miércoles, 8 de noviembre de 2017

οἰκουμένη - tierra habitada

Konrad Peutinger y Margareta Welser

Konrad Peutinger (1465-1547) fue un hombre del Renacimiento en todo el sentido de la palabra. Algo así como una especie de arqueólogo, que buscaba y coleccionaba objetos del pasado; un coleccionista siempre tras el rastro de manuscritos y libros antiguos, que poseía la biblioteca privada más grande al norte de los Alpes. Su interés por el pasado le llevó a publicar la primera colección impresa de inscripciones romanas, y su gusto por el intercambio de ideas a cartearse con el mayor erudito de su época, Erasmo de Rotterdam. Peutinger era  jurista, diplomático, político y economista, además de consejero del emperador Maximiliano I y después de su sucesor, Carlos V. Estaba casado con Margareta Welser, perteneciente a una de las familias más ricas de Alemania y erudita por derecho propio.

Cuando en 1508, murió su amigo Konrad Bickel, el bibliotecario del emperador Maximiliano de Austria, Peutinger heredó de él un viejo mapa que Bickel afirmó haber encontrado "en alguna parte de una biblioteca" hacia 1494. Se trataba de la copia realizada por un monje medieval de Colmar allá por el siglo XIII, en el que había una inscripción que hacía referencia a su lejano origen en tiempos del emperador Augusto. Su nuevo propietario acogió con entusiasmo el tesoro heredado en su biblioteca, tomando este desde entonces el nombre de Tabula Peutingeriana o mapa de Peutinger.


Edición de Abraham Ortelius de la  Tabula Peutingeriana

La Tabula Peutingeriana, es la copia de una especie de guía de carreteras de tiempos del imperio romano, un itinerario ilustrado que muestra la red vial de la ecúmene o mundo conocido por ellos en aquél entonces. Si la Tabula ha llegado primero a manos de Peutinger, y después hasta nosotros ha sido por el hecho de que fue copiada una y otra vez a lo largo de los siglos. Los rastros dejados en cada unos de los traslados ha permitido además, establecer una especie de genealogía de las sucesivas reproducciones que se han hecho de ella desde su creación original en tiempos del emperador Augusto.

Vemos cómo el paso del tiempo ha ido dejando huella en la Tabula, por un lado manteniendo lugares desaparecidos, como Pompeya, Herculano y Oplontis, destruidos en 79 d.C. por la erupción del Vesubio; y por otro incorporando en posteriores copias localizaciones que no existían en un origen, como es el caso de Constantinopla fundada en 330. La Tabula abarca toda Europa, excepto la península ibérica y las islas británicas, parte del documento que se perdió en algún momento, e incluye el norte de África y partes de Asia hasta casi la India. 

En este último lugar, en el límite del mundo conocido entonces, se anota en el borde del plano, allá donde Alejandro detuvo sus conquistas y exploraciones:

“Hic Alexander Responsum accepit. 
Usque quo Alexander”

“Aquí Alejandro obtuvo la respuesta. 
¿Hasta dónde, Alejandro?”


Se cree que la Tabula original fue creada bajo la dirección del general y arquitecto romano Marcus Vipsanius Agrippa (c.63 a.C.-12 a.C.), yerno, confidente y colaborador del emperador Augusto. Después de la muerte de Agrippa en el 12 a. C, el mapa fue grabado en mármol y expuesto en Roma, en el Porticus Vipsania, un hermoso edificio porticado con doble columna, situado en el extremo este de la Vía Lata (actual vía del Corso), junto a los arcos del Aqua Virgo, como lo recuerda el poeta latino Marcial en alguno de sus epigramas. El pórtico, que albergaba estatuas y obras de arte, se hizo pronto conocido en la antigüedad por este mapa monumental del mundo, que representaba para los orgullosos ciudadanos de aquella urbe los inmensos límites hasta los que había llegado su poder. Ni más ni menos que casi la totalidad del mundo conocido por ellos. Más allá de sus bordes, la nada, que era lo mismo que lo desconocido.

La obra geográfica de Vipsanius Agrippa gozó de tanta fama que fue empleada por muchos autores latinos con apoyo para sus obras –Plinio el viejo entre ellos-, y fue trasladada a pergamino por una legión de copistas anónimos a lo largo de los siglos siguientes, hasta llegar a la que heredó el noble Konrad Peutinger. Sin embargo esta tenía un grave problema que no pasó inadvertido ni a su propietario ni a quienes tuvieron la fortuna de conocerla: estaba gravemente deteriorada.

Marcus Vipsanius Agrippa y Abraham Ortelius
Fue Abraham Ortelius (1527-1598), una mezcla de viajero, anticuario geógrafo e impresor nacido en Amberes quien tomó entonces el testigo en esta historia. Aprovechó de sus numerosas influencias para hacerse con todas las copias que pudo del manuscrito, revisarlas, supervisarlas y poner el año 1598 en la prensa la edición de la Tabula que a día de hoy se considera aún la más fiable con respecto al original de Peutinger. Puede verse aquí.

Para entonces, Ortelius era ya reconocido por ser el autor del que se considera el primer atlas moderno, el “Theatrum orbis terrarum (1570)” que contenía hastas 70 mapas, la mayor colección de su época, ordenados de mayor a menor, con índices y bibliografías. De hecho, gran parte de ellos eran copias y algunas bastante inexactas. Pero a día de hoy constituye una hermosa recopilación de los conocimientos geográficos del momento, y por aquél entonces algo tan novedoso en su planteamiento como lo pudo ser La Enciclopedia casi dos siglos después.

Plano de Europa en Theatrum orbis terrarum (1570)
Es una pena lo poco que parece saberse de Ortelius, pues todo apunta a que aquellos viajes que narra en algunas de sus obras y que protagonizó él mismo, le sirvieron para recopilar no sólo mapas y documentos raros y antiguos, a los que era muy aficionado, sino todo tipo de conocimientos  que han quedado seguramente olvidados entre los muchos papeles que de él se conservan en algunos archivos.

Da que pensar, por ejemplo, que cuando Ortelius fue nombrado en 1575 geógrafo de Felipe II, ocurrió por recomendación de Benito Arias Montano, quién apreciaba en él tanto sus conocimientos, como el hecho de haber tenido como mentor a Gerardus Mercator y, sobre todo, pertenecer como él a la Familia Charitatis, secta ocultista y contemplativa. Este cargo le permitió a Ortelius acceder a lo que podría llamarse el Dorado de los geógrafos de su tiempo: todos los conocimientos acumulados por los exploradores portugueses y españoles.

Es un suponer que Arias Montano y Ortelius pudieron conocerse en Amberes, donde vivía el segundo y tuvo que pasar ocho años el primero por encargo de Felipe II para coordinar, como “architipógrafo regio”, la publicación de la Biblia Sacra Regia Políglota en los talleres de Cristóbal Pantino -Christoffel Plantijn-. Su misión era además la de hacer de censor inquisitorial para que el texto fuese todo lo fiel que la santa iglesia católica requería. Curioso que fuera en la mismísima imprenta de Plantino, y de la mano de éste, donde seguramente tanto Arias como Ortelius se iniciaron y compartieron militancia en la Familia Charitatis.

De hecho, fue el propio Plantino quien colocó en la edición francesa del Théâtre de l'Univers del mismo Ortelius, unos versos que aún hoy en día, después de todo el tiempo pasado, parece que nos cuesta entender:

C'est grand honneur, Messieurs, de voir tant d'estrangers
Des quatre Parts du Monde (avec mille dangers)
Apporter ce qu'ils ont d'esprit et de puissance
Pour rendre vostre ville un Cornet d'abundance...


6 comentarios:

  1. El mundo conocido al alcance de la mano...

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    1. Pena que no sea una buena pata de cordero acompañada de un buen vino...

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  2. se ma ido el comen..
    No se, decía que tengo que mirármelo más despacio que hay un cúmulo de información grafica muy interesante.
    y que un saludo Charles

    Kisss y Kisss

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    1. Pues vaya, que si además de escasos se los va merendando la red de redes, vamos aviados...

      Celebro que vea algo de interés.

      Salud!

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  3. Qué atrayente resulta lo añejo... Poco importa que posteriores descubrimientos y la tecnología actual hayan ampliado la concepción del orbe y hasta del espacio exterior; el meritotio esfuerzo de viajeros, estudiosos y polifacéticos curiosos es encomiable.

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    1. Aquello era el renacimiento, visto como si se tratara de un hervidero intelectual en el que las nuevas ideas crecían por doquier sin cortapisas...

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