lunes, 6 de junio de 2016

Hasta que las aguas inunden la más alta de las montañas...



Esta ilustración pertenece a un manuscrito francés anónimo del siglo XV llamado “Livre de la Vigne nostre Seigneur”. Aunque el título hace referencia a la parábola de los obreros de la viña (Mateo 20: 1-16), es más bien un tratado sobre el Anticristo, el  Juicio Final, el Infierno y el Cielo. Véase si no el modo en que las aguas inundan hasta la más alta de las montañas, para entender que no se trata de un manual de regadíos extremos: el autor nos habla en sus páginas de los signos y horrores del apocalipsis.

La obra está escrita en  prosa francesa, enriquecida con citas bíblicas y tiene muchas correcciones e inserciones realizadas seguramente por el propio autor. Actualmente, se encuentra en la  Bodleian Library de Oxford con la signatura MS. Douce 134…

Y ahora hago la pregunta que me conduce a continuar con lo que quiero contarles: ¿Douce? ¿qué es eso de Douce?

Douce es el apellido del anticuario que compró dicho manuscrito en una subasta celebrada en París en el año 1823, y que lo donó en su testamento a la Bodleian, junto con otras obras que acumuló durante su vida. De ahí que está sea la 134 entre las muchísimas que hubo en dicha donación.

Francis Douce (1757-1834) fue un rico anticuario Inglés, conocido por su colección de libros, grabados, dibujos, monedas y artefactos. Su gusto por las antigüedades le llevó a  trabajar brevemente en el Museo Británico, aunque pronto lo abandonó por desavenencias que no quedan claras. Pero su mayor afición consistía en coleccionar libros relacionados con la muerte, la demonología y brujería, interés que a buen seguro se vería más que satisfecho con “Livre de la Vigne nostre Seigneur”, e ilustraciones tan impactantes con la que se muestra aquí debajo. 


Cuando murió en 1834, Douce dejó la mayor parte de su colección a la Bodleian Library. El regalo consistió en unos 15.000 libros, 50.000 grabados y dibujos, y una gran colección de monedas. Fue uno de los legados más valiosos que ha recibido aquella biblioteca en toda su historia.

Por ello mismo, no es de extrañar que cuando, en el mismo documento testamentario, manifestó que depositaba toda su documentación personal en una caja sellada que donaba al British Museum, bajo la única condición de que no se abriera hasta el 1 de enero de 1900, a los beneficiarios de dicha parte de la donación se les hiciera un poco cuesta arriba la buena noticia. Qué remedio, no les quedaba otra que pasarse 66 años mirando la caja, imaginando lo que habría dentro, hasta que los que vinieran detrás de ellos en el gobierno del British Museum pudieran abrirla.

A pesar de que durante ese tiempo fueron varias las ocasiones en las que se intentó convencer a los depositarios del legado de que abrieran la caja apoyándose en las más variadas excusas, el Museo Británico respetó fielmente los deseos de Douce.

Finalmente, el 1 de enero de 1900, la Administración del museo se reunió para abrir la caja. Es de imaginar que a lo largo de tantos años de espera, dio tiempo a imaginar que se encontrarían en la dichosa caja todo tipo de secretos, confidencias e incluso piezas únicas y desconocidas que podrían redoblar la reputación de los fondos del museo. Es fácil creer que ese día rondaban expectativas de todo tipo entre las personas que se reunieron a abrir oficialmente la caja. ¿Qué es lo que encontraron dentro?

Pues bien, cuando la tapa se abrió, todo el mundo se inclinó para mirar dentro. Hubo un momento de silencio mientras empezaron a revisar su contenido. Alguien resopló con disgusto. Dentro de la caja sólo había deshechos: trozos de papel y cubiertas de libros rasgados, y  una nota de Douce manifestando que, en su opinión, sería un desperdicio dejar nada de mayor valor para los filisteos del Museo Británico.

Peculiar, sin duda.



En estos últimos tiempos me he autoimpuesto el personalizar lo menos posible, el verter lo menos posible mis opiniones en lo que escribo, y el no contar mi vida en ningún caso. La razón es clara: no quiero aburrirles con mis cosas que, a modo de pretendidas reflexiones, ralentizan y estancan la lectura, haciéndola aún más insoportable.

“Más valen quintaesencias que fárragos” parece gritarme Baltasar Gracián desde el pasado. 
Si señor, tiene usted razón.

Pero si en esta ocasión me tomo esta libertad es porque para mí, hablar de la Bodleian Library, despierta algunos de los recuerdos más apasionantes de los que he acumulado a lo largo de los últimos años en mi memoria. En ella encontramos algunos de los documentos que marcaron para nosotros un antes y un después en la investigación que desembocaría en ese “El conde deFuentes. Vida, prisiones y muertes de Armando Pignatelli”

Bien, no he venido a hablar de mi (nuestro) libro, sino de ese “encontramos” y “nosotros” que se refiere no sólo a mí, claro está. En ese nosotros, en esa otra mitad, está mi viejo amigo José Antonio Beguería, con quién compartí ilusiones, esperanzas, desazones y muchas, muchísimas horas de intensa emoción, producida ora por el hallazgo de una breve nota, ora por la visita a una calle de Pau donde debía estar la posada en la que murió el hermano de nuestro protagonista, y un larguísimo etcétera de vivencias que sólo él, yo, y nuestras pacientisimas compañeras sabemos.

Y me refiero tan directamente a mi amigo, viejo por el tiempo que llevamos conociéndonos, por ser hoy el día en que cruza la frontera del medio siglo, y a eso, como a cualquier vivencia señalada de la existencia de las personas a las que apreciamos, hay que darle toda la pompa y relumbrón que se merecen… No tiene porqué hacerlo nadie, así que hagámoslo nosotros.

Feliz medio siglo, amigo, y que hasta que las aguas inunden la más alta de las montañas, tengamos la ocasión de vivir con la intensidad que lo hemos hecho hasta ahora.

4 comentarios:

  1. Un comportamiento muy británico, dice lo que piensa, discrepando abiertamente pero vela por el bien común. Loable la colección y el dejarlo para todos. Aquí con los cabreos, sobre todo políticos, unos prefieren que arda algo antes que los otros lo tengan para usarlo, una manera cainita que incluso provoca destrucción del haber
    A Berguería le acompaño en su sentimiento, juas
    Kisssss y Kisssss

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  2. Así es, o se interpreta eso del bien común empleando el pergamino para fabricar cohetes para las fiestas de los pueblos, como ocurrió aquí en muchos hace no tanto tiempo. Siempre he pensado que eso de "cainita" es una manera elegante de llamar a la realidad.

    Al del medio siglo le digo que me espere, que a mi me falta poco para llegar a lo mismo, juas!

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  3. Lo de la caja me está dando una idea...

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  4. Espero que buena... Ya nos contará si es el caso.

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