Esta ilustración pertenece a un manuscrito
francés anónimo del siglo XV llamado “Livre de la Vigne nostre Seigneur”. Aunque el título hace referencia a
la parábola de los obreros de la viña (Mateo 20: 1-16), es más bien un
tratado sobre el Anticristo, el Juicio
Final, el Infierno y el Cielo. Véase si no el modo en que las aguas inundan
hasta la más alta de las montañas, para entender que no se trata de un manual
de regadíos extremos: el autor nos habla en sus páginas de los signos y
horrores del apocalipsis.
La obra está escrita en prosa francesa, enriquecida con citas bíblicas
y tiene muchas correcciones e inserciones realizadas seguramente por el propio autor.
Actualmente, se encuentra en la Bodleian Library de Oxford con la
signatura MS. Douce 134…
Y ahora hago la pregunta que me
conduce a continuar con lo que quiero contarles: ¿Douce? ¿qué es eso de Douce?
Douce es el apellido del
anticuario que compró dicho manuscrito en una subasta celebrada en París en el
año 1823, y que lo donó en su testamento a la Bodleian, junto con otras obras
que acumuló durante su vida. De ahí que está sea la 134 entre las muchísimas
que hubo en dicha donación.
Francis Douce (1757-1834) fue un
rico anticuario Inglés, conocido por su colección de libros, grabados, dibujos,
monedas y artefactos. Su gusto por las antigüedades le llevó a trabajar brevemente en el Museo Británico,
aunque pronto lo abandonó por desavenencias que no quedan claras. Pero su mayor afición consistía
en coleccionar libros relacionados con la muerte, la demonología y brujería,
interés que a buen seguro se vería más que satisfecho con “Livre de la Vigne nostre
Seigneur”, e ilustraciones tan impactantes con la que se muestra aquí
debajo.
Cuando murió en 1834, Douce dejó
la mayor parte de su colección a la Bodleian Library. El regalo consistió en
unos 15.000 libros, 50.000 grabados y dibujos, y una gran colección de monedas.
Fue uno de los legados más valiosos que ha recibido aquella biblioteca en toda
su historia.
Por ello mismo, no es de extrañar
que cuando, en el mismo documento testamentario, manifestó que depositaba toda su
documentación personal en una caja sellada que donaba al British Museum, bajo la
única condición de que no se abriera hasta el 1 de enero de 1900, a los beneficiarios de dicha parte de la donación se les hiciera un
poco cuesta arriba la buena noticia. Qué remedio, no les quedaba otra que
pasarse 66 años mirando la caja, imaginando lo que habría dentro, hasta que los
que vinieran detrás de ellos en el gobierno del British Museum pudieran
abrirla.
A pesar de que durante ese tiempo
fueron varias las ocasiones en las que se intentó convencer a los depositarios
del legado de que abrieran la caja apoyándose en las más variadas excusas, el
Museo Británico respetó fielmente los deseos de Douce.
Finalmente, el 1 de enero de 1900,
la Administración del museo se reunió para abrir la caja. Es de imaginar que a
lo largo de tantos años de espera, dio tiempo a imaginar que se encontrarían en
la dichosa caja todo tipo de secretos, confidencias e incluso piezas únicas y
desconocidas que podrían redoblar la reputación de los fondos del museo. Es
fácil creer que ese día rondaban expectativas de todo tipo entre las personas
que se reunieron a abrir oficialmente la caja. ¿Qué es lo que encontraron
dentro?
Pues bien, cuando la tapa se
abrió, todo el mundo se inclinó para mirar dentro. Hubo un momento de silencio
mientras empezaron a revisar su contenido. Alguien resopló con
disgusto. Dentro de la caja sólo había deshechos: trozos de papel y cubiertas de
libros rasgados, y una nota de Douce manifestando
que, en su opinión, sería un desperdicio dejar nada de mayor valor para los
filisteos del Museo Británico.
Peculiar, sin duda.
En estos últimos tiempos me he
autoimpuesto el personalizar lo menos posible, el verter lo menos posible mis
opiniones en lo que escribo, y el no contar mi vida en ningún caso. La razón es
clara: no quiero aburrirles con mis cosas que, a modo de pretendidas
reflexiones, ralentizan y estancan la lectura, haciéndola aún más insoportable.
“Más valen quintaesencias que
fárragos” parece gritarme Baltasar Gracián desde el pasado.
Si señor, tiene
usted razón.
Pero si en esta ocasión me tomo
esta libertad es porque para mí, hablar de la Bodleian Library, despierta
algunos de los recuerdos más apasionantes de los que he acumulado a lo largo de
los últimos años en mi memoria. En ella encontramos algunos de los documentos
que marcaron para nosotros un antes y un después en la investigación que
desembocaría en ese “El conde deFuentes. Vida, prisiones y muertes de Armando Pignatelli”…
Bien, no he venido a hablar de mi (nuestro) libro, sino de ese “encontramos” y “nosotros”
que se refiere no sólo a mí, claro está. En ese nosotros, en esa otra mitad, está
mi viejo amigo José Antonio Beguería, con quién compartí ilusiones, esperanzas,
desazones y muchas, muchísimas horas de intensa emoción, producida ora por el
hallazgo de una breve nota, ora por la visita a una calle de Pau donde debía
estar la posada en la que murió el hermano de nuestro protagonista, y un larguísimo
etcétera de vivencias que sólo él, yo, y nuestras pacientisimas compañeras
sabemos.
Y me refiero tan directamente a mi amigo, viejo por el tiempo que
llevamos conociéndonos, por ser hoy el día en que cruza la frontera del medio
siglo, y a eso, como a cualquier vivencia señalada de la existencia de las
personas a las que apreciamos, hay que darle toda la pompa y relumbrón que se
merecen… No tiene porqué hacerlo nadie, así que hagámoslo nosotros.
Feliz medio siglo, amigo, y que hasta que las aguas inunden la más alta
de las montañas, tengamos la ocasión de vivir con la intensidad que lo hemos
hecho hasta ahora.
Un comportamiento muy británico, dice lo que piensa, discrepando abiertamente pero vela por el bien común. Loable la colección y el dejarlo para todos. Aquí con los cabreos, sobre todo políticos, unos prefieren que arda algo antes que los otros lo tengan para usarlo, una manera cainita que incluso provoca destrucción del haber
ResponderEliminarA Berguería le acompaño en su sentimiento, juas
Kisssss y Kisssss
Así es, o se interpreta eso del bien común empleando el pergamino para fabricar cohetes para las fiestas de los pueblos, como ocurrió aquí en muchos hace no tanto tiempo. Siempre he pensado que eso de "cainita" es una manera elegante de llamar a la realidad.
ResponderEliminarAl del medio siglo le digo que me espere, que a mi me falta poco para llegar a lo mismo, juas!
Lo de la caja me está dando una idea...
ResponderEliminarEspero que buena... Ya nos contará si es el caso.
ResponderEliminar