éxito en el BACIFI de Buenos
Aires, que de ahí pasó a exhibirse en festivales como los de Edimburgo, San
Sebastián, Distrital -en México-, o Telluride -en EE UU-, donde la calificaron
como una “maravillosa apuesta narrativa”
A través de diferentes artículos
y entrevistas que he encontrado, leo que Alegría planteó su película como una
búsqueda, como la historia de un viaje improvisado, con una sucesión de
encuentros inesperados hasta descubrir el lugar donde Man Ray filmó su cine
poema. Según cuenta, en su búsqueda de la casa al borde del acantilado, revisó
los archivos de Biarritz –creyendo que estaba ahí- sin demasiada suerte. Las
únicas pistas seguras que tenía eran la imagen de una playa, un acantilado sin
urbanizar y un balcón con dos gruesas columnas.
Armado con una imagen extraída de
la toma del mar que Man Ray rodó desde el propio balcón de la casa, Alegría
recorrió la costa preguntando y remirando una y otra vez. Al fin, después de un
tiempo, dio con ella en el mismo lugar en el que yo me la encontré.
Afortunadamente para mí –o no-, el pasó antes, y seguramente a consecuencia de
su hallazgo y su película se colocó la placa que llamó mi atención.
La película de Alegría, a
diferencia de la que originariamente dio lugar a su búsqueda, tiene para mí el
interés de lo que es en sí, el valor de algo que me apasiona sobre todas las
cosas: el proceso de búsqueda, la toma de decisión de inciarla, las razones que
la motivan y los encuentros que se dan por el camino...
Así, Alegría no se detiene en la
película, sino que reconstruye la tortuosa historia de esta casa, construida
por un arquitecto rumano, de acuerdo con el gusto de su patria, con materiales
traídos de ella y por encargo de una familia principesca originaria de aquél
país.
Por razones no muy claras, poco
después del paso de Man Ray por ella, la casa fue vendida por dos millones de
francos a un viticultor de Burdeos, que la rebautizó como Ville Gérard. De 1939
a 1945, sirvió de puesto de vigilancia fronterizo a las tropas ocupantes
alemanas que, antes de huir, saquearon en buena medida el edificio, y en 1951
fue adquirida por ocho millones de francos por el comité de empresa de la
fábrica aeronaútica Socata de Tarbes, como lugar de recreo para sus
trabajadores y sus hijos.
A pesar de que desde entonces se
ha convertido en una casa vacacional de empresa, según dicen quienes han
entrado en ella, todavía es posible admirar su gran chimenea coronada por
Medusa, los ornamentos de madera propios del país balcánico o la balconada con
vistas al Atlántico cuyas columnas fueron inmortalizadas en la película.
Cuentan, que mientras buscaba la
casa, un arquitecto amigo suyo le contó a Alegría que había tenido noticia de
que una anciana residente en Francfort estaba también intentando dar con ella… Era
la nieta de quien mandó construirla, una tal Maria Despinazu Sayn-Wittgenstein,
cuyos primeros recuerdos están asociados a las dependencias de esa casa. Gracias a este encuentro, con 94 años , Maria volvió a revivir sus tiempos de infancia desde aquél hermoso mirador ante la cámara de Alegría.
Parafraseando a uno de los
artículos que me dieron luz sobre todo esto, hay una cita de mi querido Alvaro Cunqueiro que viene como anillo al dedo
para una ocasión como esta:
«no todo lo que está enterrado,
está muerto».