Durante el siglo XVI, los dos
Clouet, Jean, el padre y Francois, el hijo, pintores de la corte de los reyes
de Francia, dieron título de nobleza a una modalidad de arte en la que hasta
entonces no se había reparado demasiado: los retratos a lápiz. Con ellos, éstos
pasaron de ser esquemas preparatorios, a obras artísticas completas. Prueba de lo
que digo es que todas las grandes figuras de la corte de los Valois, desde los
reyes hasta el último de los nobles, reclamaron la habilidad de los Clouet a la
hora de hacerse con un retrato acorde con su posición. Incluso los poetas contemporáneos
les cantaron suplicando que hicieran uso de su habilidad para el dibujo. Así lo
hizo, por ejemplo Pierre de Ronsard en su “Premier Livre des Amours”
dedicando una elegía a Francois Clouet, a quien todos conocían por el apelativo
de Janet:
"Pein moy, Janet, pein moy, je te supplie,
Sur ce tableau les beautez de
m’amie
De la facon que je te les
diray"
(“Píntame, Janet, píntame, te lo
suplico,
Sobre este lienzo las virtudes de
mi amada
De la manera que yo te las diré”)
La composición de sus dibujos era
de una gran simplicidad y de un modernismo fascinante: sobre todo por esas
miradas llenas de intensidad, concentrando toda la atención de la nuestra
cuando nos enfrentamos, aún cinco siglos después, a su presencia. Olvidamos
todo lo demás, excepto cuando ellos mismos nos hacen saber que no debe ser así,
desplegando una habilidad en el detalle de un vestido, adorno u otro elemento
cualquiera, que parecen querer decirnos a las claras algo más de ese personaje…
Aunque ahora nosotros no lo veamos claro, ni sepamos siempre a qué se refiere.
Pero la mirada, esa mirada… Dos
líneas sobre ella antes de cerrar.
La mirada en las obras de Jean y
Francois Clouet es algo de lo que resulta difícil escabullirse, a pesar de que
en apariencia sean otros los elementos de atención… No hay más que recordar,
además de los mencionados dibujos a lápiz, el retrato de Diana de Poitiers y, sobre
todo, la de la que suele llamarse “la enamorada” en “La carta amorosa”.
François se inspiró en tres célebres
personajes de las comedias populares de la época para realizar La Carta
Amorosa: una vieja alcahueta que sostiene una carta en su mano derecha; el enamorado, un atento joven que seguramente ha
apañado con la anterior el encuentro, y cuya circundante mirada atraviesa la
pintura hasta finalmente caer sobre la protagonista. Por último, está la llamada
“la enamorada”, resaltada en su blanquísima desnudez, tan del gusto de la
época, cubierta solamente por un delgado velo y una perla como símbolo de modestia, pureza y castidad…
Es aquí donde para mí está el
encanto de la composición: después de todo el juego de miradas descrito hasta
ahora, la joven al recibir la de su enamorado, sin disimulo, con frescura, se
la devuelve al espectador.
¿Es o no es delicioso?
Lo mismo que un viernes con todo
el fin de semana por delante.
Disfrutenlo.
Hay una técnica antigua también, que mi padre utilizó mucho, de lápiz combinado con aguada de tinta o de acuarela y en el museo de la colección Gómez Moreno, en el Carmen de la Fundación Rodríguez Acosta, hay una buena colección de este tipo de dibujos.
ResponderEliminarGracias por el aporte, que he visitado para echar una ojo a las colecciones que dice. Por cierto que he encontrado en el fondo bibliográfico dos curiosas ediciones; una del Quijote, impresa en Lyon, "Leon de Francia" en Castellano; y otra de Quevedo.
EliminarSalud!
Hermoso todo todo tal como lo cuenta, aunque discrepo un poco en lo buenos que fueran pintando, digo pintando no dibujando, tanto padre como el hijo, como que les falta un hervor para lo que se estaba pintando por sus tiempo. En el propio cuadro que nos cuenta, está plano sin fondo y demasiado encajados como demasiado hacia delante rellenando el cuadro, el contorno esfumado a contracolor lo domina pero a un solo color no, la chica tiene ese esfumado sombreado que me recuerda a Cranach del que decían "crudo", totalmente superado por los italianos a finales del cuatrocientos, ahora bien, la obra, a mi no me resulta desagradable, queda muy sensual...
ResponderEliminarRecuerdo otras interpretaciones, "el amante" podría ser el marido mercader y la carta que le llega de él de manos del ama de llaves, no necesariamente sería una escena picaresca, aunque me gusta más la suya
Desde luego así da gusto. Está claro que lo que se debe es hacerles discrepar para que a cambio nos regalen con un comentario tan acertado y bien compuesto como el suyo.
EliminarComparto que técnicamente la obra puede dejar que desear en algunos aspectos, más aún si lo comparamos con sus vecinos italianos. Me consta, además, que de esfumados no es que sepa más que yo, que no es difícil, sino que es algo que domina bastante bien.
Pero como pintores -digamos pintando-, sin considerarlos extraordinarios, creo que son, simplemente, diferentes. Hay parte de su técnica que, en mi opinión, puede deberse a que estos eran esencialmente retratistas, y lo que ejecutan es un retrato aunque no tengan que hacerlo. Aunque tengan que narrar mas que describir. Es más, si no es exageración ese "De la facon que je te les diray", podemos pensar que estos señores estaban más sujetos a la obligación de satisfacer los gustos limitados de sus mecenas que sus vecinos italianos...
Ese abigarramiento, esa forma de estar demasiado encajados como dice usted, a mi no me parece mal y centra mejor al espectador en el juego de miradas del que hablo...
De cualquier modo, suscribo la práctica totalidad de su comentario. Y lo agradezco enormemente, como usted imagina. Pero discrepo, o no tengo claro, que se debe totalmente a la falta de técnica o habilidad de los autores.
Eso si, le diré que fue primero el encuentro con la mirada de la enamorada de ese cuadro- Todo lo demás vino después. Fue, por tanto, algo absolutamente instintivo, fuera de toda valoración objetiva. Así tiene uno el gusto que tiene...