Según contó el periodista y
abogado norteamericano Eliphat Price, en uno de sus viajes por el estado de
Colorado encontró muy cerca de la solitaria estación telegráfica de Pike’s Peak
una tumba reciente que decía:
“Erigida en memoria de Erin O’Keefe, hija de John y Nora O’Keefe, la
cual fue devorada por las ratas de las montañas en el año 1876”
Tras tomar nota de ello, pensó
que lo mejor para conocer la historia era acudir a la fuente próxima a ella, el
soldado John O'Keefe, encargado de la estación telegráfica de Pike’s Peak y padre de la difunta Erin. Parece que al tal
John no le molestó la curiosidad del periodista, incluso se permitió comenzar el
relato haciendo una pormenorizada descripción de lo que era la vida como
encargado de mantener la comunicación telegráfica en aquel recóndito lugar de
las Montañas Rocosas. Poco tenía que hacer aparte de eso, así que cualquier
novedad, más aún si llegaba en forma de una visita con ganas de conversar en
torno a una mesa y una buena botella de whisky, mejor que mejor.
Entrando en materia, John le
habló de la existencia de una raza de ratas gigantescas que vivían ocultas en
las cuevas de las inmediaciones, y que tenían una especial apetencia por la
carne humana. Fue así cómo en cierta ocasión aquellos bichos atacaron a él y su
familia mientras dormían en la estación. Él tuvo que sacudírselas de brazos y
piernas, perdiendo alguna porción de su carne en ello. Rápidamente, y con la
ayuda de una pala empezó a aplastar a las ratas, mientras su esposa, que ya se
había despertado en parecidas circunstancias, corrió a echar mano de la batería
del telégrafo con la que consiguió electrocutar a la mayor parte de ellas. Desgraciadamente,
todos los esfuerzos por salvar la vida de su pequeña hija Erin fueron vanos,
pues para cuando consiguieron acabar con todos los roedores que se apiñaban
sobre ella, las ratas la había devorado…
Eliphat tomó buena nota de la historia y la divulgó a
su vuelta a la civilización, llegando a tener una amplia repercusión en todos
los medios del país, ávidos como estaban por aquél entonces de noticias sensacionalistas…
Sin embargo, pronto se descubrió que habían
dos pequeños detalles que no encajaban en la historia: primero, que O'Keefe no
estaba casado; y, segundo, que nunca tuvo una hija. Lo único aparentemente
verdadero de la historia era la tumba, colocada ahí por el propio telegrafista
no se sabe bien si para atraer hasta su estación a viajeros curiosos con los
que conversar, o es que simplemente se trataba de un mistificador... Quizá
hubiera algo de las dos cosas.
A saber la historia personal que había tras esa fabulación.
ResponderEliminarQué original aderezo, el del telegrafista, para paliar su soledad y qué buenos momentos de cháchara a propósito del dramático epitafio.
ResponderEliminarLa estoy viendo electrocutando ratas
ResponderEliminarjuas, jocoso buen contador de hisorias el uno y crédulo y buen escuchador el otro, buena parejas para hacer un trio con una botella
Salud Charles
Me perdonan el retraso en la respuesta y que lo haga ahora así, a quemarropa, pero tras mi operación de vesícula del lunes a la tarde no he podido -ni he tenido ganas, la verdad sea dicha- echar mano al ordenador.
ResponderEliminarPara mi que el tal John, y me apoyo en lo poco que logré saber de él además de lo que cuento aquí, que tenía "episodios creativos" frecuentes y de lo más variopintos...
Eso, salud!
Me cago en la puta vesícula
EliminarSALUD! Charles.
Pobrica, déjela usted que la culpa la tiene su dueño que la ha hecho currar por encima de lo que permite cualquier convenio laboral...
EliminarSalud, si.
Es momento, pues, de dejarse mimar y hacer una vida pausada hasta recuperarse.
ResponderEliminarSalud, sí.
Lo primero es fácil y agradable, no hay queja. Pero lo de la vida pausada es algo que a uno le cuesta llevarla... Se ha intentado y logrado a medias.
EliminarGracias y mucha salud!
Espero que te hayas recuperado de la operación y que vaya todo bien.
ResponderEliminarDebe ser duro vivir en un lugar tan aislado como las Rocosas, en un paisaje idílico pero falto de congéneres con los que conversar. Al final, la tumba y su inscripción, es un buen cebo para atraer incautos.
La cadena se completa con los que están al otro lado del periódico, que, sin saber dónde quedan esas montañas, disfrutan de historias como ésta.
Gracias, Tawaki. En cierto modo era así, es decir: atraía a lo pocos visitante que por ahí se daban, bien por pena o bien por curiosidad...
EliminarUn saludo y gracias!