“¡Salud! Es posible que algo de lo escrito por mi haya llegado hasta ti,
aunque desde aquí pueda resultar dudoso que mi oscuro y pequeño nombre sea
capaz de alcanzarte a través del tiempo y el espacio. Quizá quieras saber qué
clase de hombre fui, y que ha sido de mis obras, especialmente de las que has
oído hablar, por muy vagamente que haya sido.”
Así comenzó Francisco Petrarca
allá por el año de 1370 su “Carta a la posteridad”, un ejercicio de supuesta
autoconfesión, dirigido a mostrarnos lo que fue a quienes le observamos desde
el futuro. Ahora que la tendencia generalizada parece ser precisamente esa,
puede costar entender lo sorprendente de su actitud. Pero el hecho de que
invite a sus lectores a oírle hablar de sí mismo, de sus sentimientos y
percepciones, era en sí algo novedoso en unos tiempos en los que la
individualidad, como tal, no tenía apenas consideración. Pero los hechos del
año 1348 habían provocado que muchas cosas comenzaran a cambiar….
La peste de aquél año terminó con
un tercio de la población de Europa, sacudió los cimientos de una
sociedad cuyos valores entraban en plena contradicción con lo que estaba ocurriendo, y espoleó la conciencia de los intelectuales de nueva generación, con Petrarca y Bocaccio como alumnos aventajados de Dante a la cabeza de todos ellos. Lo que hasta entonces no parecía haber dejado de ser una manifestación de la cultura popular en manos de juglares cortesanos y goliardos, muchas veces al margen de la oficial que emanaba de los conventos, pasó a alcanzar un nuevo estatus que se iría abriendo paso a lo largo de ese nuevo tiempo que, más adelante, recibiría el nombre de Renacimiento.
sociedad cuyos valores entraban en plena contradicción con lo que estaba ocurriendo, y espoleó la conciencia de los intelectuales de nueva generación, con Petrarca y Bocaccio como alumnos aventajados de Dante a la cabeza de todos ellos. Lo que hasta entonces no parecía haber dejado de ser una manifestación de la cultura popular en manos de juglares cortesanos y goliardos, muchas veces al margen de la oficial que emanaba de los conventos, pasó a alcanzar un nuevo estatus que se iría abriendo paso a lo largo de ese nuevo tiempo que, más adelante, recibiría el nombre de Renacimiento.
De aquél doloroso parto, nació el individuo con sus sueños, valores y experiencias vitales.
Petrarca era especialmente hábil cuando
se trataba de hablar de sí mismo. Seguramente lo hizo mejor que ningún otro
autor hasta entonces, quedando atrás incluso Julio Cesar y sus “Cometarios”. De
hecho, sus autoretratos resultan algo sospechosos, pues si se leen con
detenimiento se observa que no son sino la construcción de una imagen pública
de sí mismo según los modelos sacados de sus lecturas favoritas, en especial la
del San Agustín de las “Confesiones”. Además,
se encuentran numerosas contradicciones en todo lo que dice ser: se manifestaba
ferviente italiano, y pasó la mitad de la vida en Provenza al servicio de
aparato administrativo del papado de Avignon -francés-, opuesto a devolver la
sede de Roma -italiana-; clérigo, aunque no sacerdote ni pastor de almas, fue
virtualmente laico; investigador e intelectual, nunca tuvo que enfrentarse a un
aula de estudiantes; apasionado enamorado, aunque platónicamente, de la mujer
de otro; célibe que tuvo dos hijos… Por último, las actividades políticas y
diplomáticas de Petrarca podrían parecernos anecdóticas frente a su imagen de
poeta y humanista: sin embargo fueron aquellas las que le permitieron vivir con
cierta holgura, ser reconocido en su tiempo y establecer una importante red de
relaciones.
Pura contradicción.
Hombre moderno.
Pero es justo reconocer que en
sus escritos Petrarca mostraba tener una especial sensibilidad para ver en sí mismo la fuerza y debilidad del ser humano, sus motivaciones interiores. Como
cuando relataba el primer encuentro aquél año de 1327, con Laura, la misteriosa
musa de su Cancionero, a las puertas de la iglesia de Santa Clara de Avignon.
“Laura, ilustre por sus virtudes y tanto tiempo celebrada en mis
versos, apareció por primera vez ante mis ojos durante mi juventud en 1327, el
6 de abril, en la iglesia de Santa Clara de Avignon”
Hay quien dice que Laura no fue
otra cosa que un recurso literario del propio Petrarca, en torno al cual quiso
hacer girar una parte esencial de su obra, justificada por un amor que, en
lugar de alcanzar la plenitud, el tiempo lo convertiría en algo cada vez más
remoto hasta hacerlo imposible de mano de la muerte. Dante, Poe, e incluso
Baudelaire, parecen darse la mano a través del diplomático de Arezzo, siguiendo
cada uno su particular camino al más allá en busca de la amada:
J'aurais
pu (mon orgueil aussi haut que les monts
Domine
la nuée et le cri des démons)
Détourner simplement ma tête souveraine,
Si je
n'eusse pas vu parmi leur troupe obscène,
Crime
qui n'a pas fait chanceler le soleil!
La reine
de mon coeur au regard nonpareil
Qui
riait avec eux de ma sombre détresse
Et leur
versait parfois quelque sale caresse.
|
Hubiera
podido (mi orgullo, alto como el monte,
domina
la nube y el clamor de los demonios)
volver
simplemente mi cabeza serena,
si no
hubiese entre su tropa obscena,
¡crimen
que no hizo tambalear al sol!,
la reina
de mi corazón, de mirada sin igual,
que se
reía con ellos de mi sombría tristeza
y les
hacía, a veces, alguna sucia caricia.
|
Charles
Baudelaire, La Beátrice
Pero al hablar de la Laura de
Petrarca, la tradición y la creencia de la mayor parte de los estudiosos dan en
asegurar que se trataba de Laura de Noves. Ésta que por aquél entonces tenía 18
años, era hija de una familia de la nobleza Provenzal, y llevaba alrededor de
dos años casada con Hugo II de Sade, perteneciente a una de las familias de
mercaderes más ilustres y antiguas de Avignon, a quién daría una extensa prole.
De ella se diría descendiente otro Sade, el famoso marqués Donatien Alphonse
François de Sade.
Fue precisamente Jacques-Francois-Paul-Aldonze
de Sade, otro de sus supuestos descendientes y tío de nuestro marqués, uno de
los principales postulantes de esta atribución. De hecho dedicó una parte de su
vida como religioso, cuando su conocida dedicación a los placeres mundanos lo
permitía, a investigar y redactar una de las que sería las principales
biografías del poeta, Memoires pour la
vie de Francois Petrarque, en la que, por supuesto, demostraba sobradamente
la pertenencia del marido de Laura a su propia estirpe.
El marqués de Sade, sobrino del
abate, aprovechó su larga estancia en la prisión de la fortaleza de Vincennes,
para leer, releer y acumular en los muros de su celda una cantidad ingente de libros.
“Catalogue
des livres demandés depuis un siècle” (“Catálogo de libros pedidos hace un
siglo”), titula un cuadernillo que adjunta en una de las cartas que envía a
su esposa. El Catálogo es extensísimo, y a vista de los estudiosos de hoy en
día tiene un doble valor. Primero por darnos una importante información sobre
las lecturas del marqués, hay entre ellas mucha obra de teatro, por ser un
género éste en el que esperaba ser célebre; segundo, por haber en él textos que
han desaparecido y de los que no hubiéramos tenido noticias de otra manera.
Pero el Marqués también trabajó
en la redacción de lo que posteriormente serían sus primeros textos publicados.
De hecho, es de esa época un cuadernillo en el que pueden leerse los primeros
esbozos de “Les infortunes de la vertu”,
que sería reescrita por su autor para convertirse en “Justine
ou les Malheurs de la vertu”, primera obra publicada del autor, muy del gusto de
aquellas que inundaban entonces el mercado de la literatura erotico-galante de
la mano de autores tan reputados ya entonces como Nicolas Retif de la Bretonne.
Y uno de los hechos
desencadenantes de todo esto fue sin duda el que tuvo lugar en febrero de 1779.
Según cuenta en otra carta a su esposa, la noche del 16 de febrero se quedó
dormido en su celda mientras releía la obra de su tío sobre Petrarca. A
consecuencia de ello, tuvo una serie de ensoñaciones que pasó a narrar en el
escrito:
“Todo mi consuelo es Petrarca. Lo leo con tal placer, con tal
avidez, que no hay comparación posible. Pero hago con él lo que la marquesa de
Sevigné hacía, con las cartas de su hija: lo leo lentamente, por temor a terminar de leerlo. ¡Qué
obra tan bien escrita...! Laura me trastorna. Me siento como un niño. La leo
todo el día, y a la noche sueño con ella.
Te contaré un
sueño que tuve ayer, mientras todo el universo se entregaba a la diversión.
Era alrededor de
medianoche. Yo acababa de dormirme, con sus memorias en la mano. De pronto se
me apareció... ¡La estaba viendo! El horror de la tumba no había alterado el
fulgor de sus encantos, y sus ojos aún tenían tanto fuego como cuando Petrarca
los celebraba. Una gasa negra la envolvía íntegra, y sus hermosos cabellos
rubios flotaban negligentemente hacia atrás. Parecía que el amor, para hacerla
aún más bella, había querido suavizar todo el aparato lúgubre con que se
ofrecía a mis ojos. "¿Por qué
gimes en la tierra? —me dijo—. Ven a reunirte conmigo. Hay más males, más penas
e inquietudes en el espacio inmenso en que habito. Ten el valor de
seguirme." Ante palabras tales, me puse a sus pies y le dije: "¡Oh,
Madre mía...!". Y los sollozos ahogaron mi voz. Ella me tendió una mano,
que yo cubrí de lágrimas. También ella lloraba. "Cuando vivía en este
mundo que detestas —añadió—, me agradaba dirigir mis miradas hacia el
porvenir; multiplicaba mi posteridad hacia ti, y no te veía tan desdichado." Entonces, cautivo de la
desesperación y la ternura, arrojé mis brazos en torno de su cuello para
retenerla o seguirla y para embeberla en mis lágrimas, pero el fantasma
desapareció. No quedó más que mi dolor.”
No es difícil dar en su encuentro
con la Laura que eternizó Petrarca con otro personaje, Justine, que en aquél
mismo tiempo comenzaba a nacer en los borradores que el Marqués de Sade esbozaba
dentro de la prisión.
Petrarca tuvo noticia de la
muerte y enterramiento apresurado de Laura poco después de que se la llevara la
peste de 1348. Aquél día, muy lejos de donde había muerto su amada, dejó
escrita de su propia mano en latín una nota que pegó en uno de los ejemplares
más queridos de su biblioteca: un Virgilio manuscrito que le acompañaba en
todos sus viajes.
La nota decía así:
“…en la misma ciudad, en el mismo mes, y el mismo sexto día y a la
misma primera hora del año 1348, esta maravillosa belleza fue sustraída a la
luz mientras yo estaba en Verona, ignorante por lo tanto de mi desgracia. Pero
la triste noticia me la trajo a Parma una carta de mi amigo Louis el día 19 del
mes siguiente. El cuerpo precioso y casto de Laura fue sepultado en el convento
de los hermanos menores, el día mismo de su muerte”.
Es fácil concluir que todas estas
obras, las de Dante, Baudelaire, Poe y, cómo no, Petrarca, no son sino cartas a
la eternidad. Están escritas a modo de salvoconductos que pretenden alcanzar, para los sueños o vivencias de sus autores, la supervivencia en el recuerdo
colectivo.
Pues no somos otra cosa que lo que vivimos.
Curiosa fecha para una mala memoria como la mía, de las pocas pocas que me acuerdo Raphael Sanzió nació y murío el mismo día
ResponderEliminar6 de Abril, en Viernes Santo que no tiene porque caer, pero cae.
Habría que correr unos días los idus de marzo, porque esa fecha tiene aún peor fario
Aparte de eso una muy muy hermosa entrada.
Salud para superar 100 veces esa fecha Charles
No había caído en lo del efímero Sanzio y compruebo alucinado que efectivamente entró y salió un mismo 6 de abril... !por Zeus! Esto me lo tengo que apuntar para celebrar el día renacentista a partir de ahora. Por no hablar de los idus de marzo, efectivamente...
EliminarSalud y que así sea!
Yo creo que todos, en algún momento, nos hemos inventado un pasado, que terminamos por creérnoslo.
ResponderEliminarPasa que en todos nuestros recuerdos hay mucho vacío rellenado con inventos de cosecha propia que terminamos por asumirlos como reales. Pasa también que puede haber cosas que no nos gustan, o que con un pequeño retoque quedarían mejor... y tan perfeccionistas que somos en nuestros ardides, empezamos por creerlos nosotros mismos.
EliminarUn poderoso elenco al que aquí se hace referencia, aunque, apeados de sus creatividades, no son sino seres humanos que sienten y vibran con el mismo impulso del resto de mortales que no poseen la gracia de los malabares literarios.
ResponderEliminarCada cual, creador o no, abre el libro de su vida al mundo por la página que le interesa, y ese es uno de los mejores -para algunas personas el único- ejercicios de libertad personal que un ser humano puede llevar a cabo.
Humanos corrientes y molientes siempre. Quizá eso es lo que a algunos de ellos les movió a crear la historia de su propia persona conforme a unos moldes que estimaban ideales... Es tan comprensible como el ansia de eternidad.
Eliminar