domingo, 17 de diciembre de 2017

La flor del sol


El Eguzkilore o flor del sol es la flor seca del cardo silvestre, conocida también como Carlina Acaulis, y es considerada una representación del astro diurno a la que se le atribuyen las mismas funciones místicas que corresponden al sol. Se coloca en las puertas de las casas para defenderlas de todo lo que acompaña a la oscuridad: desde el rayo y la tormenta de la noche, hasta los malos espíritus y las indeseadas visitas de las brujas...

Dicen las tradiciones que cuando las brujas merodeaban pueblos y caseríos a la vuelta de los akelarres, si divisaban un eguzkilore entre las brumas del amanecer, huían despavoridas al confundirlo con el sol y aquél hogar quedaba liberado de su visita. En otros lugares se cuenta que las brujas no podían entrar en las casas hasta que le hubieran quitado todas las hojas a la carlina, trabajo suficiente para que mientras llegara el amanecer y éstas tuvieran que volver a sus cuevas.

El eguzkilore era también un efectivo protector contra los temidos efectos de la niebla de la mañana, a la que se llama lausoa. De ésta contaba José Miguel de Barandiaran que era común creer que cuando recorría las calles de los pueblos o rodeaba cualquier casa, podían llegarse a ver dentro de ella cosas inimaginables, sorprendentes y terribles traídas de la mano de Aide, un genio infernal.

Visitando esta mañana el pueblo de Zerain, me he encontrado en las puertas de algunas de sus casas con el recuerdo vivo de todas aquellas creencias. A mi modo de ver no parecen ser si no una mixtura de remotas tradiciones dentro del molde de un canon cristiano muy primitivo... Poco importa, la verdad: en el recuerdo de quien se ha encontrado hoy con esto, reviven los cuentos que oía por boca de sus abuelos aquellas heladoras noches de invierno, en entonces aquellos remotos valles, cuando el año llegaba a sus confines.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Una mirada oblicua


Robert Doisneau (1912-1994), “el cazador de imágenes”, es célebre sobre todo por su fotografía más popular e imitada, la que se conoce con el título de “El beso". Pero si se escarba un poco más en su obra, se irá descubriendo que esa búsqueda de la espontaneidad, de la autenticidad de lo representado, era una constante en este fotógrafo francés con la que obtuvo magníficos resultados.
Como muestra un buen ejemplo dentro de su repertorio.“Un regard oblique” (“Una mirada oblicua”) es una serie fotografica realizada por Doisneau para que formara parte de un artículo de la revista LIFE publicado en 1948. La idea era captar con su cámara las miradas, muchas de ellas "oblicuas", de los paseantes ante un cuadro, subido de tono para los cánones de aquella sociedad, expuesto en la vitrina de la Galería Romi, situada en la rue de Seine, París (Francia).
Para que el experimento tuviera el efecto deseado, Doisneau escondió su cámara en una vieja silla que se encontraba en el interior de la galería, de manera que pudiera captar la reacción de los transeúntes, sin que estos fueran conscientes de ello, ante la exposición de una obra pictórica que representaba el cuerpo desnudo de una mujer.

En la serie vemos a una respetable dama asustada por lo que está expuesto en público; un gendarme que parece repasar de memoria el repertorio legal por si eso fuera constitutivo de delito; un hombre que oculta su mirada tras un voluminoso paquete; la pareja joven en la que ella observa divertida la imagen, mientras él retira con cierto rubor la vista hacia otra obra; un respetable matrimonio de clase media en el que la mujer comenta con su marido los pormenores de un lienzo, mientras él, poco atento a sus explicaciones, desvía subrepticiamente la mirada hacia el lienzo de la mujer desnuda...
La serie de Doisneau ha dado pie a diversos estudios sociológicos relacionados con los usos de aquella época. De hecho se ha empleado en multitud de ocasiones para ilustrar lo que se denomina "la política sexual de la mirada", y en otras tantas para mostrarnos cómo todo un universo de identidades que se cruzan por la calle un día cualquiera, pueden reaccionan ante una situación muy concreta de maneras muy diversas. Por ahora.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

οἰκουμένη - tierra habitada

Konrad Peutinger y Margareta Welser

Konrad Peutinger (1465-1547) fue un hombre del Renacimiento en todo el sentido de la palabra. Algo así como una especie de arqueólogo, que buscaba y coleccionaba objetos del pasado; un coleccionista siempre tras el rastro de manuscritos y libros antiguos, que poseía la biblioteca privada más grande al norte de los Alpes. Su interés por el pasado le llevó a publicar la primera colección impresa de inscripciones romanas, y su gusto por el intercambio de ideas a cartearse con el mayor erudito de su época, Erasmo de Rotterdam. Peutinger era  jurista, diplomático, político y economista, además de consejero del emperador Maximiliano I y después de su sucesor, Carlos V. Estaba casado con Margareta Welser, perteneciente a una de las familias más ricas de Alemania y erudita por derecho propio.

Cuando en 1508, murió su amigo Konrad Bickel, el bibliotecario del emperador Maximiliano de Austria, Peutinger heredó de él un viejo mapa que Bickel afirmó haber encontrado "en alguna parte de una biblioteca" hacia 1494. Se trataba de la copia realizada por un monje medieval de Colmar allá por el siglo XIII, en el que había una inscripción que hacía referencia a su lejano origen en tiempos del emperador Augusto. Su nuevo propietario acogió con entusiasmo el tesoro heredado en su biblioteca, tomando este desde entonces el nombre de Tabula Peutingeriana o mapa de Peutinger.


Edición de Abraham Ortelius de la  Tabula Peutingeriana

La Tabula Peutingeriana, es la copia de una especie de guía de carreteras de tiempos del imperio romano, un itinerario ilustrado que muestra la red vial de la ecúmene o mundo conocido por ellos en aquél entonces. Si la Tabula ha llegado primero a manos de Peutinger, y después hasta nosotros ha sido por el hecho de que fue copiada una y otra vez a lo largo de los siglos. Los rastros dejados en cada unos de los traslados ha permitido además, establecer una especie de genealogía de las sucesivas reproducciones que se han hecho de ella desde su creación original en tiempos del emperador Augusto.

Vemos cómo el paso del tiempo ha ido dejando huella en la Tabula, por un lado manteniendo lugares desaparecidos, como Pompeya, Herculano y Oplontis, destruidos en 79 d.C. por la erupción del Vesubio; y por otro incorporando en posteriores copias localizaciones que no existían en un origen, como es el caso de Constantinopla fundada en 330. La Tabula abarca toda Europa, excepto la península ibérica y las islas británicas, parte del documento que se perdió en algún momento, e incluye el norte de África y partes de Asia hasta casi la India. 

En este último lugar, en el límite del mundo conocido entonces, se anota en el borde del plano, allá donde Alejandro detuvo sus conquistas y exploraciones:

“Hic Alexander Responsum accepit. 
Usque quo Alexander”

“Aquí Alejandro obtuvo la respuesta. 
¿Hasta dónde, Alejandro?”


Se cree que la Tabula original fue creada bajo la dirección del general y arquitecto romano Marcus Vipsanius Agrippa (c.63 a.C.-12 a.C.), yerno, confidente y colaborador del emperador Augusto. Después de la muerte de Agrippa en el 12 a. C, el mapa fue grabado en mármol y expuesto en Roma, en el Porticus Vipsania, un hermoso edificio porticado con doble columna, situado en el extremo este de la Vía Lata (actual vía del Corso), junto a los arcos del Aqua Virgo, como lo recuerda el poeta latino Marcial en alguno de sus epigramas. El pórtico, que albergaba estatuas y obras de arte, se hizo pronto conocido en la antigüedad por este mapa monumental del mundo, que representaba para los orgullosos ciudadanos de aquella urbe los inmensos límites hasta los que había llegado su poder. Ni más ni menos que casi la totalidad del mundo conocido por ellos. Más allá de sus bordes, la nada, que era lo mismo que lo desconocido.

La obra geográfica de Vipsanius Agrippa gozó de tanta fama que fue empleada por muchos autores latinos con apoyo para sus obras –Plinio el viejo entre ellos-, y fue trasladada a pergamino por una legión de copistas anónimos a lo largo de los siglos siguientes, hasta llegar a la que heredó el noble Konrad Peutinger. Sin embargo esta tenía un grave problema que no pasó inadvertido ni a su propietario ni a quienes tuvieron la fortuna de conocerla: estaba gravemente deteriorada.

Marcus Vipsanius Agrippa y Abraham Ortelius
Fue Abraham Ortelius (1527-1598), una mezcla de viajero, anticuario geógrafo e impresor nacido en Amberes quien tomó entonces el testigo en esta historia. Aprovechó de sus numerosas influencias para hacerse con todas las copias que pudo del manuscrito, revisarlas, supervisarlas y poner el año 1598 en la prensa la edición de la Tabula que a día de hoy se considera aún la más fiable con respecto al original de Peutinger. Puede verse aquí.

Para entonces, Ortelius era ya reconocido por ser el autor del que se considera el primer atlas moderno, el “Theatrum orbis terrarum (1570)” que contenía hastas 70 mapas, la mayor colección de su época, ordenados de mayor a menor, con índices y bibliografías. De hecho, gran parte de ellos eran copias y algunas bastante inexactas. Pero a día de hoy constituye una hermosa recopilación de los conocimientos geográficos del momento, y por aquél entonces algo tan novedoso en su planteamiento como lo pudo ser La Enciclopedia casi dos siglos después.

Plano de Europa en Theatrum orbis terrarum (1570)
Es una pena lo poco que parece saberse de Ortelius, pues todo apunta a que aquellos viajes que narra en algunas de sus obras y que protagonizó él mismo, le sirvieron para recopilar no sólo mapas y documentos raros y antiguos, a los que era muy aficionado, sino todo tipo de conocimientos  que han quedado seguramente olvidados entre los muchos papeles que de él se conservan en algunos archivos.

Da que pensar, por ejemplo, que cuando Ortelius fue nombrado en 1575 geógrafo de Felipe II, ocurrió por recomendación de Benito Arias Montano, quién apreciaba en él tanto sus conocimientos, como el hecho de haber tenido como mentor a Gerardus Mercator y, sobre todo, pertenecer como él a la Familia Charitatis, secta ocultista y contemplativa. Este cargo le permitió a Ortelius acceder a lo que podría llamarse el Dorado de los geógrafos de su tiempo: todos los conocimientos acumulados por los exploradores portugueses y españoles.

Es un suponer que Arias Montano y Ortelius pudieron conocerse en Amberes, donde vivía el segundo y tuvo que pasar ocho años el primero por encargo de Felipe II para coordinar, como “architipógrafo regio”, la publicación de la Biblia Sacra Regia Políglota en los talleres de Cristóbal Pantino -Christoffel Plantijn-. Su misión era además la de hacer de censor inquisitorial para que el texto fuese todo lo fiel que la santa iglesia católica requería. Curioso que fuera en la mismísima imprenta de Plantino, y de la mano de éste, donde seguramente tanto Arias como Ortelius se iniciaron y compartieron militancia en la Familia Charitatis.

De hecho, fue el propio Plantino quien colocó en la edición francesa del Théâtre de l'Univers del mismo Ortelius, unos versos que aún hoy en día, después de todo el tiempo pasado, parece que nos cuesta entender:

C'est grand honneur, Messieurs, de voir tant d'estrangers
Des quatre Parts du Monde (avec mille dangers)
Apporter ce qu'ils ont d'esprit et de puissance
Pour rendre vostre ville un Cornet d'abundance...


jueves, 2 de noviembre de 2017

Hacia las entrañas del abismo


Buscando algún rastro sobre la vida de un arponero vasco al que estoy siguiendo los pasos, he dado con un curioso documento que dejo por aquí.
A finales de 1838, la ballenera "Royal William" salió de la costa este de los Estados Unidos hacia el Atlántico sur y el Océano Indico. El barco era capitaneado por un tal Jephthah Jenney, magnífico nombre para un personaje de este tipo, que anotó detalladamente en su libro de registro lo que ocurría diariamente en la William a lo largo de los dos años de navegación: información sobre el clima, coordenadas de ubicación, incidentes entre los tripulantes, avistamientos y números, muchos números y datos técnicos...
Para llevar una mejor contabilidad de sus capturas, Jephthah dibujaba una ballena al margen de la anotación de aquél día. Si mostraba en la ilustración una con dos colas, quería decir que habían matado una segunda ballena, pero que "se hundió" antes de que pudiera ser capturada por la tripulación. 

Lo de hundirse era algo que, a diferencia de los cachalotes, pasaba con algunas especies de ballenas cuando morían, aunque es posible que se refiriera también al hecho de que se sumergiera intentando una huida final en la que arrastraba consigo a sus captores a los más profundos abismos del océano.

lunes, 30 de octubre de 2017

Lettre à Madame la marquise de Senozan



El libro escrito por el doctor Pierre Chauvin “Lettre à Madame la marquise de Senozan, sur les moyens dont on s'est servy pour découvrir les complices d'un assassinat, commis à Lyon, le 5e juillet 1692”, es una rara obra-testimonio sobre un caso policiaco ocurrido en la Francia de fines del siglo XVII. En él se narra cómo se puso a prueba la credulidad de la sociedad preilustrada en los métodos empleados por un radiestesista, de nombre Jacques Aymar, para identificar a los culpables de un crimen.


El 5 de marzo de 1692, un comerciante de vinos de Lyon y su esposa fueron asesinados en su sótano. La investigación se paralizó, pues no había manera de dar con alguna pista. Un vecino del lugar sugirió usar los servicios del tal Jacques Aymar, muy conocido en el lugar por su capacidad para hallar, ayudado de su varita milagrosa, cualquier cosa que se hubiera dado por extraviada. Dicho y hecho: llevado a la escena del crimen, Aymar reconstruyó el itinerario de los asesinos con su varita de avellano, hasta llegar a la localidad de Beaucaire. Allí, señaló como culpable a un hombre jorobado que acababa de ser arrestado por un pequeño hurto. Encerrado en Lyon, el jorobado confesó tras sufrir un duro interrogatorio, ser uno de los autores del crimen junto con un par de cómplices a quienes denuncia. 

Una vez detenidos éstos, todos los acusados fueron condenados a morir por el suplicio de la rueda en la plaza des Terreaux de Lyon.

Se habló mucho del caso en aquella época, sobre todo de las espectaculares dotes adivinatorias del radiestesista. Y fue tanto que desde entonces era solicitado para otras muchas averiguaciones en todo el reino de Francia. Pero esto mismo hizo que las autoridades terminaron por sentirse molestas por ello. Así que lo llamaron a París, para que la prestigiosa Academia Real de Ciencias lo sometiera a una serie de pruebas que terminaron por ponerlo en evidencia, acusándolo de impostor.

viernes, 13 de octubre de 2017

La educación sentimental

John Barrymore interpretando Hamlet (1922)

Como ya se sabe, Hedda Hopper, fue actriz y cronista del universo Hollywoodiense allá por la primera mitad del siglo XX. Hace poco cayó en mis manos una edición de 1954 de su semiautobiografía “Lo sé de buena tinta”. Entre otras muchísimas cosas, cuenta en ella una enriquecedora anécdota acerca de los consejos que dio el conocido actor Jack Barrymore a su joven hijo Bill, cuando esta se lo envió para que lo enderezara un poco.

La transcribo:

«Cuando terminamos el trabajo fuimos a verle, y una vez confortablemente sentados junto a él, miró a Bill muy despacio y empezó a contarle esta edificante historia: 

» Hijo mío, cuando yo era un poco mayor que tú, y, sea dicho en honor de la verdad, tenia mejor figura que tu, hice mi primer viaje a Australia. Aunque mi experiencia teatral no era mucha, Willie Collier ­­­-Dios lo bendiga-, me concedió un margen de confianza. Realmente yo le debía a él la vida porque durante el terremoto de San Francisco me sacó de la cama y me salvo metiéndome dentro de una bañera llena de agua; mi tío John Drew dijo que había sido necesario que se desquiciasen todas las fuerzas de la Naturaleza para que yo tomase un baño; bien es verdad que luego colaboré en el salvamento de otras personas, y esto me libero un poco de la deuda de gratitud eterna que suele contraerse en casos semejantes. Nos fuimos a Australia Willie y yo, como te decía, y antes de llegar a puerto recibí un cable de un amigo mío diciéndome que no me preocupase por el alojamiento, porque él lo tenía ya resuelto. Y era verdad; desde el muelle me llevó a la mas bien montada casa de prostitución que había en Australia, cuya dueña se había enamorado de mi amigo, y durante diez años le había proporcionado cuanto había necesitado: dinero, bebidas y comida a placer y completamente gratis. La buena señora, que era muy amable y muy guapa, dijo que los amigos de su amigo eran amigos suyos, y que estaba todo pagado para mí. La primera noche organizó una reunión en mi honor, a la que solo asistimos mi amigo y yo, ella y sus señoritas; la amabilidad y generosidad de aquella dama no tenia limites, y desde luego no he vuelto a asistir a reuniones coma aquéllas. Me instalé en aquella casa, y en ella viví todo el tiempo que duré mi contrato, y fui tan tonto, que cuando llegó la hora de regresar a América propuse a una de las chicas que se casara conmigo, a lo que ella, mucho mas lista que yo, no accedió.

» Yo me empeñé en dar una fiesta de despedida, y efectivamente se dió: cerramos la casa y nos quedamos solos, como en una dulce reunión familiar. Llegó el coche para llevarme al muelle, y cuando ya estaban cargadas mis maletas, tuve la frescura de pedir la cuenta. La amiga de mi amigo contestó:

» Mr. Barrymore, nadie me había gustado tanto como usted en toda mi vida. Sería una ingratitud cobrarle nada, cuando en realidad soy yo la que debería pagarle a usted su amabilidad y su finura.

» Mi amigo, ya en el muelle, me dijo con cierta pena:

» Barrymore, ¿por qué trabajas? ¿Por qué no te buscas una posición como la mía?

» Mi hijo Bill oía todo aquello un poco confuso. Jack acabó su historia diciendo:


» Te confieso, hijo mío, que toda mi vida he lamentado no haber hecho caso de aquel joven amigo.»

martes, 10 de octubre de 2017

Los zapatos brillantes de Speedy Schlichter


Resulta endiabladamente difícil saber algo de esta mujer. Y sin embargo, durante un tiempo, fue la musa, compañera, amante y amiga de un puñado de artistas que se unieron bajo el paraguas de nombres de colectivos tan diversos como Dada, Neue Sachlichkeit (Nueva objetividad) y Novembergruppe (Grupo Noviembre).

¿Cómo es que llegó a verse ahorcada?

Una de las primeras cosas que sabemos de Elfriede Elisabeth Koehler, es que tenía 25 años cuando conoció en 1927 a su futuro esposo, Rudolf Schlichter pintor conocido en los ambientes bohemios de Berlín. De su pasado hasta entonces, todo parece estar cubierto por un halo de leyenda: se la hace nacer en distintos lugares de Suiza, diferentes son también los perfiles de su familia según dónde se lea, y cuando por fin entra en escena, se dice que ejercía la prostitución de manera más o menos ocasional en el Berlín en el que conoció a Rudolf.

Puede que en esta creencia tuviera mucho que ver la personalidad de su pareja y después esposo, quien era conocido por su afición a frecuentar los prostíbulos más canallas de la ciudad, y ganarse la vida vendiendo ilustraciones de carácter abiertamente pornográfico, que firmaba con el seudónimo de Udor Rédyl. Muchas de ellas estaban inspiradas en la que era su compañera en aquellos primeros años de la postguerra, la prostituta Fanny Hablützel.

Fue  Schlichter quien bautizó a Elfriede, como musa, amante y esposa, con el nombre que la haría popular: Speedy, Speedy Schlichter, nombre hoy casi desconocido, pero que cuando nació lo hizo con vocación de pasar a formar parte de la gran historia de ese nuevo arte que se estaba fraguando en la Europa de entreguerras. De hecho, fue invitada a actuar en algunas de las películas de moda por aquél entonces, llegando a coprotagonizar una de ellas –en el papel, como no, de una prostituta-, con la legendaria flapper Louise Brooks: Diary of a Lost Girl (1929).

Edith Meinhard, Louise Brooks, Speedy Schlichter
Como modelo de su marido Rudolf Schlichter, fue la protagonista exclusiva de más de 40 dibujos, acuarelas y cuadros. Existe también una importante colección de fotografías entre las que se encuentran unas de 1928 tituladas Strangulierung sexperiment in Atelier (“Sexperimento de estrangulación en el estudio"). Es evidente que las fotos requirieron de trucaje, consistente seguramente en cuerdas o arneses para evitar un ahorcamiento real. Pero el simulacro no resta fuerza descriptiva ni artística a esta representación de una sexualidad basada en la asfixiofilia o asfixia erótica, una de las más peligrosas prácticas de excitación sexual.


De hecho, en estas fotografías Schlichter consigue reunir y materializar sus dos fetiches predilectos: la estrangulación y la representación de una mujer calzada con botines o zapatos brillantes de satén. El autor es consciente de ello, e incluso es capaz de adivinar en que punto de su pasado se encuentra el origen de ambas filias. De la segunda de ellas, por ejemplo, cuenta en su libro de memorias “Das widerspenstige Fleisch” (“La carne rebelde”, 1932) Schlichter detalla:

Luz. Diario de la República. 22 de marzo de 1932
“Un incidente se produjo con mi hermana Gertrude, o más precisamente, con sus zapatos. Un día, ella se probaba, visiblemente a regañadientes, un par de botas abotonadas de caña alta (…) Estas botas en los pies de mi hermana me placieron increíblemente: el bello resplandor luciente sobre la curvatura del pie, los numerosos botones pequeños, la forma estrechamente amoldada a la pantorrilla excitaban hasta al máximo la sensualidad, el ligero crujir del cuero me enviaba una sucesión de estremecimientos a lo largo de la espalda, habría querido ponerme yo mismo esas botas, pero en secreto, cuando nadie me viera”.

No era la primera vez que Schlichter representaba estas parafilias bien unidas o bien separadas. Una de tantas, por ejemplo: la acuarela titulada Der Künster mit zweierhängten Frauen (El artista con dos mujeres colgadas), de 1924, donde representa a dos mujeres que cuelgan inertes de sogas sujetas al techo de una habitación amueblada. 

Esta afición sirvió para que los artistas del círculo de Schlichter la emplearan como una referencia a su amigo. Incluso hoy en día, puede servirnos para identificarlo en obras de autores de aquella época. Puede verse por ejemplo en un grabado de George Grosz  representando a Schlichter, postrado a los pies de la botas de Speedy, su mujer, como vemos también en el dibujo Speedy beim Schminken (Speedy maquillándose), de 1930. 

La generación de Schlichter y Grosz había pasado por las trincheras de la primera guerra mundial, y eso hacía que se sintieran tan fascinados como asqueados por la experiencia. Sus obras, como las de Otto Dix, están repletas de duro erotismo, deformaciones, violencia y crítica social radical. Fueron polémicas, provocando que aquella sociedad que, poco a poco, se iba inclinando hacia el nacionalsocialismo, censurara de manera cada vez más contundente una actitud que consideraban derrotista, antipatriota y antimilitarista, propia de quienes estaban asociados con la extrema izquierda para socavar la moralidad y las costumbres alemanas. En contraposición a todo esto, Dix afirmaba que "Lo que necesitamos para el futuro es un naturalismo fanático y apasionado, una veracidad ferviente e infalible".

Como Grosz, Dix era un claro ejemplo de continuidad, pero no de imitación, de las técnicas de los grandes maestros del pasado. Desarrolló explícitamente el arte de Grünewald, Bosch y Bruegel en muchas de sus obras, en especial en las referidas a la guerra, en las  que representaba con crudo realismo los cadáveres podridos de soldados alemanes en el frente. En estas obras hay referencias muy directas al panel de Isenheim. De hecho, en su Triptychon Der Krieg  (Tríptico de la guerra, 1929-1932), reinventa la obra de Matthias Grünewald sustituyendo el horror de la crucifixión por el de la guerra, utilizando los mismos medios (templado sobre madera), un formato similar de múltiples paneles y el mismo vocabulario del sufrimiento.


Con toda la intención Dix establece un paralelismo entre el dedo de San Juan Bautista apuntando a Cristo y la redención que hace posible, y el dedo del muerto que en el punto de escape de la obra, en medio de un siniestro y desgarrado paisaje, apunta al sacrificio vano de los soldados en la guerra.

Referencias como esta hicieron que incluso la mismísima obra de Grünewald cayera en desgracia a ojos de la cultura oficial de la Alemania de entonces, por la supuesta apropiación que de él habían hecho los artistas de vanguardia.  


Y de algún modo volvemos al principio. 

Si comenzábamos con la imagen de una mujer ahorcada de la que apenas sabemos nada, finalizamos con la de un hombre crucificado, del que creemos saber mucho, pasando antes por la representación de los despojos de quien había sido alguien, nadie en concreto, colgando sobre una masa informe de cadáveres. Todos ellos han atravesado un mismo trance, y, sin embargo, la diferencia puede estar –tanto para quienes lo aprecian como para quienes lo rechazan-, en esos zapatos brillantes que lucen los pies de la desconocida Speedy Schlichter.


lunes, 25 de septiembre de 2017

Mortifiement de Vaine Plaisance


El manuscrito de “Mortifiementde Vaine Plaisance” que conserva la colección Bodmer en Suiza, es quizá la versión de mayor calidad que existe de las que se crearon para iluminar este poema alegórico sobre el debate entre alma y el corazón. Existen otras versiones, trece aproximadamente, pero ésta es superior, pues contiene ocho magníficas joyas primorosamente ejecutadas hacia 1470 por Jean Colombe, autor ya para entonces muy experimentado, y reconocido por su participación en trabajos como el de  “Las muy ricas horas del duque de Berry”.

El grupo de ilustraciones de “Mortifiement…” se abre con la que representa a una mujer vestida de blanco, suponiéndose que es la personificación del alma devota del donante que abraza su corazón contra el pecho. En apariencia es una escena encantadora, llena de ternura y delicadeza. Sin embargo, si la miramos detenidamente e intentamos traducirla, vemos que hay algo en ella que puede resultarnos inquietante: la casa está en ruinas, el pavimento roto, levantado, y la misma pared se hubiera caído si no fuera por ese refuerzo hecho con un tosco tronco. Sí, la casa es el envoltorio carnal del donante, arruinado por un corazón lleno de anhelos terrenales… A lo lejos, una espléndida fortaleza parece querer recordarnos a todos que la salvación es posible si abandonamos nuestras vanas pasiones.

Parece ser que el autor del poema, René de Anjou (1409-1480), Rey de Sicilia, Duque de Anjou y Conde de Provenza, no pasaba por una buena racha cuando lo compuso. Y eso se nota: acababa de regresar de una infructuosa campaña en Italia, que había dejado sus arcas totalmente arruinadas, y poco antes había muerto su mujer, Isabelle de Lorraine, pérdida por la que se mostraba inconsolable, roído por el miedo a la muerte y obsesionado por la búsqueda quién sabe si más del consuelo ante lo desconocido, que de la salvación.

"…considerando que el tiempo vivido del que todos tenemos que dar cuenta pasa incesantemente, como agua de río sin parar, y se va sin volver, y por negligencia a menudo lo perdemos sin tener posibilidad de recuperarlo…"


La segunda ilustración del grupo nos muestra como la pobre alma solitaria recibe la visita de dos mujeres de aspecto un tanto extraño. La primera de ellas parece no dar importancia a presentarse de visita con una espada flotando horizontalmente sobre la cabeza. Éste que es uno de los primeros detalles que me llamo la atención del conjunto, es un recurso que desconocía hasta aquí, y que parece ser el símbolo de la justicia divina… De hecho, en la hoja de la espada puede leerse la inscripción “Divina Iusticia”, lo cual hace fácil entender que su afortunada portadora responda al nombre de Temor de Dios.

Con ella llega Contrición, que tampoco tiene desperdicio: envelada, descalza, con los senos desnudos, y provista de un pequeño látigo de ramitas, listo para batir a los penitentes y privarlos de cualquier deseo de reincidencia… Ambas exhortan a Alma para que abandone los placeres inútiles que el corazón le ha llevado a apreciar tanto, por medio de una moralina tan al uso como que: 

"La perfección no está en llevar una vida pomposa, ni ser victorioso con los ejércitos... la verdadera y perfecta bendición no se encuentra en la estatura, ni en la fuerza del cuerpo, ni en la belleza de nadie, la sutileza o la exquisita elocuencia…”


Para hacer patente la incomodidad que le producen en ese momento los vicios y los placeres de la vida cortesana, René pretende a estas alturas –elevadas, sin duda- del poema, acercarse a los más humildes, a aquellos en los que el ideal de la simplicidad se ha cebado convirtiéndoles, contra todo pronóstico y realidad, en los seres más afortunados de aquél tiempo. René se despacha entonces con tres parábolas: la del carretero, la de la mujer pobre y la de la ciudad asediada… para que los más humildes, y con ellos también su alma, llegaran a entender lo que pretendían Temor de Dios y Contrición.

No parece que lo lograra, y mucho menos que consiguiera "hacer reír a la gente común", como se lee que manifestó al arrancar con esta obra. Y es que sin lugar a dudas, a le bon roi René, le perdía su amor por los bellos libros, como lo hacían también la teología, las novelas de caballería, la poesía y en general todo aquello que contenían los innumerables volúmenes que llenaban su biblioteca real. Y con dicho bagaje era muy difícil para un rey "hacer reír a la gente común".


Ya estamos fuera de la casa-cuerpo, Temor de Dios y Contrición han logrado arrastrar a Alma a la luz, sacándola de su miserable morada, llegando incluso a quitarle de las manos su corazón lleno de vicios con el pretexto de cuidarlo, de "purificarlo”, según aseguran.

Es curioso observar el detalle de cómo Alma se viste para salir a la calle, cubriéndose con ese manto o capa azul que hasta entonces había permanecido desparramada por el suelo, como queriendo mantener esos hermosos contrastes rojo-azul que demuestran un magnífico dominio de los colores por parte de su autor.

De hecho, como mecenas de las artes, el rey René se rodeaba de lo mejor cuando se trata de ilustrar sus escritos: durante toda su vida encargó a los copistas e ilustradores más reputados del momento que reprodujeran sus obras con bella caligrafía y luminosas ilustraciones, que luego entregaría como un obsequio más en sus intercambios diplomáticos. De hecho, se dice que para la ilustración de este libro había hecho el encargo a Barthélemy van Eyck, uno de los grandes de su época, pero que murió al poco, por lo que fue entonces cuando se llamó para continuarlo a Jean Colombe.


Muy dentro de las intenciones que le íbamos adivinando a Contrición, el corazón es llevado a un hermoso jardín donde otras tres mujeres con nombres tan en la línea de las anteriores, como son Fe, Esperanza  y Caridad, personificaciones de las virtudes teológicas,  junto con Gracia Divina, se esmeran en clavar al corazón en una cruz y atravesarlo con una lanza para liberarlo así de la vanidad, todo ello en clara referencia a la Imitatio Christi, por medios un tanto contundentes. 

El manuscrito original de “Mortifiement de Vaine Plaisance” ha desaparecido, sin embargo, ese afán de su autor por encargar copias para repartirlas entre sus visitas diplomáticas ha hecho que, a día de hoy,  se conserven aún trece copias, lo cual no es poco. De todas ellas, es ésta de Colombe, que se conserva en la Fundación Martin Bodmer en Suiza, la de ilustraciones de mayor calidad. Hay otras copias, por ejemplo la de The Morgan Library & Museumpero no llegan a tener la calidad de ésta. 

Como todo manuscrito que se precie, merece capítulo aparte la narración del recorrido que ha hecho desde su creación hasta hoy en día. Éste por ejemplo, después de haber pertenecido al emperador Carlos VI, quedó depositado en las estanterías de la Biblioteca Nacional de Viena, donde fue robado en 1825. Nada se sabría de él hasta 1951, si no fuera porque hojeando el libro, uno puede descubrir en el reverso de la portada, una inscripción fechada 1840 que dice que estaba "Dado a Madame Agathe Odilon Barrot por su amiga Zoé de Valuzé".

Mientras preparaba estas líneas, la malsana curiosidad me ha enredado en la búsqueda de quiénes eran estas dos mujeres: la tal Agathe Barrot (Defossés, de soltera) (1803 - 1859) casó con Camille Hyacinthe "Odilon" Barrot (1791-1873) motivo por el cual, siguiendo la costumbre de aquellos países, adoptó los apellidos de su marido, el cual llegó a ser primer ministro en tiempos de Napoleón III. 


En cuanto a Zoé de Valuzé, resulta un poco más difícil encontrarla, aunque al revisar algunas transcripciones de la nota, uno da con que el apellido es realmente Valazé, y coincide con el de la Louise-Suzanne-Zoe, que aparece en la lista de pensionarios del Bulletin des lois de la République Française, Volumen 14” (1839), por ser hija de uno de los conquistadores de Argelia, Éléonor Bertrand Anne Christophe Zoa Dufriche, baron de Valazé, y nieta del famoso, por aquél entonces, Charles Éléonor Dufriche-Valazé, célebre por haber preferido apuñalarse en pleno tribunal revolucionario al conocer su condena a muerte, el 30 de octubre de 1793, antes que dejarse guillotinar…

Conocidos ambas protagonistas del intercambio, y viendo que a partir de aquí puede obtenerse una cantidad ingente de información acerca de ambas personas, sin llegar a saber a ciencia cierta el motivo por el que estaba el manuscrito en sus manos –aunque me parece imaginarlo dado el poco margen que hay-, enderezo mi camino y vuelvo al poema del buen rey René.

Antes me gustaría apuntar, para completar el periplo, que en 1951compró el manuscrito a una familia anónima el célebre bibliófilo suizo Martin Bodmer, quién lo añadió a esa colección que conforma ahora una de las tantas bibliotecas en las que a más de uno nos gustaría perdernos.

Ahora sí, continuo y acabo.


Despues de la relajación a la que había sido sometido el corazón, éste vuelve a manos de Temor a Dios y Contrición todavía crucificado, y, como puede imaginarse, completamente traumatizado por lo que acaba de sufrir. Ambas se lo devuelven ya tranquilizado a Alma, que ha tenido tiempo suficiente para tomar conciencia del aspecto superfluo de los vanos placeres, de que no volverá a ellos más, y de que es en adelante el amor infinito a Dios lo que debe ser el motor de su vida. Más le vale …

En uno de los fragmentos más deliciosos del texto, René nos recomienda 

Pense à ton sort sans plus tergiverser, 
Ne rêve plus; agis: il est grand temps!
N’attends plus de secours d’aucune créature, 
Car nulle autre pour toi ne viendra plus plaider. 

En ocasiones cuesta interpretar este tipo de mensajes, y uno no tiene claro si tras esa prédica piadosa y ejemplar, no hay un temor profundo a lo desconocido, al descreimiento que produce el propio conocimiento, y al afán de relativizar todo, lindando en ocasiones con esos postulados que, por aquél entonces quedaban acotados muy lejos de ahí, en el oriente, de donde, eso sí, comenzaban a llegar las primeras noticias de mano de comerciantes y otros buscadores de fortuna.

Mientras tanto, los pensamientos de Jean Colombe marchaban por otros senderos, y los traducía en inscripciones que como marca propia de su taller, tenían la costumbre de anotar ocultas en todas sus miniaturas. Esta decía: 

 « Temps perdu pour Colombe »

Habiendo terminado ahora, tengo una sensación muy parecida a la del maestro iluminador, y supongo que tú, si has sido tan paciente de llegar hasta aquí, estarás pensando eso mismo en este momento.